EnglishHana Fischer es una apasionada de los temas filosóficos, políticos y económicos. Tiene la suerte —muy pocos dirían desgracia— de residir en Montevideo, Uruguay. Es investigadora, columnista de PanAm Post y autora de Democracia o dictadura de las mayorías (también disponible para el Kindle), editado por Grito Sagrado, la casa que trajo por primera vez los libros de Ayn Rand a Argentina.
Fischer cree en la espontaneidad social, y en que debe permitirse la experimentación a pequeña escala (como sucede con los proyectos de ciudades privadas) fuera del Estado, “porque el Estado tiende a centralizar todo”.
La escritora no titubea cuando afirma que no se conoce al verdadero Pepe Mujica. “El mundo fuera de Uruguay no conoce tan a fondo como nosotros a José Mujica, y podemos asegurar que se parece a Chávez, en el sentido de que larga 50 ideas por día. Está todo el día en los medios de prensa y dice cualquier cosa”.
Polémicamente, dice que no apoya el proyecto de legalizar la marihuana. Para ella, la ley debería tener un solo artículo, “el de liberalizar”: el Estado no debe regularla ni involucrarse de manera alguna con el consumo de la planta. Todos somos adultos, ¿o no?
¿Por qué molestarse con la democracia, cuando parece conducir inevitablemente a la tiranía de la mayoría —como Bastiat explicó ya en el siglo XIX?
La democracia —como toda construcción humana— es un sistema imperfecto pero perfectible. Tal como está concebida, y funciona actualmente, tiende a conducir a la tiranía de las mayorías. Desde ese punto de vista coincido con la apreciación de Frédéric Bastiat. No obstante, no necesariamente debe ser así. Y es por esa razón que bien vale la pena el esforzarse por ir paulatinamente mejorándola.
El punto crucial es, ¿qué significa mejorarla? No dudo que el llamado “Estado benefactor” y la idea de “tratar en forma desigual a los desiguales” tuvieron origen en buenas intenciones. Sin embargo, eso condujo a la desigualdad ante la ley, un mal causante de grandes injusticias. No debemos olvidar que la conquista de “la igualdad ante la ley” fue uno de los frutos más preciados de La Ilustración.
Se supone que la democracia es “el gobierno del pueblo”, que los “gobernantes están al servicio de sus representados”, y eso es una fantasía. Los gobernantes y autoridades están detrás de sus propios intereses (…)
Mejorar la calidad de la democracia significa abolir por completo los privi-legios (“leyes-privadas”). Entre ellos puedo mencionar el hecho de que algunos grupos o empresarios estén exentos de pagar ciertos impuestos, o que normas diferentes rijan según si uno pertenece a la órbita pública o la privada.
Además, que la ley común se aplique a todos por igual, incluso a los gobernantes. Eso significa entre otras cosas, que se juzgue con la misma vara las acciones de los particulares y la de las autoridades. Por ejemplo, si alguien me cobra por un servicio que no me brinda, es considerado “estafa” o “fraude”. Entonces, ¿por qué razón cuando los gobernantes nos cobran impuestos por un servicio que no nos brindan (podríamos mencionar el mantener las calles en buen estado o la seguridad pública) no se les aplica la misma tipificación?
Otra cosa importante sería evitar los políticos profesionales. No permitiría que alguien fuera parlamentario por más de dos períodos. El saber que en poco tiempo ellos mismos deberán someterse a las leyes que han aprobado, sería un buen antídoto contra las malas y/o abusivas leyes.
Añadiría a lo anterior, la abolición de las listas “sábanas” porque salen electas personas que los electores nunca soñaron en votar. A mi modo de ver, ese sistema es una burla hacia los ciudadanos. Además, con ese método el poder no reside en la nación sino en los líderes partidarios, ya que al ser ellos los que determinan el “lugar” de cada candidato en esas listas, es a ellos a quienes hay que agradar, y no a los votantes.
Desde mi punto de vista lo ideal sería que las circunscripciones electorales fueran pequeñas, para que la gente pueda conocer “cara a cara” a los candidatos para los diversos cargos electivos.
Si la democracia hace redundante la monarquía, ¿cuál es el sistema que haría redundante a la democracia?
Es posible apreciar que la monarquía en ciertas partes del mundo convive armoniosamente con la democracia. Es el caso de las monarquías constitucionales como las de Gran Bretaña, Holanda, Noruega, etc, etc, lugares donde por cierto la calidad de vida es muy buena.
