El chavismo español pasó del triunfalismo de encuestas que lo daban como segunda –e incluso primera– fuerza política liderando fácilmente una alianza de izquierdas con mayoría absoluta para formar Gobierno, al tortazo del tercer lugar, con la derecha subiendo, mientras ellos perdían cerca de un millón de votos.
Las únicas alianzas viables para formar Gobierno son las que lideraría el PP. Las izquierdas despertaron de la soñada mayoría absoluta sin los diputados para una mayoría relativa que no fuese bloqueada, mientras la centroderecha pudiera formar Gobierno de mayoría relativa con la abstención del PSOE, o –alianza muy difícil pero no imposible– superar 176 diputados con PP, Ciudadanos y PNV. Será Gobierno de centro derecha, o repetir elecciones.
¿Qué intentó copiar Podemos?
El Socialismo del Siglo XXI agrupado en el Foro de Sao Paulo fue el primer éxito político socialista tras el colapso de la URSS. Tenía todo: experiencia totalitaria y ambición desmedida del dictador más antiguo del continente en La Habana; una imagen democrática, obrera y moderna del nuevo líder ascendente en Brasil; y al golpista reciclado que tras ganar las elecciones en Venezuela financiaría todo con petrodólares.
Hugo Chávez empezó creando una nueva Constitución que desdibujaría la separación de poderes aparentando el aggiornamiento del consenso socialdemócrata que en Venezuela estableció previamente una economía socialista con monopolio de los sectores estratégicos y regulación de los restantes mediante la planificación central.
Tal Constitución resultó una herramienta para el control del Ejecutivo sobre todos los poderes del Estado, profundizando un Socialismo que incrementaría la violencia y pobreza exhibiendo escasez y racionamientos al caer los precios del petróleo.
Lo imitadores de Chávez, de Morales hasta Correa, copiaron bien la franquicia, adaptándola a las circunstancias locales. Un movimiento político neoizquierdista que sumase a casi todo el espectro antisistema, del indigenismo al ecologismo radical, creciendo con los resentimientos envidiosos acumulados y dirigido por un núcleo central marxista cuyo líder debía ser un caudillo populista carismático.
Necesitaban un entorno de crisis económica y política, cultura política socialista en sentido amplio, tradición caudillista, un consenso socialdemócrata debilitado en el poder y un caudillo capaz de dirigir con mano de hierro al movimiento, manteniendo la conexión emocional con las bases mediante el discurso populista.
Eso es lo que estudiaron los fundadores de Podemos en Caracas, con generoso financiamiento del Gobierno de Venezuela.
Derecha sin complejos
El consenso socialdemócrata español complicó el escenario a la franquicia chavista. Por la influencia europea, el mayor partido del país, el PP, se autodenomina de centro derecha. En América Latina, partidos como el PP, se autodenominan socialistas y reclaman ser de izquierda tanto o más que partidos como el PSOE. Eso dice mucho de los votantes. En España, la ruptura del consenso socialdemócrata por un outsider de izquierda populista tendría apoyo numeroso, pero no mayoritario.
Únicamente desplazando al PSOE del segundo lugar, Podemos aspiraría a formar Gobierno liderando una alianza de izquierdas condicionada por su programa. El “sorpasso”, tan anunciado por las encuestas en la mayoría de medios nos daba de escenario a Podemos desplazando al PSOE, mientras se desmoronaba el centrismo de Ciudadanos y el PP apenas mantenía parcialmente su votación.
Que Ciudadanos perdiera o ganara votos ante el PP, como Podemos ante el PSOE, se entiende como que van votos de PP a PSOE y viceversa. Pero votos del PP pasando a Podemos, como parecían anunciar las últimas encuestas era alucinante. No hay votantes antisistema en una fuerza que se coloca voluntariamente la etiqueta de derecha. Escapaba en parte a su control que la España que según intelectuales y encuestas “quiere cambio” insista en votar más al PP que a Podemos por temer a un Gobierno neocomunista.
Por eso el sorpasso terminó en tortazo, como admitió a su manera el propio Pablo Iglesias en su programa de TV. No escapaba a su control la impaciente ambición regional del propio chavismo ibérico.
La anécdota de la alcaldía
En Venezuela, los oportunistas de la izquierda desilusionada de finales de los años 90, insistían en la candidatura de Chávez a la Alcaldía de la capital. El caudillo se negó a complacer a quienes aspiraban a ser Concejales usándolo como portaaviones electoral..
Su proyecto político tenía una “única bala” y condiciones para usarla en la toma electoral del poder nacional en el momento oportuno. Perder una alcaldía así, mataría al movimiento, y ganar lo sacaría del terreno del discurso de la envidia y el resentimiento y lo pondría en el de gobernar realmente la capital, sin la menor posibilidad de deshacer la institucionalidad “burguesa” del socialismo moderado previo y construir la revolucionaria de su preferencia desde una simple alcaldía.
Pablo no es Hugo
Chávez controlaba realmente su movimiento y evitó que cayera en aquél error. Pablo Iglesias tal vez ni siquiera lo vio, y si lo vio no logró evitarlo, por lo que los chavistas españoles expusieron sus promesas populistas a la realidad de sus Gobiernos locales.
Y como explicó poco antes de las elecciones el economista español Juan Ramón Rallo, “es curioso que, teniendo Podemos la receta mágica para multiplicar el gasto social y reducir a ritmos acelerados el endeudamiento público, se les haya olvidado recordarnos estos días que la deuda del Ayuntamiento de Barcelona ha aumentado desde que llegaron al poder y la del Ayuntamiento de Zaragoza, también. Insisto, extraño que su misteriosa receta mágica no funcione en estos casos”.
Como Pablo no es Hugo, su “receta mágica” se exhibió en toda su falsedad en vitrinas municipales cerca de un año antes de intentar llegar al Gobierno nacional. Eso no hay populismo neocomunista que lo aguante, como vio en su momento astutamente Hugo Chávez.