Que el latino tiene características únicas es innegable. Cuando se ha crecido entre la adversidad, la resiliencia pasa a ser un atributo casi genético. Pero, como en todo, hay rasgos no tan positivos. O 100% negativos, como lo es el fanatismo hacia la ideología política.
Aquí en América Latina se llora por un líder político, algo impensable en cualquier otro punto del globo —dejando de lado las pasiones que Kim Jong-Un obliga a despertar. Hoy, en el mundo civilizado, es un disparate, pues no hay otro término que valga, mezclar las emociones personales con el acto de raciocinio que debería ser la libre elección de un administrador público.
La izquierda y la derecha —discúlpenme el uso de tan obsoletos términos— han manipulado emocionalmente a las masas desde que el mundo es mundo. La derecha infunde miedo y la izquierda cultiva en los individuos (que dejan de ser tales voluntariamente) los sentimientos más viles del ser humano: la envidia, el resentimiento socio-económico, la frustración, el “si yo no tengo ni uno es porque tú tienes dos”; en fin.
Pero la izquierda es hoy mucho más exitosa que la derecha cuando de manejar eso del sentir se trata. Invita a sus seguidores a ser parte de esa siempre justa entelequia que es el “pueblo”, de “la conciencia de clase”. La izquierda te da espíritu de lucha, ¿y quién no quiere a un luchador? La izquierda cuenta un cuento de hadas maravilloso en el que el malo (el empresario, el rico, el explotador, la multinacional, el mercado, el consumismo, el capitalista) está claramente identificado y hay que combatirlo —porque eso es lo que los luchadores hacen: combaten.
La semana anterior escribí una columna de opinión sobre la mentira que representa el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica. Recibí críticas varias y eso ni me molestó, ni muchos menos me llamó la atención. Pero sí me entristeció leer tantos mensajes en los que, lisa y llanamente, se lo defendía con euforia. Me refiero a la misma euforia con la que se hincha, en un ámbito mucho más apropiado, por un cuadro de fútbol. Y la euforia lleva al combate (repasemos lo de “lucha”) y el combate al agravio personal.
A mí me duele la pobreza, no la riqueza. A mí me lastima el hambre, no la abundancia. A la izquierda sí le molestan las posesiones (de los demás)
Por supuesto que no escribo estas líneas para denunciar “maltratos verbales”, sino para ilustrar lo que la izquierda ha logrado: dividirnos. Me llaman “cheta“, “nena rica” y especulan sobre mi pasado propio de clase alta en el que no tuve contacto con la realidad. Nada de eso es cierto, pero no les importa, porque la verdad en sí no importa: yo no soy de izquierda y por lo tanto no pertenezco al pueblo; soy mala, egoísta, codiciosa e ignorante.
Ah, porque la izquierda se apoderó hace un buen tiempo también de la élite intelectual: quien no es de izquierda, evidentemente no es inteligente ni culto, y todo lo ignora (o al menos no posee los conocimientos “correctos”) . Así no, América Latina, así no.
Ésto no es un versus. La “no izquierda”, que no necesariamente es derecha, también quiere lo mejor para su país. Divididos no avanzamos. El apartheid político debe terminar hoy. ¡No debió haber comenzado jamás! Los chetos escuchan tal o cual música y el pueblo otra. Lo mismo se extiende al ocio, a las modas, a la vida toda. Unos por un lado, ignorándolo todo, y los otros en una esfera más elevada de justicia social y resistencia.
Y este fenómeno se extiende a lo largo de todo el continente. No me pasa a mí por escribir. Se hace cada día más corriente, más socialmente aceptado. Quien no vote a la izquierda será deshumanizado y reducido a lo que obviamente es, un monstruo —o un ignorante, reitero.
[adrotate group=”7″]Mujica disparó nuevamente contra el consumismo y el capitalismo. Tener no está mal, afirma ahora, pero tener mucho sí. Comparó a la vida con la guerrilla, campo en el que es experto (volvemos al combate) y mira con desprecio a las posesiones. Él debe estar convencidísimo de que si hay gente descalza es por mi mezquindad infinita de tener más de tres pares de zapatos.
A mí el exceso de posesiones no me molesta ni ofende. Quien pueda, que tenga cuanto antoje. Será por esta terquedad mía de creer en la libertad del individuo.
A mí me duele la pobreza, no la riqueza. A mí me lastima el hambre, no la abundancia. A la izquierda sí le molestan las posesiones. Irónicamente, mientras el expresidente realizaba tales declaraciones, el vicepresidente uruguayo Raúl Sendic (también de izquierda, quien fundiese en el Gobierno de Mujica un monopolio estatal sin consecuencia alguna) chocaba su Audi —automóvil como bien sabemos, popular al extremo— en un balneario de la costa, por no respetar un cartel de Pare.
¡Ay, América Latina! ¿Qué será de ti, de tus contradicciones, y de todo aquello que te niegas a ver? La izquierda es dueña y señora del “divide y reinarás”, y un continente entero es prueba de ello.
Priscila Guinovart es docente, bloguera y escritora. Ha vivido en Londres y Santiago de Chile, donde escribió su libro La cabeza de Dios. Una luchadora incansable por la causa de la libertad, vive en su nativa Uruguay desde 2014. Síguela @PrisUY.