EnglishEl anuncio publicitario produce regocijo y provoca sentimiento de orgullo, inclusión y patriotismo. También representa un paradigma cultural que el gobierno de Canadá no defiende más.
La escena se desarrolla en una ciudad canadiense no identificada. Un grupo de desconocidos trabajan juntos para abrir un refrigerador lleno de cerveza. ¿La clave? Este solo se abrirá luego de que cierta frase se diga en seis distintos idiomas cierta afirmación.
¿La frase que desbloquea el refrigerador?: “Soy canadiense”.
La publicidad de la compañía canadiense de cerveza Molson Coors que fue transmitida en vísperas del Día de Canadá, empezaba con una sencilla pregunta: ¿qué hace a alguien canadiense? Para los grupos demográficos representados en el segmento y para muchos otros a lo largo de la nación, la respuesta ya no es tan sencilla.
El día de Canadá, 1 de julio, celebra la fecha de fundación de la nación, en 1867. También es una celebración de los valores, oportunidades, y libertades que no se encuentran en muchos otros países. Desafortunadamente, el Gobierno canadiense ha degradado recientemente estos sentimientos, haciéndolos cuestionables.
El comercial de Molson ejemplifica una imagen del país deseado y de lo que muchos canadienses todavía perciben: un modelo de diversidad. sin embargo, lo que realmente representa es un Canadá del que nos hemos alejado y al que deberíamos regresar.
La historia de Canadá, no muy distinta de otras naciones, esta llena de discriminación, xenofobia y de una no muy lejana extensión de la Gran Bretaña blanca y anglosajona. Uno no tiene que regresar a ver muy atrás para encontrar ejemplos impactantes.
La Ley de Inmigración China, la cual prohibió todas la formas de migración china desde 1923; la Reclusión Japonesa, la cual consideró la detención de Japoneses-Canadienses durante la Segunda Guerra Mundial; y la ahora infame frase “ninguno es demasiado”, que denota la política del Gobierno hacia los judíos refugiados durante ese mismo periodo —tres de las acciones más atroces y racistas en el pasado de nuestro país. Las últimas dos fueron causadas por el miedo, durante los tiempos de guerra.
Al igual, y de forma escalofriante, la ley C-24 —la cual ha creado una segunda clase de ciudadanos al permitir la revocación de la ciudadanía por primera vez en la historia del país— fue aprobada el mes pasado, con una visión comparable a la de aquellos tiempos. La diferencia notoria entre la Canadá de ahora y la de ese entonces es que la versión actual pretende públicamente ser una nación inclusiva y receptiva. Sus acciones gubernamentales dicen todo lo contrario.
En 2006, el actual primer ministro canadiense, Stephen Harper emitió en la Cámara de los Comunes una largamente debida disculpa hacia la comunidad chino-canadiense por las más de seis décadas de lo que él llamó “medidas maliciosas” de Canadá en contra de ellos. “Esto fue una gran injusticia”, confesó en ese momento. “Tenemos la responsabilidad colectiva de construir un país basado firmemente en la noción de igualdad de oportunidades, sin importar la raza o etnia de origen”.
¿Quién va a pedir disculpas por la ley C-24 y por todas sus consecuencias en los años por venir?
“La cultura occidental no es una cultura compasiva. Es una cultura de enseñar a la gente a lograr el éxito individual”, señalaba recientemente Jean Vanier, al Huffington Post al considerar la situación de los grupos minoritarios. El escritor canadiense, humanitarista y fundador de la caridad L’Arche decía que “a todos se les alienta a llegar arriba de la escalera, a ganar, a hacer dinero”.
El gobierno de Harper ha creado escaleras de primera y segunda clase, y cada una de ellas se dirige a direcciones muy distintas. La dirección hacia la cual el primer ministro esta dirigiendo al país ahora es severamente segregacionista. La discriminación para negar la ciudadanía es una cosa; la discriminación para revocarla en un tema completamente diferente.
Algunos afirman que la ley es tolerable porque solo castiga lo horrible, a los traidores. Están equivocados.
Aquí pueden leer más detalles de la nueva ley, pero las tres áreas que acarrean la amenaza de revocación de la ciudadanía incluyen traición, espionaje y terrorismo. Además de insultante, degradante y de relegar a los canadienses actuales a segunda clase —violando un derecho fundamental que este país lo ha defendido por décadas— la ambigüedad y la dependencia de funcionarios, cortes extranjeras y sistemas judiciales de otros países, son lamentables.
Omar Khadr, el nativo de Toronto e infame “niño soldado” que mató al sargento estadounidense Christopher Speer en Afganistán en 2002, cuando tenía 15 años, es el ejemplo utilizado para la nueva ley. Debido a tecnicismos en la ley egipcia, Khadr, de padre egipcio, pudo ser despojado de la ciudadanía canadiense a pesar de no haber puesto jamás un pie en Egipto. ¿Khadr es un héroe? Ciertamente no. ¿Es canadiense? Sí.
Menos directo e incluso más perturbador es el caso del periodista canadiense Mohamed Fahmy. El ciudadano nacionalizado canadiense, periodista ganador de premios y antiguo jefe de la oficina de Al Jazeera English en Egipto fue condenado, con dos colegas no canadienses, por una corte egipcia, bajo cargos de terrorismo, en 2013, en un juicio que ha sido internacionalmente decretado una farsa. Ahora en medio de un nuevo proceso, el Gobierno conservador ha declarado que no va a invocar la ley su caso. Como sea, teniendo en consideración ambos ejemplos, se genera preocupación y se revelan las posibilidades de abuso de poder por parte del Estado.
La herencia cultural de Canadá se ha perdido; el Gobierno ya no está alineado con lo que creíamos era el “canadianismo” en términos de inclusión. La ley C-24 tiende más a la Canadá jerárquica-racial de 1923 y no a una de 2015.
Para el Día de Canadá, Molson preguntó qué hace a alguien canadiense. Mientras sigamos avanzando como una sociedad, debemos preguntarnos a nosotros mismos cada día una pregunta más importante: ¿qué tipo de nación queremos ser? ¿Una como la que nos sugiere la historia, o esa que nosotros ya creemos que somos? Hay, y siempre debe haber, un solo tipo de nacionalidad canadiense.