El socialismo es una idea maligna. Mal en estado puro que considera a sus vicios virtudes y a sus crímenes justicia. Porque como explica Mauricio Rojas:
“para quienes creen estar (…) creando el paraíso en la tierra, los medios no importan (…) mentir, matar (…) les resulta moralmente indiferente (…) despreciar al ser humano tal como es y amar una humanidad abstracta permite e incluso obliga a oprimir al ser humano concreto”.
Son criminales perfectos esos revolucionarios. Cubiertos de sangre de inocentes se declaran –y creen– agentes impolutos del bien. Los socialistas moderados –instalados en la prosperidad capitalista– comparten la duplicidad moral ocultando, negando, minimizando y justificando los crímenes revolucionarios. Creen ser revolucionarios de segunda fila. Y se sienten así exculpados de sus vicios y delitos.
Personalmente he insistido en que todo socialismo se reduce finalmente al envidioso resentimiento. Odio a la riqueza ajena que termina siempre en miseria. Los socialistas se sienten obligados a no desligarse completamente de la dogmatica religión atea que articulando primitivos mitos Marx declaró ciencia indiscutible de la historia. Porque les ofrece una verdad revelada única, declarando al resto mentira y maldad. Justificando exterminar “clases enemigas” por simplemente existir. Y perseguir, censurar y destruir a quien odien. No difiere ahí el marxismo pedestre del sofisticado. Comparten la duplicidad moral que Marcuse eleva a teoría:
“Libertad es liberación, un específico proceso histórico en la teoría y en la práctica (…) tolerancia no puede ser indiscriminada e idéntica con respecto a los contenidos de expresión, ni de palabra ni de hecho (…) la tolerancia liberadora significaría intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda. En cuanto al objetivo de esta tolerancia e intolerancia combinadas (…) se extendería a la fase de acción lo mismo que de discusión y propaganda, de acción como de palabra…”
En esa la doble moral creen –admítanlo o no– los socialistas. La forma de plantearlo –o disfrazarlo varía de unos a otros.
Recientemente, claras amenazas de muerte destacaban entre las “respuestas” socialistas al análisis sobre efectos negativos del salario mínimo de mi amiga la economista y columnista Vanesa Vallejo. La diferencia entre insulto –que no autoriza censura legal– y la amenaza de violencia física –que materializada sería delito– escapa a la nueva generación de socialistas. Aclaremos que desear sin medios mal –incluso muerte– a alguien, no llega a amenaza. No es “ojala muera” es “le mataré”.
Para el socialismo millenial, la amenaza y la violencia criminal de ellos –los “buenos”– contra quien ose contradecirlos “los malos”. Es “legitima defensa”. Como los esclavistas sureños de EE.UU. que hacia 1830 –reaccionaron a la pacífica y razonada propaganda postal antiesclavista cuáquera incendiando oficinas postales y retirándose a sus “espacios seguros”– no pueden sufrir la para ellos insoportable “violencia” del que se les contradiga en cualquier forma o grado. Les ocasiona crisis emocionales severas –con síntomas físicos– escuchar cualquier idea o argumento contrario. Y creen que responder a lo que “les ofende” con impune violencia criminal –o censura y prisión del gobierno– es su “derecho”.
Calificar de “discurso de odio” todo lo que les contradiga. Y reclamar que la libertad de expresión no proteja esos “discursos de odio” requiere mostrar –o inventar– relación causal entre el discurso y la violencia para justificar la censura y persecución. Los soviéticos justificaron la prohibición del jazz afirmando que escucharlo “conducía al crimen”.
En universidades de élite de EE.UU. realizan estudios mostrando lo que en sus campus era más que evidente a simple vista. Muchos de sus estudiantes –en algunas la mayoría– apoya “censurar y perseguir todo discurso que consideren ofensivo”. Y creen en usar la violencia contra los “ofensores”. Pero no claman únicamente que todo discurso que les contradiga incite a la violencia. Ahora afirman que es violencia física directa el expresar ideas que les molesten u ofendan. Y ante las que únicamente responden con insultos. Y violencia física real.
Teóricos académicos especializados en absurdas teorías dicen que refutarlos es violencia –Freud y sus seguidores ya “diagnosticaban” al refutarles enfermedad mental– La psicóloga Lisa Feldman Barrett –investigadora de la Universidad Northeaster– afirma que el discurso de ideas desagradables puede causar estrés crónico al oyente. Periodistas y activistas de izquierda dicen sufrir trastorno de estrés postraumático por escuchar la llamada alt-right.
Creen que afirmar que escuchar un discurso causa daño físico les exime de demostrar que lo que quieran denominar “discurso de odio” conduzca inevitablemente a quienes lo comparten a iniciar la violencia.
No se limita a la teoría, ya en el caso Saskatchewan Human Rights Commission contra Watcott, la Corte Suprema canadiense sentenció contra quien distribuyó folletos que no incitaban a la violencia contra personas. Pero insultaban personas –homosexuales– como “inferiores”.
Insultar colectivos protegidos por la nueva religión de Estado ya es delito penal en Canadá. ¿Por qué? Pues si no hay incitación a la violencia –ni en los absurdos términos soviéticos del jazz– será porque el que se les contradiga “les enferma”. Sea con opuestas locuras equivalentes a sus propias alucinaciones. O con la explicación de las causas de la imposibilidad de los falsos paraísos en la tierra que contra toda evidencia –lógica, teórica y factual– pretenden imponer.
Y sí, son tan pusilánimes que escuchar cualquier idea contraria les enferma. Lo que no les autoriza a exigir la censura y persecución de lo que les contradiga. Sino a requerir terapia para superar su hipersensibilidad patológica a todo lo que subjetivamente les ofenda.
Porque no nos equivoquemos. Ser inmaduros y emocionalmente pusilánimes no los hace inofensivos, sino violentos. Muy violentos. Y las teorías con las sienten legitimada su violencia los hacen potenciales criminales perfectos. De los que pueden llegar al poder y materializar nuevos infiernos en la tierra.