EnglishDe todo los libros y películas que he reseñado, ninguno me supuso tan gran reto como Broken bonds (Lazos rotos), y no lo digo de una buena manera. El trabajo de 184 páginas de Mitch Pearlstein, subtitulado Lo que la fragmentación de la familia significa para el futuro de Estados Unidos, merece tantas críticas en demasiados aspectos que uno se siente como un mosquito en una colonia nudista.
Mientras que las destacadas personas que avalan el libro en las solapas probablemente no lo hayan abierto jamás, yo lo leí completo, y no fue tarea fácil. No solo la evaluación de la decadencia de la familia estadounidense está escrito de una manera dolorosamente confusa y de forma incoherente, sino que además carece de cualquier discusión clara o sugerencias de políticas públicas viables. Por sobre todas las cosas, Broken Bonds es una pesadilla metodológica.
Uno de mis primeros jefes solía repetirnos a nosotros, aspirantes economistas, las trampas del empirismo casual: afirmaciones sueltas basadas en anécdotas superficiales y convenientes. Broken Bonds, sin embargo, adopta el empirismo casual como su fundamento; al viejo Charlie de AIER le daría un infarto.
Pearlstein —y no lo estoy inventando— seleccionó personalmente a 40 académicos envejecidos, organizadores comunitarios y líderes de opinión —amigos y, en general, individuos que piensan de forma similar entre sí— para ser entrevistados en una encuesta que, por admisión del autor, “definitivamente no constituye una muestra científica”. Luego lanza una serie de preguntas incómodas, incluyendo joyas como “¿Cuán bien nos conocemos y sentimos el uno por el otro?” El libro resultante consiste en una selección de frases pegadizas y citas de sus respuestas, yuxtapuestas con su gusto incomprensible.
Por sobre todas las cosas, Broken Bonds es una pesadilla metodológica.
Qué conocimientos se supone que uno debe obtener de este lío no es claro. En sus propias esclarecedoras palabras, “las probabilidades son mucho mejores que incluso si sus evaluaciones de las actuales circunstancias están razonablemente encaminadas”.
Más allá de la falta de precisión, es imposible seguir la mezcla confusa de los personajes que rotan continuamente. Uno tiene pocas opciones más que rendirse después de un par de capítulos tratando de identificar a los interlocutores, resignado a pensar que quien dio la opinión es menos importante que el contenido.
Naturalmente, los entrevistados estuvieron algo en desacuerdo sobre por qué la familia está en decadencia en Estados Unidos y qué se puede hacer, por lo cual hay una necesidad para organizarse. Sin embargo, la narrativa que Pearlstein construye alrededor de sus propias respuestas está plagado de incoherencias y perpetúa la obsesión nacional con la raza y el falaz espectro izquierda-derecha.
Pearlstein, fundador del Centro del Experimento Estadounidense, opina cómo los nacimientos extramaritales y las familias quebradas son una amenaza a las instituciones liberales y al Gobierno limitado de Estados Unidos. Para promover el matrimonio, luego saca a relucir a una serie de burócratas, incluyendo un exfuncionario del Departamento de Educación, y ofrece una asombrosa colección de propuestas socialistas: una educación “paternalista y reconfortante” desde la temprana infancia y para las parejas premaritales, extendidos beneficios impositivos por hijo, un trabajo como requisito para la asistencia social, y una “campaña de marketing social”. Difícil imaginarse cómo las redes sociales contribuyeron a la caída del matrimonio en los años 60 y 70.
Incluso elogia al expresidente George W. Bush (2001-2009) por iniciar la Iniciativa Matrimonio Saludable con fondos federales, un despilfarro que continúa hasta el día de hoy. Debo haberme pasado por alto eso y el Departamento de Educación en el artículo 1, sección 8, de la Constitución de Estados Unidos, donde se enumeran las facultades del Gobierno federal.
Las citas se leen como a obtusos y nostálgicos jubilados que provocan vergüenza ajena a sus nietos.
Como puede adivinar de estas hipócritas propuestas de ingeniería social, el nivel de condescendencia en Broken Bonds hacia los jóvenes menos favorecidos es fuera de serie. De los participantes seleccionados, no debe haber ni uno menor de 40 años —el promedio era “posiblemente de 60 para arriba”— y las citas se leen como a obtusos y nostálgicos jubilados que provocan vergüenza ajena a sus nietos.
Esta deficiencia en la edad de los entrevistados lleva a puntos ciegos evidentes. Pearlstein, por ejemplo, comparte con un entrevistado la preocupación por la burocracia en el programa asistencial Medicare, y habla de su propia experiencia: “la curva de aprendizaje es más empinada que lo anticipado”. Aparentemente la “complejidad” de Medicare es el problema que vale la pena notar, y no que se trata de una enorme deuda sin financiación y la redistribución de riqueza de los jóvenes que están luchando por llegar a fin de mes y comenzar familias.
También quedan sin mención u oposición las licencias profesionales que han crecido vertiginosamente en el último medio siglo —ahora se aplican a más de un tercio de los trabajadores— y dejan de lado a muchos que quieren ascender por sus propios méritos. Pearlstein nota la necesidad de más “educación, educación, educación“, pero ignora que la educación superior ofrece más señales para potenciales empleadores que valor de capital humano, y que los niveles de asistencia a las universidades estadounidenses ya se ha expandido a niveles rércord (junto con los préstamos estudiantiles). En cambio, ¿qué tal ponerle un punto final a la arbitraria y proteccionsta regulación, regulación, regulación?
La parte más triste de este libro es que su premisa es notable: las familias quebradas merecen preocupación y tendrán impactos en el largo plazo. Es por ello que me atrajo el libro en primer lugar y por qué ya pedí The Marriage Motive (El motivo del casamiento) por Shoshana Grossbard (manténgase en sintonía).
Sin embargo, este libro que no cuenta ni con una sólida base en la economía de las familias —como puede encontrarse en A Treatise on the Family (Un tratado sobre la familia) por el nóbel Gary Becker— ni la habilidad de contrarrestar los programas políticamente correctos del Estado niñera, por lo que no nos lleva a ninguna parte. Para peor, deja al lector más confundido y malinformado sobre el problema de lo que estaba al comenzar.
Traducido por Adam Dubove. Editado por Daniel Duarte