Le tiene miedo a la Cicih
Por Nelson Tabora
Desde el mismo momento en que era presidente del Congreso Nacional, debió haberse hecho lo imposible para no permitir que este señor llegase a la presidencia. Con sus medidas populistas y un discurso poco creíble ha envuelto y comprado a muchas personas en nuestro país, que antes tenían otra visión de lo que debe ser el mandato claro de un presidente.
Pero ante tantos acontecimientos precedidos de constantes violaciones a nuestra Constitución por parte de él y su más cercano grupo de serviles partidarios y otros socios estratégicos coludidos con la corrupción, se ha producido una reacción inimaginable en la historia de Honduras. El movimiento social de los Indignados, en el cual participan compatriotas de las diferentes clases sociales, a nivel nacional y fenomenalmente alrededor del mundo, nunca antes había logrado causar tal efecto, y únicamente es atribuible a que nuestra población despertó ante tanto acto de corrupción, no exclusivo del partido en el Gobierno.
La población necesita y exige justicia, como bien dice el Sr. Juan Orlando Hernandez; caiga quien caiga. Para el hondureño pensante y honesto, la solución a todos estos problemas que afectan a nuestro país pasa por la renuncia del presidente, porque es precisamente él quien ha causado los más graves problemas de corrupción del momento, interviniendo en los otros poderes del Estado, que antes eran soberanos y que ahora únicamente funcionan como oficinas privadas del presidente.
Pero ha hecho lo imposible para que a nuestro país no venga a instalarse la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Honduras (Cicih). La población entera está clara de que este proceso tiene que llevarse a cabo, no importa el tiempo que tarde. El sentido es que la mayoría de hondureños honestos urgen y exigen que no sean nuestras instituciones en estado de coma las que sigan impartiendo justicia a conveniencia de corruptos y corruptores.
Es por eso que la Cicih debe judicializar y castigar, a todo aquel que esté coludido con actos de corrupción; por supuesto, siguiendo el debido proceso. Sin embargo, es un enorme riesgo para el señor presidente complacernos, porque está muy claro que allí saldrán muchas cosas que nuestro pueblo no le perdonaría a relucir.
Por eso es necesario que JOH renuncie, para darle oxígeno y transparencia a un país que en manos de los Gobiernos “democráticos” ha sido saqueado y usado como plataforma para enriquecer a unas pocas familias, que se han concentrado en el poder, y que hacen lo que quieren con este país.
Los hondureños no le tememos a los procesos de cambio. El presidente debe renunciar y dejarnos a las personas honestas construir un nuevo país, digno de nuestras nuevas generaciones, y dejando de lado la clase política y corrupta que ya nos ha hecho demasiado daño.
¿Por qué no la Cicih, señor Juan Orlando Hernández? ¿Cuál es el miedo? Aún está a tiempo.
Nelson Tabora es hondureño, licenciado en Comercio Internacional y residente en Santa Rosa De Copan. Es miembro del Partido Anti-Corrupción de Honduras (PAC). Síguelo en @nelsontabora.
La institucionalidad no regresa
Por Ilan Flores
EnglishLa renuncia esencialmente es una decisión unilateral que reside en el sujeto. Abandonar o continuar, en su cometido, es un juicio moral que debe promover el individuo internamente y no un efecto de la violencia.
En el contexto social, es inaceptable la renuncia de un servidor público escogido democráticamente, cuando este es llamado a rendir cuentas por sus acciones. Constitucionalmente, es un deber del ciudadano desempeñar los cargos de elección popular salvo excusa o renuncia con causa justificada.
En la escena laboral, se maneja el término “despido” cuando un empleado no llena nuestras expectativas o son improductivos para nuestra organización. En el código penal se estilan “penas” para quien defraude al Estado. Ciertamente, renunciar no es una “pena” ni mucho menos castigo.
Desde junio pasado, Juan Orlando Hernández enfrenta una arremetida sostenida de varias fracciones políticas, exigiendo que renuncie, al mismo tiempo que otros lo instan a combatir la impunidad, solicitando una comisión internacional a las Naciones Unidas para investigar y judicializar los casos de corrupción, apoyada con fondos del congreso estadounidense.
¿Qué debe hacer el hombre como animal político? ¿Renunciar? o ¿Corregir el rumbo?
Con la renuncia de Hernández, ¿se renovaría la república? ¿Los millones de lempiras dilapidados? ¿Las vidas sacrificadas? ¿El respeto de la opinión internacional e interés comercial?
Finalmente, ¿se renovaría la institucionalidad en nuestro país? Son muchas las interrogantes y pocas las certezas.
La renuncia es un acto de elevada autonomía moral. También puede ser visto como un acto de valentía, como en el caso del antiguo jefe del estado Vaticano. ¿Es posible fortalecer las instituciones democráticas? ¿Construir la independencia del poder judicial? ¿Establecer de facto una cultura de constante evaluación a los actos de los funcionarios? ¿Evitar penosos episodios de polarización en la sociedad civil y descrédito de Honduras como unidad políticamente consolidada?
La renuncia vendrá únicamente de la condensación ética de las virtudes en los funcionarios electos popularmente; un presidente hondureño ya fallecido hablaba de una “Revolución Moral”. La armonía se teje con la aguja de la democracia.
Recordemos que el aspecto económico no es menos importante en vista que las próximas elecciones se perfilan con una factura de al menos 1.800 millones de Lempiras. Esta cifra se arroja tomando como guía las últimas elecciones, de hace apenas 18 meses; se prevé que los votantes deberán financiar las elecciones internas de los partidos políticos frente la incorporación de la nueva figura del “Referendo Revocatorio”, en atención a que la actual legislación manda que los designados presidenciales (vicepresidentes) sean los próximos jefes de Estado.
Como bien escribió Antoine de Saint-Exupéry en El Principito:
Entonces, ¿cómo librarse de ese peligro?. —Es una cuestión de disciplina – explicaba el Principito-. De rutina. Cuando uno termina de asearse por la mañana, tiene que asear también cuidadosamente su planeta. Hay que arrancar con regularidad esos pequeños arbustos por donde crecen ya los baobabs, cuidando de distinguirlos bien de los rosales. Porque los rosales son buenos, hermosos. Mientras que los baobabs son peligrosos. Es un trabajo muy fastidioso, pero fácil.
Los baobabs son árboles gigantescos, titanes cuyas raíces colapsarían un planeta tan pequeño como el suyo, hasta hacerlo explotar y desaparecer.
Ilan Flores es egresado de ciencias jurídicas y sociales, portavoz de Honduran Young Arbitrators (HYA) y ex becario de la Foundation for Economic Education (FEE). Aboga por sociedades globales más libres y prósperas. Síguelo en @YAlberto.