EnglishEl ALBA, “Alianza Bolivariana de los pueblos de nuestra América”, es una asociación de naciones americanas que se creó a partir de un acuerdo, firmado en 2004, entre los presidentes de Cuba y Venezuela — en ese entonces Fidel Castro y Hugo Chávez. A este pacto inicial se fueron sumando luego los otros países del grupo de populismos de izquierda que seguían el liderazgo de Chávez: Bolivia, en el 2006, Nicaragua al año siguiente, y Ecuador en 2009. También se sumaron al ALBA Honduras, cuando era presidente de ese país Manuel Zelaya, y tres pequeñas naciones caribeñas: Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y las Granadinas, las cuales tienen acuerdos petroleros que les garantizan el pago diferido de las compras que realizan a la empresa petrolera de Venezuela.
El ALBA, que también adopta el nombre de “Alternativa Bolivariana para América”, ha realizado varias cumbres entre los jefes de estado de los países que la integran. La XII Cumbre se realizó hace pocas semanas en Guayaquil, Ecuador, y estuvo presidida por Rafael Correa, mandatario de ese país. Más allá de estos fríos datos conviene recordar que, durante algunos años, el ALBA representó el esfuerzo personal de Hugo Chávez para constituir un bloque de naciones que diera a sus políticas una resonancia internacional. El ALBA se manifestó siempre como antiimperialista, propugnó una política de nacionalismo económico y atacó con virulencia al llamado neoliberalismo, al que acusó de casi todos los males de nuestras naciones.
Con los recursos financieros que provenían de los altos precios del petróleo, y que el régimen chavista usaba (y usa) a discreción, Chávez logró concitar el apoyo de varias naciones de la región: aportó fondos para llevar al poder a sus aliados en diversos países, trató de desestabilizar a otros, ofreció condiciones favorables para la compra del hidrocarburo a pequeñas naciones de Centroamérica y el Caribe y, en conjunto, creó un bloque que llegó a presentarse como una instancia de poder importante en la región. Pero ahora se han sucedido algunos hechos que están produciendo el acelerado debilitamiento del ALBA.
El primero, decisivo, es la desaparición del líder indiscutido de la alianza, el carismático Chávez. Sin él, como se puede apreciar ahora, el grupo de países nucleados en el ALBA carece de una figura capaz de agitar el escenario internacional y mostrar el rumbo a seguir, pues ninguno de los mandatarios tiene el magnetismo personal — y los recursos — que poseía el caudillo venezolano. La otra circunstancia que pesa negativamente en los destinos del ALBA es que Venezuela, a pesar de que los precios petroleros se sostienen alrededor de valores bastante altos, afronta sin embargo una situación económica verdaderamente difícil. Las políticas socialistas, el despilfarro y la corrupción han creado en ese país una auténtica crisis, pues escasean las divisas, se producen agudos desabastecimientos y la inflación se ha disparado a niveles que empobrecen severamente a la mayoría de sus habitantes.
Los principales países del ALBA, con bastante prudencia, han evadido las peores políticas económicas del chavismo. Bolivia, por ejemplo, sigue una conservadora política fiscal, Nicaragua trata de atraer inversiones y mantener la estabilidad de su moneda y Cuba, el punto de referencia para todas las políticas socialistas en América, ha emprendido ahora un camino de reformas que la va alejando lentamente de los extremos a los que había llegado durante el medio siglo en que gobernó Fidel Castro. Su hermano Raúl, heredero del poder, trata de revitalizar su economía con algunas medidas de apertura pues, sin el fuerte aporte financiero de Venezuela, Cuba es incapaz de mantenerse por sí misma y garantizar la mínima subsistencia para sus pobladores.
El mismo Rafael Correa ha evitado caer en los excesos del socialismo venezolano: ha mantenido la dolarización del país, que crece económicamente a tasas del 4-5 por ciento anual, y ha manifestado su oposición, en la última cumbre del ALBA, a ese “fundamentalismo indigenista” que se opone a toda explotación de los recursos naturales y propugna un ecologismo radical que detiene por completo el progreso.
Así las cosas el ALBA, como tantas otras estructuras supranacionales, parece ir cayendo rápidamente en la intrascendencia. No tiene un líder carismático que sobresalga entre los presidentes de las naciones que la integran, no posee una fuente de ingresos como las que en su momento le ofrecieron los venezolanos y, por último, no posee siquiera una visión ideológica compartida. Las inclinaciones socialistas de Evo Morales, Rafael Correa o Daniel Ortega se expresan a veces en declaraciones altisonantes pero, en los hechos, estos gobiernos se tienden a apartar bastante claramente de ese socialismo que tanto ha contribuido a la pobreza de nuestro continente.