EnglishEntre Colombia y Honduras, a 20 millas náuticas de la costa, se produce un fenómeno natural llamado dos aguas, “donde se unen dos corrientes marinas. Todo lo que llega allí permanece flotando. Los narcotraficantes tiran al mar la mercadería que luego será rescatada e ingresada al país”. Así se explica este fenómeno marítimo al comienzo de la película que lleva su nombre.
Dos Aguas nos da un vistazo de la vida de un pueblo ubicado en el Caribe Sur, en la provincia de Limón, Costa Rica. Las amplias playas y la abundante vegetación predominan en los paisajes. Pero también la pobreza de una de las zonas menos desarrolladas del país. Y el narcotráfico es el elefante en la habitación que está todo el tiempo allí, aunque el espectador no lo vea.
La coproducción colombiana-costarricense nos abre la puerta a la vida de un pequeño pueblo en el sudeste del país. Un punto neurálgico de culturas, donde son mayoría los afro-costarricenses, descendientes de jamaiquinos que buscaban mejores oportunidades y zarparon hacia el continente y, tras varias décadas, lograron comenzar a integrarse.
La naturalidad con que se representa el Caribe es inevitable cuando se filma allí. Con locaciones de filmación en el corazón del Caribe era difícil que salga mal. Nos ubican en el entorno adecuado para verse desarrollar esta historia, aunque al mismo tiempo el propósito de muchas de las escenas no avanzan el arco argumental. No es un gran problema, su duración de 73 minutos es apropiada.
Aquellos que esperan una historia que muestre la brutalidad del narcotráfico en su máximo esplendor o una fuerte manifestación política en oposición a la guerra contra las drogas saldrán decepcionados. Es una película costumbrista donde la relación con el narcotráfico ocurre de modo tangencial. La opción esta allí aunque la cámara no lo logre captar. Un pueblo caribeño que, circunstancialmente, se encuentra en un punto de paso de las drogas que se producen en América del Sur hacia México, y de allí a Estados Unidos.
La experiencia no puede volverse más realista. La directora Velásquez reclutó a todo un pueblo bañado en la costa caribeña. “Prácticamente todo el pueblo de Puerto Viejo está involucrado de una forma u otra en la película”, explica la directora en una entrevista al diario panameño La Prensa. Además, el trabajo actoral fue basado mayormente en la improvisación. Una apuesta quizás demasiado arriesgada para el incipiente cine costarricense.
Las actuaciones, sin embargo, no decepcionan. Especialmente la de Nató, cuyo sueño era convertirse en futbolista. Su hermano, quien vio su propia carrera con la pelota frustrada, está dispuesto a hacer todo lo posible para ayudarlo. Todo. Allí es cuando el narcotráfico aparece como una puerta de acceso al dinero fácil, aunque con consecuencias impredecibles, como lo refleja el film.
La situación económica de la región queda expuesta en esa imagen. Que la primera alternativa para lograr un sueño es recurrir al narcotráfico habla de un escaso abanico de opciones. La pobreza es otro de los temas del largometraje, aunque al igual que con los narcotraficantes, no es un tema per se sino que es otro factor que atraviesa de la vida diaria de Nató y su familia.
De todas maneras, la película llama la atención y despierta la curiosidad sobre estos y otros temas. No solo los males que acechan a la región debido a decisiones equivocadas de los Gobiernos es lo que refleja este película. También destaca la tradición e identidad afrocostarricense que el Caribe pretende mantener a través del lenguaje y la religión. El criollo o inglés afrolimonés está presente tan presente en la mesa familiar como en la iglesia, de rito protestante, heredado de su descendencia jamaiquina.
Los afrodescendientes en Costa Rica suman el 7,8% de la población, según el censo de 2011 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). En otras palabras, de los 4.301.712 ticos, más de 330.000 son de ascendencia africana. Su carácter minoritario, desde el punto de vista de la población negra, atenta contra las posibilidades de igualdad de derechos.
En estos tiempos, sin embargo, pocos son quienes buscan derechos, sino privilegios, participando de la carrera regulatoria que azota al país. Como es el caso de los intentos de lanzar un plan de salvataje para el sector turístico. Del igual modo que lo hizo Caroll Britton al exponer sobre derechos humanos “en clave afrodescendiente” ante la Defensoría de los Habitantes.
“Nos cuesta visibilizarnos hasta por medio de los datos y estadísticas simples”, explica Britton. Los reclamos por una ley que les otorgue la titularidad de sus propiedades, figuran entre sus principales exigencias Y probablemente tengan razón.
Esperaba encontrarme con otra cosa, pero Dos Aguas me sorprendió. Fue un viaje, al menos de un poco más de una hora, de regreso al Caribe Sur.