EnglishSe enfermó de dengue pocos kilómetros antes de llegar a las ruinas mayas de Tikal en Guatemala. Vivió casi un año en Indonesia, recorrió los pueblos más recónditos de China y vio las auroras boreales en Suecia.
Va demostrando por el mundo que se puede vivir viajando. Se llama Aniko Villalba, nació en Argentina y es comunicadora social devenida en viajera, en escritora y fotógrafa. Tres personalidades que coexisten y que la convierten una de las blogueras de viajes más conocidas y respetadas en toda América Latina y España.
Aniko es además emprendedora, autoeditó su propio libro Días de viaje, que reúne las experiencias más impactantes de su viajes “por ahí”. Conversó con PanAm Post sobre la dualidad de la soledad de ser escritora con la adrenalina de ser viajera, y sobre lo más relevante de su primer amor, Latinoamérica.
¿Por qué decidiste viajar sin fecha de regreso ni pasaje de vuelta?
Yo empecé a viajar en 2008. Apenas terminé de estudiar comunicación social y no es que se me ocurrió de un día para el otro, sino que siempre me gustó. Durante mi infancia viajé con mi familia por América y dentro de Argentina; me encantaba eso de ir a otro lugar, conocer gente distinta, sentía que me abría mucho la cabeza.
Siempre tuve el sueño de dar la vuelta al mundo, supongo que como mucha gente, es un sueño bastante común.
Lo que me pasaba era que mucha gente me decía que era imposible. Cuando contaba este sueño me traban de ingenua, me decían “todos queremos viajar pero hay que trabajar, tenés que ahorrar plata y después te vas 15 días de vacaciones como la gente normal”.
Pero yo me decía, trabajar todo el año para irte solo 15 días… ¿Por qué no puede ser al revés? O, como quería yo, trabajar mientras viajás, combinar el viaje con el trabajo.
Cuando lo conté me desalentaron más de lo que me alentaron y por distintos motivos. Algunos porque sentían que iba a desperdiciar mi vida. Me decían: “con lo bien que te fue en la facultad vos estás para hacer carrera en una empresa”.
Otros se preocupaban porque era mujer, entonces me decían: “¿Cómo te vas a ir sola? ¿No ves lo peligroso que es el mundo? ¿Vos no ves acaso las noticias? Sos una inconsciente”.
Y por último estaban aquellos que me preguntaban, “¿pero de qué vas a vivir?” y los que me decían que estaba loca.
¿Qué es lo que te impulsó a viajar?
Yo veía que había gente que lo lograba. Al principio mis modelos eran solo gente importante. Lo veía al fotógrafo Steve McCurry, y no tenía ejemplos reales fuera de estas personas. Quizás me faltaba eso, todavía no había muchos blogs de viajes. No había mucha gente común que viajaba.
El boom de los blogs de viaje fue después. Tenía muchos ejemplos de gente que lo hacía, pero de los que yo conocía eran todos hombres, por lo que me seguía dando miedo el hecho de ser mujer.
Pero mis ganas eran más fuertes. Siempre sentí que me gustaba más trabajar de forma independiente, decir “yo quiero que acá sea mi oficina”. Quizás mañana quiero que sea en otro lado.
¿Cuáles son las principales similitudes y diferencias que tenemos los latinoamericanos?
El idioma en común nos une; está muy bueno poder viajar a los países vecinos y entenderte. Porque si bien uno puede hablar inglés, no es lo mismo hablar tu idioma que hablar uno intermedio o no poder comunicarte, como me pasaba en algunos pueblitos de Asia. El idioma te permite conectar mucho más, tener conversaciones más profundas.
Tenemos una historia, un pasado en común, que nos dejó la mezcla europea con la latinoamericana como se ve en la arquitectura colonial. Ya eso nos hace homogéneos.
A su vez creo que tenemos nuestras diferencias. Cada país tiene su cultura. Vas a un país y se desayuna tal cosa, vas al país de al lado y desayunan una cosa totalmente distinta. También una misma palabra puede significar algo totalmente opuesto en otro país.
En Perú la gente es ruidosa; hablan fuerte, están siempre escuchando música. Lima es una capital bulliciosa. Me acuerdo cuando crucé de Perú a Ecuador porque me llamó muchísimo la atención que Ecuador es mucho más tranquilo, pasan otra música, todo es más tranquilo.
En Lima las combis pasan cumbia, y en el sur de Ecuador pasaban una música más romántica, más clásica. Uno cruza una frontera y se da cuenta de que son dos mundos distintos.
Bolivia también, es un país del silencio, sobretodo en el Altiplano. La gente quizás es más tímida, o más reservada en comparación con Perú, donde te habla todo el mundo. En Colombia me sorprendió lo amable que es la gente, lo bien que tratan al turista, con respeto.
¿Qué momentos eufóricos y de temor has tenido durante tu primer viaje?
Tuve más momentos de euforia que de temor. Todas esas historias de terror que me habían contado vi que no se cumplían, o al menos era muy difícil que se cumplieran.
Uno de los lugares que más me impactó es Gula Yala, en Panamá. Son 365 islas, habitadas por una comunidad indígena. Yo ahí llegue porque crucé en velero desde Colombia a Panamá y me quedé en esas islas un par de días. Son islas de postal, con la arena y las palmeras y con la gente que es muy tradicional, muy coloridas. Ellos mantienen su idioma, su educación, su cultura.
Quizás lo peor que pasé viajando por América Latina fue con mi amiga Belén (quien escribe). La última frontera que pasamos juntas fue la de Nicaragua-Honduras por el cruce de Guasaule, camino a la ciudad hondureña de Choluteca.
Nos llevó a la frontera un minibus hasta el límite y ahí había que caminar hasta el puesto fronterizo. Nos encontramos con unas bicitaxis, pero éramos las únicas mujeres allí. Todos los presentes nos decían cosas muy contradictorias.
Me acuerdo de una persona que nos dijo que era policía, pero estaba vestido de civil, y otra que nos decía que él no era policía, que mentía.
Decidimos tomarnos las bicitaxis porque el camino era bastante largo. Uno de ellos nos dijo, “si a ustedes las matan, nosotros no las vamos a enterrar”. Nos asustamos por no ser de ahí y no conocer sus códigos.
Editado por Daniel Duarte.