Por Stany Sirutis
Los hinchas del fútbol somos propensos a la simplificación, a proponer que errores específicos de un técnico, o de un jugador, son las razones exclusivas para una derrota, o que la genialidad o el talento de un jugador en particular son la razón de una victoria, pero la cosa no es tan sencilla. El fútbol es un deporte complejo, donde las múltiples interacciones de veintidós jugadores dentro de un entorno (cada uno con su propia complejidad individual) se retroalimentan constantemente para generar las situaciones de juego.
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Sin entrar en misticismos, las teorías de la complejidad permiten entender que la función principal de un entrenador de fútbol durante un partido es orientar a sus jugadores, no dirigirlos. Posibilitar las interacciones fructíferas entre ellos. El buen entrenador no es el que limita el accionar de sus jugadores, sino aquel que genera contextos (un modelo de juego) donde estos puedan interrelacionarse de la mejor manera.
Los intercambios de balón del Barcelona de Pep Guardiola son un ejemplo interesante para ilustrar el funcionamiento del mercado y el rol del gobierno. Los jugadores tienen dos bienes transables, el balón y el espacio. Al jugador que tenga el balón el rival intentará limitarle el espacio y por esto, entonces, dicho jugador ha de buscar a un compañero que tenga espacio para ofrecer y venderle, a cambio, su balón. Múltiples pases permiten llegar al gol, y para esto, la calidad de los espacios debe ser gradualmente mejor, es decir, deben acercarse a una posición desde donde sea posible anotar. Cada jugador, al interpretar desde su posición en el campo las virtudes y defectos del rival que lo marca y los espacios a su disposición a cada momento, alimenta el total del juego colectivo. El pensamiento complejo nos invita a entender que, a cada momento, no es el técnico quien mejor sabe interpretar las múltiples posibilidades del juego, son los jugadores y la suma de sus interacciones.
Lo mismo pasa con el mercado. No es un gobierno central el que mejor puede leer las posibilidades de la economía. Su rol debe ser posibilitar la interacción de los ciudadanos para que estos, libremente y cada uno con su propia información, comercien entre ellos, ofreciendo bienes que sean útiles para la contraparte y generando beneficios que se acumulan gradualmente.
Proteccionismo económico y fútbol
Para explorar los defectos de las barreras a la importación podemos intentar otra analogía, esta vez con el técnico en su labor cotidiana, la de entrenador, en la cual debe mejorar las capacidades individuales y el criterio futbolístico de sus jugadores.
Imaginemos que el gobierno de un país X decide proteger a técnicos de fútbol nacionales de la competencia extranjera. Para esto, restringe la contratación de técnicos argentinos (y de otros países) con altos impuestos a los salarios de dichas contrataciones. Si bien la calidad de los técnicos nacionales no es mala, la escuela argentina posee un bagaje cultural difícil de replicar que le ha permitido formar una mayor cantidad de jugadores de talla mundial.
En primer lugar, los costos de las mejores máquinas de entrenamiento, de los técnicos argentinos en este caso, serán más altos, lo que implica una reducción de costos en otras áreas de un equipo como la contratación de jugadores. En segundo lugar, serán menos los técnicos de alto nivel, pues solo los equipos más ricos podrán seguir contratando argentinos. Por su parte, incluso los mejores técnicos nacionales serán más costosos de contratar, puesto que, al limitar la competencia, estos han de aprovechar para cobrar más por sus servicios. Es decir que ahora, en el país X, va a ser más difícil desarrollar jugadores de elite y que con el paso de los años los jugadores, en promedio, van a perder competitividad frente a los de otros países. La calidad del fútbol nacional será peor que antes y sus mejores jugadores serán más costosos de producir que los de otros países.
Lo mismo ocurre en el mundo real con la economía. Las barreras a la importación generan resultados opuestos a los que intentan obtener. Encarecen la producción nacional, al encarecer los insumos, y la hacen menos competitiva al restringir la competencia.
Empresas y futbolistas
La liga de fútbol colombiana tuvo un brillante amanecer a mitad del siglo veinte que se conoce como El Dorado. En Argentina, una huelga de jugadores se desató en contra de los topes salariales establecidos por los clubes. Aprovechando esta situación, empresarios del fútbol colombiano decidieron contratar algunas de las grandes estrellas de la liga argentina, ofreciéndoles salarios superiores a los permitidos en su país de origen. Así llegaron talentosos jugadores como Adolfo Pedernera y luego Alfredo Di Stéfano, uno de los más grandes jugadores de la historia del fútbol. El club donde jugaron, Millonarios, llegó a desplegar un fútbol de tan alta calidad que se le apodó el Ballet Azul y sus logros incluyen múltiples victorias contra el Real Madrid. Fue un equipo de talla mundial.
Justo como los mejores jugadores tienen en cuenta dónde pueden ganar más dinero por sus servicios, las grandes empresas tienen en cuenta las tasas impositivas de los países, entre otros factores, a la hora de decidir qué inversiones realizar y dónde establecer sus empresas. El Dorado del fútbol colombiano podría servir de alerta a los gobiernos de la región que tantas veces parecen olvidar esto.
Stany Sirutis, escritor y periodista independiente de fútbol internacional, es autor del libro La muerte del 10: cuentos de fútbol
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