EnglishLegisladores argentinos vienen llevando adelante una guerra contra las decisiones personales de la gente. Disgustados de que opten por hábitos alimenticios que consideran insanos, pretenden obligar a los restaurantes a exhibir en sus menús la cantidad de calorías que contienen los alimentos que venden. Con mayor información, afirman, los clientes podrán tomar decisiones más “saludables” a la hora de comer.
Según la iniciativa, “los restaurantes de comida elaborada o rápida” deberán “informar tanto en la cartelera de promoción, como en las cartas de menús, el valor calórico que posee cada plato (…) con el mismo tamaño de letra que el nombre del mismo, fácilmente visible”.
En una demostración de que la arrogancia y la necedad no conocen de banderas políticas —al menos no en Argentina— todos los diputados presentes alzaron sus manos al unísono. Por unanimidad, la Cámara baja dio media sanción al proyecto el pasado 23 de septiembre y en los próximos días será el turno del Senado convertirlo en ley.
De esta manera “se pueden torcer (sic) los hábitos de los individuos hacia conductas nutricionales saludables, ayudando de esta manera a reducir los factores de riesgo de la obesidad al mínimo”, afirma el texto que acompaña a los nueve artículos que componen el proyecto.
Desde sus púlpitos, los diputados pregonan hábitos saludables. Como si su escaño les otorgara una sabiduría especial, fuera del alcance del ciudadano ordinario, están seguros de que con mayor información la gente tomará decisiones más racionales, en este caso ingerir menos calorías.
Por el momento, parecen quedar atrás (a veces) los días del paternalismo puro y duro, cuando los legisladores hubiesen propuesto directamente imponer un tope máximo en las calorías que contiene una comida o prohibir algunos tipos de alimentos para preservar a las personas de sus propias decisiones equivocadas, de su falta de autocontrol, o de la elección de estilos de vida que la mayoría observamos con horror: obesos, drogadictos o imprudentes que manejan sin casco.
En su lugar, la idea del llamado “paternalismo suave” o “paternalismo libertario” adquiere mayor preponderancia entre los encargados de diseñar políticas públicas.
Los profesores estadounidenses Cass Sunstein y Richard Thaler esbozaron esta idea en el libro Nudge, donde sostienen que con pequeños cambios, los individuos están más inclinados a tomar las “decisiones correctas” que de otra manera —influidos por sesgos cognitivos y los incentivos incorrectos— no tomarían. Así, la incorporación de la cantidad de calorías en los menús “empujaría” a uno a optar comidas con menos calorías, o por lo menos a llevar una cuenta de ellas y tomar conciencia acerca de la ingesta calórica diaria.
Entre gustos e incentivos
La idea podría funcionar para quienes tienen un par de kilos extras (ok, tenemos) y pretenden ponerse en forma para el venidero verano. La información adicional podría contribuir a llevar con más precisión un control sobre la cantidad de calorías que consumen con cada comida. Sin embargo, mi intuición me dice que en aquellos casos más graves de sobrepeso y obesidad, la inclusión del número de calorías al lado de la deliciosa descripción de un flan con dulce de leche o de la imagen de una hamburguesa doble, con queso cheddar y tocino, no generará súbitamente hábitos más saludables entre la gente.
Según estudios publicados en los últimos años, tras la experiencia en el estado de Nueva York, donde las calorías aparecen en los menús desde 2008, mi intuición parece estar en lo correcto.
El diputado olvidó considerar que a quienes les importa un bledo tener una dieta más sana, les seguirá importando un bledo cuántas calorías están ingiriendo
Por ejemplo, un estudio de la Universidad Carnegie Mellon, publicado en el American Journal of Public Health, reveló que incluso con mayor información sobre el contenido calórico de las comidas, la gente continúa optando por lo que les gusta, y no por lo que se supone que es más sano.
Julie Downs, una de las autoras del estudio, considera que este tipo de medidas son poco realistas. Señala que los legisladores cuando diseñan estas medidas no tienen en cuenta el proceso de pensamiento de los demás: “ellos piensan mucho sobre lo que comen. Piensan: ‘No voy a comer una hamburguesa gigante, papas fritas, y un batido para almorzar'”, afirma. Pero no todos tienen los mismos valores ni las mismas prioridades.
Otro estudio, publicado en 2011 en la Revista Internacional de la Obesidad, muestra que tras incorporar el número de calorías a los menús, la cantidad de calorías ingeridas no se modificó. Solo 9% de los consumidores tomaron en cuenta la información adicional a la hora de tomar decisiones alimenticias.
“Se pretende que el consumidor sepa qué cantidad de calorías se estarían ingiriendo”, afirman los fundamentos del proyecto de ley. Claro que el diputado olvidó considerar que a quienes les importa un bledo tener una dieta más sana, les seguirá importando un bledo cuántas calorías están ingiriendo.
Menos diversidad
Pero ¿a quién podría dañar más información a la hora de sentarse comer? En primer lugar, a los restaurantes. No solo deberán reimprimir sus menús y rearmar sus carteleras para incluir la nueva información, sino que además deberán someterse a mayores trámites burocráticos a la hora de elaborar un nuevo plato para ofrecer al público. Antes de lanzar una nueva creación culinaria (o agregarle unas rebanadas más de tocino a la hamburguesa) deberán someter al nuevo producto a costos tests en laboratorios nutricionales para poder determinar la cantidad de calorías que contiene cada comida y así brindar información precisa al público, como lo demanda la ley.
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Pero eso no es todo. ¿Qué sucederá con los pedidos fuera de menú? Si quiero mayonesa en vez de ketchup y salsa de chocolate en vez de dulce de leche sobre el helado, ¿tendrán que someter al laboratorio a todos los productos? ¿No podrán alterarse las recetas temporalmente a raíz de la falta de algún producto?
¿Y por qué no se ha ganado aún la batalla contra la obesidad si los snacks, galletitas, y tarros de dulce de leche ya incluyen en sus envases la cantidad de calorías que contienen desde hace años?
La nueva directiva no solo fracasará —como tantos de los intentos de la política de subordinar a los individuos a sus designios—, sino que nos dejará con menos elecciones, y una menor capacidad de elección, al contrario de lo que indica el proyecto de ley. Nadie que come 4.000 calorías al día (cuando el promedio recomendable es 2.000) y comida chatarra, cree que sus hábitos son sanos. No necesitan contar calorías para darse cuenta de lo obvio.
Si los diputados están preocupados por los excesos podrían comenzar por ellos mismos, y poner al Estado en ayunas de regulaciones e impuestos, y acompañar cada proyecto de ley con mayor información: como, por ejemplo, cuánto costará implementarlos, y cómo se pagará.