EnglishSiempre se ha dicho que las segundas partes no son buenas, al menos eso es lo que en general se escucha de las películas. Si es cierto o no, quedará a criterio de cada uno, pero lo que sí es claro es que, en el caso del gobierno de la Presidenta chilena Michelle Bachelet, sí se esta cumpliendo lo que dice el refrán popular.
Al menos, eso es lo que reflejan tanto las cifras como el clima de opinión que se vive en Chile durante los últimos meses.
Al iniciar su gobierno el 11 de marzo pasado, la presidenta anunció 56 medidas que debían cumplirse durante los primeros cien días de gobierno. Hay que reconocer que la mayoría de ellas se han cumplido. Sin embargo, cumplir lo prometido no significa sinónimo de éxito, o que las cosas vayan bien. Aunque sí, debemos decir, marca una diferencia respecto de cómo fue el proceso de instalación del gobierno de Sebastián Piñera. A diferencia de su antecesor, Bachelet se instaló mucho más rápido, tuvo claridad en la conformación de sus equipos, y a la fecha éstos tienen mucho más claridad respecto a qué hacer y están más empoderados que el gobierno anterior.
Ahora bien, en estos cien primeros días, quizás la principal característica es el ambiente de enfrentamiento que se vive en el país. La temperatura ambiente subió. Se percibe una crispación en la discusión, hay una falta de diálogo, así como también se evidencia una incapacidad para escuchar a quien opina distinto. Para muchos ya se habla de la fractura, o si se quiere, de la ruptura de los consensos que a partir del retorno a la democracia a comienzos de los 90 le dieron estabilidad a Chile.
La tónica se ha impuesto desde el propio Palacio de Gobierno —La Moneda—, en una agenda que está más comprometida con un planteamiento ideológico refundacional, que con el deseo de continuar con el crecimiento que nos ha caracterizado durante las últimas décadas.
Es cierto que para bailar se necesitan dos, y en este caso debiera ser el gobierno y la oposición, pero a falta de esta última –que más bien está enfrentada en una guerrilla interna– ha sido el Ejecutivo quien ha puesto el ritmo y estilo de la música, que ciertamente ha sido muy distinto a lo que estábamos habituados. Hasta ahora, no habíamos visto un “relato” que, desde el propio gobierno, demonizara al adversario incluso con campañas de publicidad, como se hizo con el vídeo sobre la Reforma Tributaria. La retórica de las consignas se apoderó del oficialismo, tomando cada vez más fuerza la idea de culpar por todo al “modelo neoliberal heredado de la dictadura”, e intentando dejar sin efecto varias de las medidas que implementó su antecesor. Que dicho sea de paso, un “modelo” que la propia Nueva Mayoría –ex Concertación– administró durante casi 20 años (1990-2010), legitimándolo en democracia y permitiéndole sacarse “el pecado original” de haber sido impuesto en una dictadura.
Pero eso no es todo. Las cifras también reafirman la creencia que, hasta ahora, las segundas partes no son buenas. Las importaciones de bienes de capital han caído en un 22%, el índice de producción industrial cayó en un 5,3%, las manufacturas bajaron en un 7,5%, mientras que el crecimiento una vez proyectado entre el 3% y 4% hoy se estima entre 2,5% y 3,5% del PIB. Subió el precio de las viviendas, y la tasa de desempleo se mantiene alrededor del 6,1%, pero con un ritmo menor en el crecimiento del empleo. ¿Qué significan estas cifras? Básicamente que el país esta bajo una incertidumbre. Por primera vez, desde que se retomó la tasa de crecimiento a mediados de los 80, en Chile no hay certezas. El “no sabemos que va a pasar” se ha instalado en la opinión pública, y con especial fuerza en los grandes ejes de las reformas que se han propuesto: Educación, Impuestos y Nueva Constitución.
¿Qué pasará con la educación? No sabemos. Un discurso que se inició bajo la demanda de educación de calidad y gratuita hoy está concentrado en el traspaso de la propiedad de los colegios subvencionados desde manos privadas al Estado. El propio Presidente de la Democracia Cristiana –partido de la coalición gobernante–, Ignacio Walker, criticó al Ministerio de Educación diciendo que no entendía por qué este Ministerio se convirtió en una corredora de propiedades. Bajo la consigna ideológica, se critica el lucro, a los sostenedores, pero nada se dice de calidad y están ausentes los grandes actores involucrados: profesores, padres y los propios estudiantes.
En materia de reforma tributaria tampoco hay claridad. Existe unanimidad respecto de que faltan estudios serios que consideren el impacto real de las reformas. El Ministro de Hacienda no da espacios para el diálogo, la Cámara de Diputados dio un triste espectáculo al no discutir seriamente lo que se estaba votando, y se aprobó porque “así debía ser”. Otra vez la consigna se apoderó del debate: “Los ricos deben pagar más”, “debemos ser más igualitarios”, todo lo cual genera incertidumbre, especialmente en los pequeños y medianos empresarios, que son por lo general los grandes afectados.
El tercer eje, el de la reforma constitucional vía Asamblea Constituyente, por ahora está detenido, pero no congelado, pues como afirmó un destacado profesor que apoya el gobierno: “Esta se debe cambiar por las buenas o por las malas”.
Bachelet sabe que tiene poco tiempo, y que debe aprovechar la luna de miel para hacer los cambios que desea, apostando en ello todo su capital político. Aunque se equivocan quienes interpretan que el haber ganado la elección presidencial les da derecho a arrasar con la minoría que perdió, al menos así no se gobierna en democracia. Pero más allá de ello, no debe olvidarse que los chilenos más bien votaron por Bachelet y no por su programa de gobierno. Se dejaron seducir por su carisma, cercanía y simpatía con la gente, y la construcción del mito de que su gobierno anterior había sido bueno.
En una editorial del domingo 15 de junio, el diario La Tercera señaló: “La urgencia… ha jugado en contra de la calidad y la prolijidad de las decisiones. El uso de las mayorías ha terminado por construir una imagen de escasa disposición al diálogo, bien condimentada por la abundancia de metáforas poco afortunadas, como aplanadoras y retroexcavadoras”.
Desde que en 1975 se puso en marcha del plan de recuperación económica que significó el despegue del país, Chile –salvo breves períodos– ha recorrido un sólido camino de progreso. Pero hoy está enfrentado en una disyuntiva que lo mueve desde el consenso a la encrucijada. ¿Será que está sufriendo de la crisis de los 40 años? Esa crisis de la mediana edad que nos pone a prueba para ver si somos capaces de dar el salto a la madurez.
Si la segunda parte será buena o no, por ahora no es definitivo. Esperemos que sea como esas películas que comienzan mal, pero que poco a poco nos van cautivando y terminan con un gran final. Por ahora, seguiremos observando desde la plaza pública.