Para quien vivió en Brasil durante la presidencia de Fernando Collor de Mello, la frase “juicio político” no es ningún tabú. Pero quienes son demasiado jóvenes para recordarlo, deben saber que el “juicio político” no lo soluciona todo, y que la remoción de su cargo no es lo único que la presidente Dilma Rousseff podría enfrentar pronto.
Si le parece inédito el caso de la primera presidente mujer del país, acusada de participar en un enorme esquema de corrupción en la petrolera estatal Petrobras, debería saber que es nada más que una reproducción de lo que se vivió con Collor.
El primer juicio político de Brasil
El año 1992 trajo consigo jóvenes protestando en las calles con las caras pintadas.
Ellos pedían el fin anticipado del mandato de Collor, el primer presidente electo democráticamente luego del fin de la dictadura militar. Pero ellos no protestaban solo por el juicio político; la corrupción generalizada, la inflación desenfrenada, el congelamiento de precios y sueldos también contribuyeron a movilizar a una generación entera.
Así como la presidente Rousseff, Collor fue acusado de jugar un papel en el esquema que presuntamente utilizó su influencia política para obtener a cambio favores o tratos preferenciales para terceros. Como parte de su defensa, el entonces presidente habría pagado más de US$2 millones por documentos falsificados que no fueron de utilidad alguna.
Temeroso de lo que podría pasar si permanecía en el cargo, Collor renunció unas horas antes de que el Senado sesionara sobre el pedido de juicio político. Aún así, el juicio continuó, y 73 senadores votaron a favor de su remoción. Solo tres votaron en contra.
El mandato del primer presidente democráticamente electo de Brasil duró poco menos de dos años.
Revolución cultural: ¿Una consecuencia indeseada de las reformas económicas?
Collor seguramente perdió muchos simpatizantes cuando congeló buena parte de miles de cuentas bancarias. Pero su plan de privatizaciones de los años 90 ciertamente transformó la economía de Brasil y consolidó un sentimiento antiinflación entre la población para el resto de la década.
Al final del segundo mandato de Fernando Henrique Cardoso, el 34º presidente de Brasil, las empresas estatales vendidas por los gobiernos de Collor y Cardoso empezaron a ser más rentables a pesar del aumento de la deuda externa del país. Pero los largos años de la privatización y combate a la inflación provocaron efectos no deseados, que llevaron al resurgimiento de la izquierda política.
Entre los jóvenes se volvieron populares líderes del movimiento obrero como Luiz Inácio “Lula” Da Silva, y una entonces desconocida facción del Partido Democrático Laborista comenzaba a llamar la atención por sus posturas poco populistas.
El cambio cultural dio paso a una verdadera revolución política cuando en 2003 el sindicalista Lula alcanzó la presidencia. Los jóvenes volvieron a pintar sus rostros, pero esta vez para celebrar al “hombre del pueblo“.
Y “el hombre del pueblo” tenía muchos planes para Brasil, aunque estos no habrían de incluir al pueblo precisamente.
Lula, el presidente corrupto del pueblo
Algunos estiman que la corrupción es un “rasgo natural” del pueblo brasileño, pero la paciencia debe ser su antítesis.
Si se hubiese dado tiempo a los cambios iniciados con los gobiernos de Collor y Cardoso hacia una economía vagamente libre, tal vez la historia hubiese sido distinta. Con el paso de las décadas, la relajación de las políticas económicas habría dado el empujón necesario para que Brasil se convirtiera en un país realmente próspero. Pero la falta de paciencia generalizada tal vez haya sido el detalle que logró el resurgimiento de lo peor de las políticas socialistas.
La victoria de Lula es recordada por muchos como una segunda venida de Getúlio Vargas, el tirano populista que gobernó Brasil entre 1930 y 1945.
Su populismo y carisma le convirtieron en una estrella internacional, pero, con un gobierno de centro, no tenía el capital político suficiente para implementar su programa radical.
A Lula se le acusa de haber participado, durante sus dos mandatos (2003-2011), en escándalos de compra de votos, nepotismo y extorsión. Su programa de gastos en grandes proyectos de obras públicas y su pasado radical ocasionaron temor en el mercado. El valor de la moneda y la calificación del crédito de Brasil cayeron.
En lugar de impulsar programas de cuño socialista, el presidente Lula no tuvo otra que mantener un enfoque parecido al de su predecesor. Ya Dilma Rousseff no mantuvo las mismas políticas de centro. La protegida de Lula ganó las elecciones en 2011, pero muchos creen que fue la candidata escogida por ser la radical que, durante la dictadura militar, activó en movimientos considerados por muchos como terroristas.
Con Rousseff en el poder, Lula tendría la oportunidad de implantar su modelo socialista con mayor éxito, si el mercado cooperara. Pero, como sabemos, el mercado no responde bien al intervencionismo estatal.
Dilma Rousseff: Corrupción e ignorancia económica
Como presidente, Rousseff ha sido responsable de decisiones que aumentaron los impuestos, la inflación y las tasas de interés, lo que creó un descontento popular similar al que experimentó Collor en los años 90.
A diferencia de Lula, Rousseff no goza de simpatía entre el pueblo. Prueba de ello es que cuando surgieron acusaciones vinculándola a lo que es probablemente el mayor escándalo de corrupción en la historia de Brasil, miles de personas salieron a las calles a pedir su remoción del cargo.
Así como a Collor, a Rousseff se le vincula directamente a un caso de corrupción, pero debido a sus fueros, solo el Congreso puede iniciar el juicio político. A diferencia del caso que sacó a Collor, ahora los propios congresistas están implicados en el escándalo.
Si el dicho resulta cierto y estamos condenados a repetir los mismos errores por desconocer nuestra historia, el caso de Rousseff terminará como el de Collor. El clamor popular puede terminar en la renuncia y el fin de su gobierno poco popular, pero es probable que otro candidato con políticas tan o más intervencionistas como ella tome su lugar. La corrupción, como escribí anteriormente, es una consecuencia natural del intervencionismo estatal.
El aspecto emocional del populismo es sumamente atractivo en Brasil, pero la ignorancia económica que permea hasta los sectores conservadores hace que muchos liberales y economistas tengan pocas esperanzas en un cambio cultural drástico y repentino que conlleve un cambio político eficiente.
El juicio político es de hecho la mejor respuesta al desgobierno de Rousseff, pero no es la respuesta aislada que solucionará el problema subyacente. Es solo un parche.
Traducido por Daniel Duarte. Editado por Pedro García Otero