Ver más allá del mecanismo
Por Arduino Tomasi
Las actuales discusiones en Ecuador sobre los efectos de la reelección sin límites no surgen en el vacío: el movimiento oficialista Alianza País propuso un proyecto de enmienda constitucional —ahora en trámite legislativo— para, entre otras cosas, eliminar los términos fijos en los que una persona puede ocupar un cargo de elección popular. Ese texto de enmienda no se introduce en un contexto de debate académico; el interés político es que el presidente Rafael Correa pueda reelegirse.
Es posible discutir sobre la reelección, pero sin olvidar desde dónde se discute: no hay texto sin contexto. Y tampoco se puede dejar de considerar su equivalente: que la oposición discursiva a la idea de la reelección funciona como plataforma útil para ciertos políticos.
De allí el que, creo, es un sobredimensionamiento de sus efectos. Por ejemplo: de no aprobarse la enmienda, ¿serían buenas noticias para la democracia?
La respuesta no es clara. En Ecuador, la Constitución anterior a la vigente ya contemplaba la reelección indefinida con la sola excepción del cargo de presidente. Y durante los diez años que estuvo vigente esa Constitución, el país vivió su peor período de gobernabilidad. Si algo sugiere nuestra historia política es que la tarea de ingeniería institucional va mucho más allá de un solo mecanismo.
En modelos formales clásicos de ciencias políticas, una predicción teórica es que el mecanismo de reelección (por lo que implica en cuanto a salario, ego, etc.) es un incentivo que puede beneficiar a los votantes. Por ejemplo, Ferraz y Finan analizaron municipalidades de Brasil y encontraron que alcaldes en su primer período —con posibilidad de reelegirse— fueron 27% menos corruptos que los alcaldes en su segundo —y último— período; y calculan que ese mecanismo evitó el desvío de USD$160 millones de fondos públicos.
Pero lo interesante de ese estudio es otro de sus hallazgos: en municipalidades con gran presencia de medios de comunicación y agentes fiscales independientes, alcaldes en su segundo período se comportaron virtualmente de la misma manera que alcaldes en su primer período. La lección normativa es intuitiva: la reelección puede tener efectos deseables, siempre que se acompañe de otros mecanismos institucionales (como evitar la colusión de los políticos con el poder judicial).
En diseños institucionales como el ecuatoriano, existen temas estructurales que no se solucionan con términos fijos. Por ejemplo, Tsebelis y Alemán (2005) mencionan como prerrogativa presidencial típica en los sistemas presidenciales de América Latina su poder de agenda-setters condicionales:
En Ecuador —como en otros países de la región—, el presidente puede no solo intervenir en procesos legislativos a través de facultades reactivas como el veto (que activa el estatus quo); posee, también, facultades “positivas” que le permiten introducir reformas a proyectos legislativos que se convierten en ley por default si una mayoría calificada de legisladores no las rechaza.
Esa prerrogativa le da al Ejecutivo una mayor discreción que no es capturada por la literatura tradicional de separación de poderes. Ese sería, por ejemplo, un tema estructural con incidencia directa en las dinámicas del Ejecutivo y Legislativo.
En Ecuador —como en Venezuela—, se reanudan las discusiones sobre diseños institucionales. El que la reelección ocupe la centralidad de esas discusiones obedece no tanto a su importancia para la salud democrática, como a la conveniencia en tanto vehículo útil para movilizar fuerzas.
No debe desperdiciarse la oportunidad de discutir temas mayores.
Arduino Tomasi es un politólogo ecuatoriano, candidato a máster en Ciencias Políticas y Economía Política en la London School of Economics. Síguelo en @arduinotomasia.
Sicopatía del imprescindible
Por Aparicio Caicedo
EnglishEn 1878, Porfirio Díaz llegó a la presidencia de México con el lema “sufragio efectivo, no reelección”. Cumplió con su principal promesa de campaña: constitucionalizar el principio de no reelección. Y efectivamente se fue una vez terminado el mandato. Pero como seguía la posibilidad de regresar pasado un periodo, se postuló de nuevo para las elecciones de 1884, y ganó. Solo que esta vez advirtió, como para apaciguar su mala conciencia: “Hoy vuelvo a ser presidente y no podré volver a serlo”. Al poco tiempo promovió una reforma que permitió por primera vez la reelección presidencial indefinida. Salió del poder 27 años después.
