Por Luis Guillermo Vélez Álvarez
La semana pasada, la periodista colombiana Vicky Dávila, entonces directora del programa de radio La F.M. Noticias, de la cadena RCN, publicó un vídeo que mostraba una conversación “íntima” entre Carlos Ferro, exsenador y entonces viceministro del Interior, con un capitán de la Policía Nacional de Colombia.
El impacto del vídeo sobre la opinión pública condujo a la renuncia de Ferro del viceministerio y a la caída del general Rodolfo Palomino, quien comandaba la policía y ya estaba implicado en un escándalo por la existencia de “una red de prostitución masculina que supuestamente operaba dentro de la institución y el Congreso de Colombia”.
No obstante, la misma Vicky Dávila tuvo que renunciar a su cargo en La F.M., siendo cuestionada su ética periodística por haber divulgado un vídeo que supuestamente violaba la intimidad de los involucrados.
La publicación del vídeo, sin embargo, era relevante teniendo en cuenta el contexto en el que se produce. La divulgación no es un hecho aislado. Se hace en el marco de una investigación periodística de varios meses que está tratando de demostrar la existencia de situaciones de corrupción y conductas inadecuadas al interior de la policía.
El vídeo permite establecer, a propósito de ese asunto, una relación entre la policía y el Congreso, como quiera que en el momento de la grabación el señor involucrado y su interlocutor eran un congresista en ejercicio y un miembro activo de la policía. El vídeo en cuestión es un indicio que debía llevar a indagaciones más profundas, a la búsqueda de nuevos elementos probatorios.
Esto es lo que han debido hacer los colegas periodistas de Vicky, en lugar de lanzarse a condenarla, de manera casi unánime, con argumentos falaces sobre el respeto a la intimidad personal.
La condena a Vicky Dávila por parte de la mayor parte de sus colegas pone de manifiesto una tremenda hipocresía y, lo que es más grave aún, una profunda incomprensión sobre el significado y fundamento de la libertad de prensa.
El señor en cuestión es un homosexual que al parecer ha ocultado su condición a su familia y a sus allegados. De no ser así no habría razón para el escándalo que se armó.
Por supuesto, que la decisión de reconocerse públicamente como homosexual es algo que concierne exclusivamente al señor congresista. Al no hacerlo ha decido comportarse como un hipócrita; eso es asunto suyo. Vicky Dávila no tenía por qué saber ni le tenía que importar si el señor era un homosexual vergonzante o no.
En el contexto de la situación este es el asunto de menor importancia. Al convertirlo en el más relevante no se está haciendo otra cosa que llevar la hipocresía —no la intimidad—, al rango de derecho humano. De paso han enterrado una investigación que debía llevar a poner de manifiesto la grave crisis interna de la policía y la seguridad ciudadana.
Pasemos ahora a lo que realmente es importante. Creo que en este asunto lo que está en juego es el significado de la libertad de prensa y, en general, de la libertad de expresión.
En una entrevista concedida a la periodista Patricia Janiot, el Presidente de la República manifestó, a manera de pregunta, que la divulgación del video no era una forma adecuada de hacer periodismo. La señora Janiot confesó no haber visto el video. Posteriormente, toda una serie de encumbrados periodistas salieron a suscribir el juicio presidencial sobre la forma de hacer periodismo.
A mi juicio, el Presidente no tiene por qué emitir ningún juicio sobre la forma de hacer periodismo de Vicky Dávila o de cualquier otro periodista. Aunque parece insignificante, esta es una intromisión en la libertad de prensa de la misma naturaleza que las de un Rafael Correa o un Nicolás Maduro, que no disculpa el hecho de que haya querido matizarla diciendo que esa opinión la expresaba “como periodista”.
Pues no, no hay disculpa alguna. El Presidente de la República no deja nunca de ser el presidente y todo lo que diga o haga lo hace desde esa condición y tiene las implicaciones que de ella se derivan. Muy seguramente Carlos Julio Ardila, propietario de RCN, tuvo en cuenta esta opinión al momento de pedirle la renuncia a Vicky Dávila.
A mí en general no me gusta el periodismo de Vicky Dávila, casi nunca la escucho. Pero, como economista, considero que la actividad de los periodistas y en general de los intelectuales debe llevarse a cabo en la libertad de lo que podemos llamar, siguiendo a Ronald Coase, “el mercado de las ideas”.
En todo campo, hay profesionales que están en condiciones de decir qué es lo “correcto”. Pero no todas las ideas en el mercado, precisamente por ser mercado, serán “correctas”. No obstante, el error, la vulgaridad y la imprudencia se toleran porque la libertad de prensa y expresión es uno de los valores fundamentales de Occidente. Es decir, debe haber una libertad total en el mercado de las ideas.
Como escribió el filósofo político Alexis de Tocqueville:
Confieso que no tengo por la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que sentimos por las cosas soberanamente buenas por naturaleza. La amo por la consideración de los males que ella evita más que por los beneficios que produce.
Tocqueville no era ningún tonto y sabía muy bien que los periodistas no eran ningunos santos y que su poder era considerable:
En América, la prensa tiene los mismos gustos destructores que en Francia, y la misma violencia sin las mismas causas de su cólera. En América como en Francia ella es esa potencia extraordinaria, extraña mezcla de bienes y de males, que no puede vivir sin la libertad y con la cual el orden establecido apenas puede mantenerse.
Él no creía que pudiera existir una “prensa libre, pero responsable”, que siempre tuviera en cuenta “el respeto a la intimidad” y a “las buenas maneras”. En otras palabras, Tocqueville rechazaba todas las tonterías de buen gusto que hoy se estilan para amordazar la prensa:
En materia de prensa no hay realmente término medio entre la servidumbre y la licencia. Para recoger los bienes inestimables que asegura la libertad de prensa, hay que saber someterse a los males inevitables que hace nacer.
Sigo a Tocqueville al pie de la letra. La prensa debe ser totalmente libre, aunque caiga en la licencia. Por eso, cuando el Presidente de la República juzga a Vicky Dávila, está atentando contra la libertad de prensa.
Sus colegas periodistas, empezando por la encumbrada señora Janiot, en lugar de unirse al Presidente y propagar el cuento de la intimidad y todo lo demás, han debido denunciar esa intromisión contra la libertad de prensa y ponerse al lado de Vicky Dávila.
Luis Guillermo Vélez Álvarez es economista y docente de la Universidad EAFIT de Colombia. Síguelo en@LuisGuillermoVl.