EnglishTodos saben que Brasil está inmersa en una crisis política y económica, cuyas ramificaciones han llevado al inicio del enjuiciamiento de la presidenta Dilma Rousseff la semana pasada.
Pero lo que usted no sabrá leyendo las noticias es que el gobernante Partido de los Trabajadores ha estado hundido hasta el cuello en la corrupción por más de una década. Debajo de la aparentemente próspera superficia, una cohorte de políticos hambrientos de poder han estado inflando los presupuestos y saqueando las arcas estatales para financiar sus campañas políticas, y debilitar las instituciones.
El escándalo de los sobornos que envuelve a la petrolera estatal Petrobras, y que investigadores develaron en 2014, el escándalo de corrupción más grande que haya conocido el país, es solo la guinda del postre. Abrió una caja de Pandora que reveló que el “milagro brasileño”, como el de tantos otros Gobiernos populistas latinoamericanos a los que les soplaban los vientos a favor, era, realmente, un espejismo.
La economía brasileña ha entrado oficialmente en recesión; la inflación ha alcanzado doble dígito, el desempleo está elevándose y las agencias crediticias han degradado la deuda de Brasil al estatus de bonos basura. En el ranking de competitividad más reciente del Foro Económico Mundial, Brasil cayó 18 puestos —más que ninguna otra nación. Las empresas están escapando a las naciones vecinas.
No siempre es fácil rastrear el origen de los problemas económicos y políticos de un país. Algunos factores, como el enlentecimiento de la economía china, son externos; pero la falta de adopción de políticas adecuadas recae sobre los hombros del gobernante PT, que ha gobernado Brasil desde 2003. Más aún: el enjuiciamiento resultante del escándalo Petrobras ha causado que algunas de las empresas más grandes del país dejen de funcionar.
Para obtener una vision del daño que se le ha causado a Brasil, uno solo necesita leer el libro del historiador Marco Antonio Villa Década Perdida: Diez años del PT en el Poder, que suministra un recuento, año por año, de las tres administraciones del PT, de enero de 2003 a diciembre de 2013.
A pesar de una retórica relativamente vitriólica, Villa muestra, convincentemente, como el Partido de los Trabajadores abandonó hace mucho tiempo sus ideales de justicia social, y se convirtió en, simplemente, otra mafia, cuya única meta es mantenerse en el poder.
Bonito cuento, Lula
El ascenso al poder del PT es una historia que los medios aman contar: Su líder más prominente, Luíz Inácio Lula da Silva, un exobrero metalúrgico de la pobre y rural región norteña de Brasil, era el desvalido que conquistó la presidencia en 2002, tras tres intentos fallidos.
Sin embargo, en lugar de aplicar reformas en favor del proletariado, Lula se apoyó en el éxito de las políticas liberales de su predecesor, al que por años había acusado de “neoliberal”. Nombró a Antonio Palocci como ministro de Finanzas, un médico amado por la oposición que, a pesar de ser un antiguo líder sindical trotskista, mantuvo muchas de las medidas de austeridad.
“Todo el mundo sabe que nunca acepté la etiqueta de izquierdista”, habría dicho Lula muy poco tiempo después de juramentarse como presidente, en enero de 2003. Como candidato presidencial, suscribió una Carta Abierta al Pueblo Brasileño, para calmar los temores de los mercados financieros de que él transformaría la economía.
Los socialistas del partido se sintieron tan traicionados por las concesiones del Gobierno a los tradicionales partidos “burgueses”, como el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) y el Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que abandonaron el PT. Otros, como la senadora Heloísa Helena, serían expulsados del partido más tarde, por no seguir la línea oficial en temas como la reforma previsional.
El juicio político que no fue
Varios escándalos sacudieron profundamente a la administración de Lula. El primero llegó apenas acabado su primer año de Gobierno, en febrero de 2004. Un asesor clave del Jefe del Gabinete de Lula José Dirceu fue capturado, en video, extorsionando a un empresario de casinos a nombre del partido de Gobierno.
Pero el caso más grande llegó un año después, y golpeó a los aliados más cercanos a Lula. Los medios brasileños revelaron que el propio Dirceu, nuevamente, era la mente maestra detrás de un esquema de compra de votos en el Congreso, conocido como el Mensalão (la mensualidad). La Corte Suprema, eventualmente, lo llevaría a prisión, junto con el presidente y el tesorero del PT de ese momento.
La Década Perdida arguye que la oposición creyó que Lula estaba también implicado, pero decidió no llevarlo a juicio político porque temía que esto afectara a la economía. En lugar de ello, contaban con que los escándalos debilitarían su imagen y causarían la derrota del Partido de los Trabajadores en las elecciones presidenciales de 2006.
Fue un error que le costó a la oposición las siguientes tres presidencias, y una crisis económica mucho peor más adelante.
Cuando Dirceu presentó su renuncia como jefe de Gabinete, asumió en su lugar Dilma Rousseff y esta empezó su auge hasta llegar a la presidencia en 2011.
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El balance del PT
Los analistas adoran mencionar que el PT sacó a millones de personas de la pobreza, pero la verdad nunca es tan simple. La pobreza y la inequidad comenzaron a descender en 2001, antes de que Lula fuera electo. Condiciones favorables de los mercados, un boom demográfico y un aumento en la educación probablemente tuvieron más que ver con el incremento del PIB brasileño durante los primeros años de Gobierno.
Los programas sociales del PT ciertamente jugaron un papel para aliviar la extrema pobreza. Sin embargo, estos se parecían más a la suerte de transferencias condicionadas que Friedrich Hayek o Milton Friedman hubieran respaldado, y no a las limosnas populistas implementadas en países como Venezuela y Argentina.
La lección que se desprende de la década perdida de Brasil, indica Villa, es que no se necesita ser un aventurero socialista, al estilo de Nicolás Maduro, para destrozar un país. La corrupción hace que las naciones pierdan oportunidades, y socavan la confianza de manera similar al intervencionismo directo, aún si en oportunidades toma mucho tiempo en manifestarse.
Cuando se expande el tamaño del Estado y el crecimiento económico se basa en obras públicas que emplean a millones de personas, se está invitando a que escándalos frustren estos planes.
Pocos esperaban que la crisis brasileña se saliera de control hasta este punto. Si los brasileños tienen suerte, la crisis se contendrá con la salida de Rousseff. Y si son listos, no elegirán a otro presidente que les promete soluciones sencillas a los muy complicados problemas del país.