Tan traumática fue la lección para México, que hasta el día de hoy sus leyes prohíben la reelección presidencial. Sin excepciones. El tema es tabú allá. No se toca.
¿Por qué ha pasado lo mismo una y otra vez desde entonces en América Latina? ¿Por qué personajes tan variopintos ideológicamente como Alberto Fujimori, Álvaro Uribe o Rafael Correa, por mencionar los más paradigmáticos, parecen paridos por la misma madre cuando de reelección se habla?
Obviamente, el ánimo de perpetuación en el poder no es cuestión de tendencia ideológica, sino de naturaleza humana. Resulta de una suma de desviaciones psicológicas que afecta generalmente a líderes que han recibido gran apoyo electoral, que se ven a sí mismos como imprescindibles héroes de una gesta aún inacabada, cuyos bienaventurados proyectos no pueden quedar inconclusos por meros límites formales o temporales.
El resultado político de dejarse llevar por tales delirios se ha demostrado siempre desastroso, cuando no trágico. Para constatar, basta con recorrer unos cuantos casos geográficamente cercanos y relativamente recientes, de los que poco se habla.
Fue Alberto Fujimori —y no Hugo Chávez, como algunos piensan—, quien marcó la pauta que hoy siguen los caudillos del socialismo andino. En 1992, el “Chino” disolvió el Congreso peruano e intervino en las instituciones judiciales. Promovió, mediante una asamblea constituyente dominada por sus adeptos, una nueva Constitución que permitió la reelección inmediata. Gracias a ello, se presentó a la reelección en 1995. Ganó aplastantemente.
Tan solo un año después, los legisladores peruanos aprobaron una controvertida ley interpretativa que computaba el segundo periodo presidencial de Fujimori como el primero bajo la nueva Constitución, permitiéndole presentarse a una tercera elección en el 2000. Cuando el Tribunal Constitucional intentó parar este sinsentido, los congresistas oficialistas destituyeron a los magistrados disidentes. Volvió a ganar. Pero al poco tiempo terminó autoexiliado en Japón, acorralado por escándalos de corrupción, espionaje y crisis económica.
Perú aprendió la lección: se aprobó una ley que prohíbe hasta hoy la reelección inmediata del Presidente de la República.
En 2004, el entonces presidente colombiano, Álvaro Uribe, promovió una reforma a la carta fundamental que permitió la reelección inmediata por una sola vez. Se postuló el año siguiente y arrasó en las urnas. En 2009, sus fieles en el parlamento promovieron una reforma constitucional para abrir la posibilidad de un tercer mandato. Contaban con amplio apoyo popular. No obstante, esta vez la Corte Constitucional colombiana obstruyó la iniciativa. Señaló que permitir una segunda reelección significaría un cambio que trastocaría equilibrios esenciales del Estado de Derecho y el sistema democrático, y que por tanto requeriría de una asamblea constituyente para realizarse.
Colombia también aprendió la lección: hace poco se prohibió terminantemente la reelección presidencial mediante una reforma constitucional.
Y se repite la historia en Ecuador. Rafael Correa no busca modificar la Constitución siguiendo libretos ideológicos, sino por los mismos efectos psicopáticos del poder que motivaron a Díaz, Uribe, Fujimori o Chávez. Esa misma mutación psíquica explica cómo lo que fue un eje de la Constitución de Montecristi —la reelección por una sola vez— y de la propia obra legislativa del bloque de Alianza País —hoy, por ejemplo, ni los rectores de universidades privadas en Ecuador pueden reelegirse más de una vez—, se convirtió súbitamente en una “institución burguesa”.
Es por esto que debemos impedir que se apruebe esa enmienda ilegítima que permitiría la reelección presidencial indefinida en Ecuador. Esa es una lección que la historia nos deja clara, una lección sin lugar a lecturas simplonas de la democracia de quienes olvidan, por ingenuidad o conveniencia, que el poder necesita límites institucionales que nos protejan de los cuadros psicopáticos que generan los delirios mesiánicos.
Aparicio Caicedo es ecuatoriano, Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra. Es autor de El new deal del comercio global. Síguelo en @AparicioCC.
[yop_poll id=”7″]