Tener un superávit fiscal es sumamente importante para que un país pueda desarrollarse en el largo plazo. Sin embargo, Chile transita el camino opuesto, acumulando ya tres años de déficit fiscal.
El LatinFocus Consensus Forecast de febrero revela las estimaciones de las principales variables económicas de países latinoamericanos. Chile comenzó a tener déficit fiscal en 2013 y se fue agravando con el tiempo, hasta cerrar 2015 con un rojo de 2,7% del PIB. Lo grave es que para 2016 se espera un déficit aún mayor, alcanzando 3% del PIB. Como si esto fuera poco, lo más alarmante, es que hay déficit para rato. Las estimaciones del informe llegan hasta 2020, y para ese año aún no se habrá logrado alcanzar un superávit.
No obstante, este año se alcanzaría el nivel más alto del déficit para luego comenzar a revertir la situación. De alguna manera esto concuerda con algunos dichos realizados por el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, quien declaró en varias oportunidades que las reformas a llevar a cabo debían tener una cuota mayor de realismo, lo que derivó en el lema de “realismo sin renuncia” por parte de la nueva mayoría. De todos modos, el Gobierno de la presidenta Michel Bachelet no parece haber tomado conciencia de este realismo.
Este escenario no es bueno, pues implicaría que el Gobierno actual no alcanzaría a solucionar el problema del déficit, con lo que tendrá que apuntar a reducirlo lo más que pueda para que el próximo Gobierno pueda finalizar la tarea. Según el informe, el déficit se irá reduciendo a partir de 2017 hasta llegar a 1% del PIB para el 2020.
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Vale la pena resaltar que este escenario puede variar, si el contexto internacional empeora (tasas de interés internacionales, desaceleración de China, precios de los commodities) y si no se toma consciencia del elevado gasto público que existe hoy en día. Es casualmente este punto el que se debe entender para que no vuelva a suceder lo mismo en el futuro.
El Gobierno, a grandes rasgos, responde a la misma lógica que una familia. A ningún hogar le conviene gastar más de lo que le ingresa, ya que de lo contrario, la situación se volvería inviable o terminaría acumulando deuda. Pues bien, el Gobierno debe operar con la misma lógica; el gasto público no debe superar al ingreso del Estado si el objetivo es tener un superávit fiscal.
En este sentido, sólo existen dos vías: o se reduce el gasto público o se aumenta el ingreso. Tal vez, la mejor opción sea una combinación de ambas. Reducir el gasto en las reformas (polémicas, dicho sea de paso) hará reducir el gasto público. Además, una menor profundidad en las reformas traería más certidumbre en la economía, fomentando las inversiones, lo que se transformaría en más ingreso.
En concreto, las reformas incrementan el gasto público y esto a su vez aumenta el déficit. Será necesario ajustar el cinturón del gasto público para que el camino hacia el superávit sea creíble. Avanzar con las reformas no sólo implicaría más gasto, sino que además menos ingresos por inversiones, debido a la incertidumbre. Irónicamente, son las inversiones el mejor camino para salir de esta situación en un contexto donde el escenario internacional ya no juega a favor.