EnglishLa sucesión de hechos de sangre, sincronizados y coordinados, que sufrieron el pasado viernes, 13 de noviembre, los parisinos ha generado una ola masiva de manifestaciones públicas. Condolencias, lamentaciones, expresiones de piedad y de dolor. Pero también críticas a políticas migratorias, de control de armas, cuestionamientos a la vigencia de los derechos civiles y a políticas de seguridad y de integración internacional, entre muchas otras.
La situación se mostró dantesca: jóvenes de entre 15 y 18 años, corriendo entre el público con armas automáticas militares y bombas, en restaurantes, teatros, estadios deportivos y las calles, asesinando indiscriminadamente a personas que ni siquiera conocían y contra las que no tenían ningún motivo personal para segar sus vidas.
La pregunta obligada es ¿por qué?
Sólo podemos enfrentar las amenazas que conocemos y entendemos. Del mismo modo que el científico sólo puede vencer a la enfermedad que ha estudiado.
La verdadera materia de estudio del economista es la acción humana. Entender por qué los hombres actúan del modo en que lo hacen. Cómo operan las escalas de valores subjetivas de cada individuo, los incentivos y la elección de medios y fines.
Las personas que actuaron ayer en París no buscaban matar a las personas que murieron, ni influir en su voluntad de modo alguno. Buscaban atacar las instituciones, al Gobierno de un país, y torcer su voluntad, obligando a un Gobierno elegido de forma democrática a actuar de una manera diferente. Pretenden poner de rodillas a una nación entera y obligarla a cumplir con la voluntad de los atacantes islamistas. Su accionar es extorsivo. Su advertencia es clara: si no cambian sus políticas, seguiremos atacando.
¿Quiénes son los atacantes? El Estado Islámico, una organización que pretende ocupar el territorio de la mayor cantidad de países que pueda. En Asia Menor, África y aún en Europa. Para imponer allí la sharía, la ley islámica, un cuerpo de normas que se inmiscuye en los aspectos más íntimos y personalísimos de los seres humanos, condicionando su forma de vida, su educación, la forma de educar, tratar y valorar a la mujer, las ramas del comercio que se han de permitir, las religiones que se han de practicar (sólo una) y un sinnúmero de costumbres mundanas mucho menos relevantes, pero que afectan de igual modo la individualidad y la autonomía de la voluntad.
En definitiva, una banda armada, sin piedad, ni respeto por las normas de conducta y las leyes libremente aceptadas y elegidas por el país, asesina, amenaza y extorsiona, para imponer su voluntad a una nación soberana. Financiados y entrenados desde el exterior. Con el claro objetivo de afectar los mecanismos de decisión democrática y los derechos individuales de los ciudadanos, que son inherentes a la persona humana, por su condición de tal, y cuyo reconocimiento caracteriza a nuestra cultura y valores.
La táctica apunta a dividir, socavar los cimientos de legitimidad del Gobierno de los países a los que atacan. De esta manera, pretenden generar reacciones frente a políticas que, hasta los ataques, eran masivamente aceptadas, en un contexto social donde impera el Estado de derecho, la república democrática y los valores de occidente cristiano.
La tolerancia al extranjero, la aceptación de las diferencias, la discusión y respeto por el disenso, la libertad de culto, de comercio, de educación, de prensa y de educar a los hijos como sus padres lo consideren mejor son algunos ejemplos.
Nada de esto es aceptado por los atacantes. En los territorios donde se han impuesto por la fuerza de las armas, el saqueo de las riquezas de los invadidos es la fuente de financiamiento, las mujeres de los sometidos son una mercadería para sobornar a sus mercenarios apátridas, los lugares de culto y las costumbres religiosas son borradas y su reivindicación es causa de martirio.
[adrotate group=”8″]
Europa está consternada, sorprendida y perpleja. No lo esperaban ni lo conocían.
Nuestro deber moral es apoyarlos, ayudarlos y hacerles entender. Cuando América Latina y África sufrieron la misma amenaza, en las décadas de 1960 y 1970, la Europa culta y progresista no nos comprendió. Guerrilleros asesinos eran entrenados y equipados en países totalitarios, con fondos conseguidos mediante la confiscación y el saqueo de países oprimidos, en donde no existía ni la democracia, ni la república, ni los derechos individuales. Y mientras la prédica marxista buscaba extorsionar y esclavizar a nuestros países Europa se mostraba indiferente, sino cómplice.
No cometamos el mismo error. Ayudémoslos a entender y a superar la amenaza.
Sólo los americanos podemos mostrarles el camino. Sólo nuestras repúblicas democráticas, nuestras constituciones liberales, nuestro respeto por las costumbres, religiones y formas de vida diferentes pueden ayudar en este trance espantoso.
Los nacionalismos, la xenofobia, la intolerancia, la condena previa al inocente, el cierre de las fronteras y el comercio son las herramientas del islamismo. Todas costumbres y disvalores muy difundidos en la vieja Europa. Un continente que empezó a mirar con cierto interés a los valores de la América que se emancipó mucho antes que ellos de ese yugo, y con éxito, sólo cuando las dos mayores guerras que jamás vio el mundo los dejaron exhaustos y aterrados.
No cometamos el mismo pecado. Mostrémosle el camino. Ayudémoslos a entender lo que sus tradiciones, historia y costumbres les han negado.
Lo único que hace a alguien ciudadano de una de nuestras democracias, es la adscripción sin ambages ni reservas a los valores de nuestras constituciones. La aceptación incuestionable de los valores de la libertad. La sumisión absoluta al imperio de la ley, es decir el estado de derecho, y el respeto por las instituciones democráticas. Para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los que quieran poblar nuestro suelo.
Esa es la única lección a aprender para vencer el terror del islamismo.