EnglishPor Luis Enrique Ponce Goyochea
Argentina y sus principales acreedores internacionales llegaron a un acuerdo por USD $4.65 mil millones después de una larga disputa acerca del incumplimiento del pago de bonos soberanos.
A primera vista, el acuerdo de Argentina con los “holdouts” — aquellos bonistas que no habían aceptado participar en acuerdos previos para renegociar la deuda argentina — pone fin a un incumplimiento de más de quince años, lo cual parece ser una victoria mayor para el país, el cual recupera su habilidad de emitir deuda con bajas tasas de interés en los mercados financieros internacionales.
Esto, sin embargo, es solo una apariencia inmediata. Falta analizar lo “no visto”, como recomendaba el economista francés Frédéric Bastiat. Es decir, lo que se ve es que Argentina podrá salir de los años oscuros, cuando no tenía acceso a los mercados internacionales y era considerado una economía periférica y ni siquiera emergente.
Tras el reciente acuerdo logrado por el Presidente Mauricio Macri, la habilidad de Argentina para emitir bonos soberanos con menor riesgo relativo a su deuda beneficia también a las firmas privadas argentinas que buscan emitir deuda corporativa. Estas también tendrán acceso a los mercados financieros internacionales a un costo mucho menor que antes.
No obstante, lo que usualmente no se ve es que tal acceso a tasas de interés más bajas no es un fin por sí mismo. En esencia, es una manera de posicionar a Argentina estratégicamente en cuanto a las relaciones internacionales; el país podrá restablecer tratados de libre comercio bilaterales o multilaterales con Estados Unidos y la Unión Europea, por ejemplo.
En este sentido, el fin real del regreso de Argentina a los mercados financieros globales es la libertad económica realizada a través de la apertura comercial. Visto de manera empírica, de hecho, el comercio conduce al progreso para cualquier nación, mientras que el aislamiento conduce al declive institucional y, por ende, al deterioro del ambiente para hacer negocios. Es inevitable que un país aislado de los mercados globales pierda el flujo de inversión.
Esto es precisamente lo que causó que Argentina descendiera de categoría y se ubicara entre los mercados periféricos, donde la acompañaban países con calificaciones crediticias tan malas que inevitablemente tienen que pagar tasas de intereses más altas para obtener acceso a los mercados financieros.
El caso argentino deja lecciones muy claras. El país ha incumplido los pagos de su deuda en cuatro ocasiones durante las últimas tres décadas: en 1982, después de las políticas de Martínez de Hoz y Lorenzo Sigaut, ministros de economía de facto de 1976 a 1981; en 1989, después del Plan Austral que lanzó el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), el cual terminó con hiperinflación y con la Ley de Convertibilidad del peso en 1991; en el 2001, tras la crisis fiscal que conllevó a la primera devaluación oficial del peso; y en el 2014, cuando el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le declaró la guerra a los “fondos buitre”.
Esta historia crediticia tan inestable demuestra un desempeño claramente volátil de Argentina, con un incumplimiento en el pago de la deuda cada década en promedio.
En términos de capital inversión: ¿quién quisiera invertir en una compañía que seguramente se quebrará al menos una vez cada diez años? Tal compañía no solo no tendría acceso alguno a los mercados financieros, sino que tampoco podría operar. Sin duda alguna, es imposible para cualquier individuo, compañía o país vivir sobrepasando sistemáticamente su capacidad de pago. Y Argentina, por supuesto, no está exenta de tales reglas de los negocios o las finanzas.
Así que el reciente éxito de Argentina al reintegrarse a los mercados financieros globales es una victoria que pone al país de nuevo en el mapa de la economía mundial. Pero no saldremos de la estanflación — es decir, los altísimos niveles actuales de inflación y desempleo junto al bajo nivel de producción — simplemente al incrementar la deuda y el gasto público.
El gobierno se debe concentrar en reducir el gasto público, y se debe asegurar de que este no afecte a la inversión privada y realmente productiva. Sobre todo, hay que tener en cuenta que el crecimiento viene primordialmente del sector privado y que no hay un “efecto multiplicador” del gasto público. De hecho, la evidencia demuestra que el gasto público sostenido eventualmente crea un alto déficit presupuestario, lo cual en últimas destruye la moneda de cualquier país, porque el déficit usualmente se cubre con la inflación que resulta tras imprimir billetes locales de manera sistemática.
En Argentina, sucesivos gobiernos destruyeron cuatro monedas nacionales de esta manera entre 1969 y 1992: el Peso Moneda Nacional (1969), el Peso Ley 18.188 (1983), el Peso Argentino (1985) y el Austral (1991). El peso actual es la quinta moneda en la historia monetaria argentina.
Más allá de la buena noticia del retorno de Argentina a los mercados financieros internacionales, debes concentrarnos en alcanzar las metas más relevantes de reducir y eliminar todo déficit presupuestario, pues esta es la verdadera amenaza a la moneda sana del país y, por ende, a su economía. Y no hay que olvidar que la productividad se aumenta a largo plazo y de manera sostenible por medio de la inversión privada y del comercio internacional.
Luis Enrique Ponce Goyochea is a Masters of Science in Management from the Swiss Business School.