EnglishLas imágenes de la Plaza de los Dos Congresos en la tarde del primero de marzo estaban dominadas por papeles, botellas, e incluso banderas, que fueron desechados tras la la movilización masiva de 40 mil seguidores de la presidenta argentina Cristina Kirchner. Horas antes la mandataria había brindado su último discurso de apertura de las sesiones legislativas, el último de su mandato que finaliza este año.
Unos meses antes, casi en las antípodas de Argentina, Hong Kong ofrecía un panorama abismalmente diferente. Cuando en septiembre de 2014 miles de hongkoneses tomaron las principales calles de la península reclamando democracia en la llamada Revolución de los Paraguas, las fotografías de los manifestantes limpiando las calles tras las protestas sorprendió al mundo.
para cualquier proyecto populista, la demostración de un respaldo mayoritario es fundamental: les permite enmascarar las políticas autoritarias bajo un manto de legitimidad democrática.
Los medios de todo el mundo lo reportaron como una curiosidad. El New York Times destacó que la manifestación “no tenía líder pero fue ordenada”.
El matutino británico The Independent enfatizó que los manifestantes, luego de enfrentarse con la policía equipada con gases lacrimógenos y gas pimienta, separaron el papel del plástico para contribuir con el reciclado de los deshechos. Los manifestantes, además, pidieron disculpas por los inconvenientes ocasionados por los cortes de calle y las barricadas que montaron para enfrentarse a las políticas dictadas desde Pekín, afirmó BBC.
Sin embargo, el periodista Max Fisher, en Vox, no se mostró tan sorprendido. Para él, la conducta de los asiáticos replicó lo que había ocurrido con los manifestantes egipcios en la Plaza Tahrir en El Cairo en el 2011, en el Parque Taksim Gezi en Estambul durante 2013, o en Ferguson, Misuri, en 2014. En aquellas protestas los asistentes también demostraron una conducta cívica recogiendo los deshechos para así ensalzar el “orgullo comunitario”.
Según Fischer la conducta en Hong Kong, en Turquía y en Estados Unidos respondía a un factor de autopreservación:
Estos actos pretenden comunicar una señal de responsabilidad cívica y preventivamente refutar la noción, ya insinuada por los medios chinos, que las protestas están llevadas adelante por criminales o buscan activamente irrumpir el orden… Los manifestantes comprenden que una forma de protegerse es estableciendo con claridad la narrativa de que ellos son guardianes responsables y conscientes del orden público —no criminales.
Frente a la pulcritud de aquellas manifestaciones, la conducta de los kirchneristas no solo decía mucho de sus modales, también reflejaba la naturaleza de la movilización. Su presencia, en muchos casos rentada, no se correspondía con ninguna manifestación, ni siquiera con una demostración apoyo, sino con una demostración de fuerza. El gobierno argentino debía contrarrestar a las 400.000 personas que 10 días antes inundaron las calles para reclamar justicia por la muerte del fiscal Alberto Nisman.
#AHORA Asi se ve la Av 9 de Julio con los micros que llevaron a militantes K al acto pic.twitter.com/z3nwZpLYtR
— INFOen140 ? (@INFOen140) March 1, 2015
La importancia simbólica de generar un acto masivo en torno al discurso de la presidenta continuaba lo que ha sido una constante desde 2003, durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. “Ganar las calles“, como señaló en una oportunidad el vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, es un concepto nodal en la estrategia política que ejecuta esta facción del Peronismo.
“La verdad es que nos madrugaron y hasta nos ganaron la calle por un ratito. Ya se irá diluyendo como se diluyeron otras manifestaciones”, dijo el titular de la estatal Aerolíneas Argentinas, Mariano Reclade, respecto de la manifestación exigiendo justicia por la muerte de Nisman. La dominación del espacio público, en el imaginario del, ofrece una imagen de apoyo del pueblo, una condición sine qua non para avanzar con su proyecto de poder.
La violencia, sin embargo, cuando es camuflada en la supuesta “voluntad general” se transforma en una ilusión de consenso
Para el kirchnerismo, y para cualquier proyecto populista, la demostración de un respaldo mayoritario es fundamental: les permite enmascarar las políticas autoritarias bajo un manto de legitimidad democrática.
Las masas —aunque siempre organizadas bajo un estricto verticalismo— son la llave de acceso a la hegemonía política, explicaba el fallecido sociólogo de cabecera de varios movimientos populistas, Ernesto Laclau.
Entre los gobiernos populistas, acostumbrados a imponer su voluntad por sobre la de los individuos, no prevalece la discusión argumentativa, la razón, por el contrario, es la fuerza el único medio posible a través del cual pueden alcanzar sus objetivos. Su desprecio por los mercados libres —los intercambios libres y voluntarios— obligan a los políticos a recurrir a la violencia para obtener sus logros. La violencia, sin embargo, cuando es camuflada en la supuesta “voluntad general” se transforma en una ilusión de consenso dentro de las prácticas democráticas y termina siendo aceptada.
Pero a veces, incluso en el contexto de un acto organizado —con una mayoría de asistentes rentados— no alcanza los niveles esperados. Durante el primer día de marzo, la red social Twitter se pobló de fotografías que buscaban destacar la capacidad de movilización del gobierno, aunque omitieron un detalle: las fotos que publicaron de una columna masiva de personas correspondía a la manifestación opositora, y no a la oficialista. La política 2.0 es la continuación del relato por otros medios.
Los asistentes a la movilización del 1 de marzo no acudieron a la Plaza de los Dos Congresos para manifestarse en favor de un gobierno, lo hicieron para continuar legitimando sus prácticas autoritarias. No necesitaban autopreservarse como los manifestantes de la Plaza Cívica de Hong Kong o la Plaza Tahrir de El Cairo, estaban allí para preservar el poder del Estado. Entonces, ¿qué incentivo tenían a dejar la ciudad limpia y ordenada tras la demostración de fuerza? Ninguno, ellos están al servicio del gobierno, como contraprestación reciben transporte “gratuito”, planes sociales, comida y bebida —el chori y la coca— y, además, la recolección de residuos.