Yo no comparto la opinión de que la democracia haya hecho redundante a la monarquía. El quid de la cuestión está en los fundamentos sobre los que están construidas las instituciones y la forma en que funcionan en los hechos. Hay democracias tiránicas (caso Venezuela o Argentina) y también monarquías tiránicas. Democracia y monarquía no son antitéticas.
¿Por qué existe una fe tan fuerte en la democracia, cuando ha fallado tantas veces, y cuando sus “representantes” tan a menudo han desafiado los intereses y deseos de sus electores?
Creo que la mejor respuesta a esa pregunta es la que dio Winston Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”.
Lo anteriormente dicho no significa que como ciudadanos no debamos estar siempre atentos para preservarla e incluso, mejorarla. En modo alguno debe llevar a la complacencia o dar por hecho que las instituciones democráticas —o más bien republicanas— se cuidarán por sí solas.
¿Cuáles son los canales por los cuales una democracia desemboca en una demagogia?
La razón profunda por la cual una democracia desemboca en una demagogia ya fue explicada con claridad por Aristóteles en su obra La política. Analizando esta forma de gobierno, él señala que hay cinco clases de democracia. Explica que en cuatro de ellas, los ciudadanos no siempre tienen todos los mismos derechos políticos, pero de cualquier forma lo que las asemeja, es que en esos cuatro tipos “la ley reina soberanamente”.
Aristóteles afirma que en las democracias en que la ley gobierna, no hay demagogos, sino que corre a cargo de los ciudadanos más respetados la dirección del Estado. Asevera que los demagogos sólo aparecen allí donde la ley ha perdido soberanía. El pueblo entonces se convierte en un verdadero monarca, único, compuesto por la mayoría, que reina, no individualmente, sino en cuerpo. Y expone que “tan pronto como el pueblo es monarca, pretende obrar como tal, porque sacude el yugo de la ley y se hace déspota”. Y a partir de ese momento, los aduladores del pueblo, o sea los demagogos, tienen un gran partido.
¿Qué opina de la frase de Jorge Luis Borges que define a la democracia como “una superstición muy difundida, un abuso de la estadística”?
Lo que Jorge Luis Borges dice no hay tomárselo a la ligera. Es alguien que nunca se queda en la superficie de las cosas y dice muchas “verdades inconvenientes”. Siempre me ha quedado la duda de si este autor argentino es un escritor que hace filosofía o un filósofo que expresa sus ideas a través de la literatura. De cualquier forma que sea, es alguien que siempre me deja pensando.
Le quitaría a los políticos y gobernantes la potestad de intervenir en la esfera económica a cualquier nivel. (…) Y como dice el dicho popular, “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Con respecto a su definición de la democracia, es una propia de un individualista. Aquí conviene aclarar que en mi concepción, un individualista es aquel que defiende al individuo. Es decir a la persona humana y su dignidad intrínseca frente al avasallante colectivismo o corporativismo.
Yo interpreto que Borges al decir que es una “superstición”, quiere destacar algo obvio: Se supone que la democracia es “el gobierno del pueblo”, que los “gobernantes están al servicio de sus representados”, y eso es una fantasía. Los gobernantes y autoridades están detrás de sus propios intereses, y se respaldan en ciertos grupos. Hay un intercambio de favores entre ambos: apoyo político por prebendas y privilegios.
Por “abuso de la estadística” entiendo que en opinión de Borges, el hecho que la mayoría piense algo, no significa que esté en lo cierto. Además, con cierta frecuencia vemos que es un mecanismo que muchos gobernantes con vocación autoritaria utilizan para imponer medidas antirrepublicanas. El problema es que el sentido de la democracia se ha desvirtuado. En su origen era simplemente un modo para elegir a los gobernantes y decidir en ciertos asuntos que concernían a todos. Pero ahora se ha trasladado ese mecanismo a esferas impropias, muchas veces incluso avasallando derechos y libertades individuales.
¿Es posible evitar la influencia de intereses especiales y buscadores de rentas en un sistema democrático?
A mi modo de ver la fórmula es muy sencilla. Le quitaría a los políticos y gobernantes la potestad de intervenir en la esfera económica a cualquier nivel. Estaría absolutamente prohibida la existencia de empresas públicas comerciales o industriales de cualquier índole. Y como dice el dicho popular, “muerto el perro, se acabó la rabia”.