Uno puede entender y hablar perfecto el español, pero si uno se sumerge en el mundo financiero ilegal de Argentina necesitará sin duda un nuevo glosario.
“Me voy a una cueva que necesito comprar dólares para llevarme a Chile”, le dijo una empleada administrativa que trabaja en la economía informal a esta cronista.
En el microcentro de Buenos Aires, al menos, una “cueva” es un lugar físico que opera dinero ilegal o negro de terceras personas y no está regulado por el Banco Central. Entre sus servicios están la venta de dólares blue (a cotización libre), el envío al exterior o el servicio de traer los dólares de una cuenta de afuera a la Argentina, con el cobro de una comisión de por medio.
¿Pero cómo realizan estas operaciones las cuevas financieras fuera del circuito legal de transferencias de divisas? El diario El Cronista de Argentina explica que realizan lo que los cueveros denominaron un “clearing groncho”.
Los grandes bancos del exterior cierran cuentas bancarias cuando descubren algún indicio que pueda vincular a esa cuenta con lavado de dinero u otro tipo de delito. Entonces, los operadores argentinos decidieron empezar a “cruzar las cuentas” de sus clientes.
Eso funciona así: Si una persona necesita ingresar dinero a la Argentina y tiene dólares, por ejemplo, en una cuenta en el exterior, los operadores le dan instrucciones de depositar esa divisa en la cuenta de otro cliente que necesita sacar los dólares de Argentina y ponerlos en el exterior. El círculo se cierra completo cuando el que envió los dólares a la cuenta afuera recibe los pesos en efectivo en el país. El “clearing groncho” cobra su comisión.
Quien decide hacer esta operación sabe que el riesgo es alto y que no tiene protección legal de ningún tipo en el caso de ser estafado.
¿Pero quienes son aquellos que realizan este tipo de transacciones? Pues, no hay una identidad definida. Puede ser desde un abuelo jubilado que desea llevar sus dólares a una cuenta en Ginebra hasta uno que maneja alguna red de drogas, un empresario o un abogado, un futbolista o un enfermero.
Muchos empresarios u oportunistas realizan operaciones en la bolsa, compran bonos en pesos en Argentina y los venden afuera, obteniendo así dólares legales. Gran parte de esos dólares adquiridos afuera entran al país nuevamente por vías marginales (ilegales).
Lo más caro de todo es traer dinero al país, por este servicio las financieras ilegales cobran entre 4 y 6 por ciento de comisión, alentadas por la diferencia en la brecha entre el dólar oficial (hoy AR$9,30) con el dólar libre (AR$15).
El cepo cambiario
El mercado cambiario en Argentina no es libre. Desde octubre de 2011 el Gobierno comenzó una férrea supervisión de las operaciones de compra y venta de dólares dentro del país.
El Banco Central de la República Argentina llegó a prohibir en julio de 2012 la compra de dólares para ahorrar y el Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) pedía declaraciones juradas para comprar dólares para turismo. Luego, el 24 de enero de 2014, se flexibilizó el cepo y se le permitió comprar dólares para ahorrar a aquellos que cumplan ciertos requisitos y tengan la autorización del ente recaudador. Eso dejó a miles de argentinos que trabajan en la economía informal fuera de la posibilidad de comprar el dólar oficial.
Todo esto sucedió en un contexto de alta incertidumbre y una inflación creciente, que hoy ronda el 38 por ciento anual, según estimaciones de consultoras privadas.
Los operadores mayoristas se quedan con unos US$600 mil por día como parte de su comisión de un negocio que mueve alrededor de US$20 millones diarios.
Un mundo clandestino
En medio de todo esto, y siendo 2015 un año electoral, el Gobierno arma cada tanto operativos de allanamientos en cuevas del downtown porteño. Por miedo a que aparezcan policías, muchas financieras clandestinas cambian de oficina cada mes, al igual que sus números telefónicos. También trabajan con laptops que se llevan a sus respectivas casas cuando cae el sol.
En este submundo financiero están asimismo los llamados “portavalores”, que son aquellos trabajadores de financieras que, vestidos con un jean y campera, mueven el efectivo de una oficina a otra.
En algunas financieras, se advierten carteles de avisos de dónde evitar estacionar con el auto, porque, como todos andan cargados con bolsos y mochilas llenos de efectivo se han producidos reiterados robos.