EnglishEl pasado domingo, tuvieron lugar en diferentes ciudades del mundo unas manifestaciones en contra del calentamiento global. Así es. Algunas personas salieron a las calles para luchar en contra, no de una persona o de una medida específica, sino de un fenómeno climático.
¿Acaso estas personas son tan ingenuas como para pensar que un fenómeno climático se puede eliminar por medio de estas acciones? Claramente, no. Lo que sucede es que, como es común en los discursos políticamente correctos, estas personas consideran que sus manifestaciones tendrán dos resultados.
Por un lado, que presionarán a los Gobiernos del mundo para que tomen acciones decididas para neutralizar el fenómeno que les preocupa. Por el otro, esas acciones se entenderán como decididas, útiles, si y sólo si son obligatorias para todos los individuos o, mejor aún, si sancionan a los grandes productores.
Así, los manifestantes consideran que su preocupación debe ser prioridad para todos los demás. Creen que sus angustias deben ser universales y, por ello, que deben ser resueltas no sólo de manera inmediata, sino también coercitiva.
¿La pobreza? ¿La hambruna? ¿Las enfermedades? ¿Los otros problemas ambientales? Para los manifestantes, todos estos asuntos deben estar sujetos a la solución de lo que ellos interpretan como el único problema que vale la pena atender.
Lo único que quieren es limpiar su conciencia frente a los demás y frente a sí mismos. Lo que quieren es parecer seres humanos magnánimos.
Por ello, hacen uso de eslóganes con los cuales nadie puede estar en desacuerdo; buscan atraer el apoyo de personajes famosos; ponen la cuestión como si fuera una de vida o muerte.
No obstante, están equivocados. El fenómeno del calentamiento global no es la única prioridad en el mundo. Tampoco debe ser la única prioridad: ¿por qué exigirle a las personas que están tratando de sobrevivir a la hambruna o la guerra que cambien sus preocupaciones? Mucho menos es el camino que los manifestantes escogieron el adecuado para solucionar el problema que tanto los atormenta.
Ya casi no existe debate ni sobre la realidad ni sobre el origen del fenómeno. Ya es casi un consenso que el calentamiento global es real y que la acción humana es un factor importante en su generación. No obstante, lo que sigue siendo objeto de debate es la forma de solucionarlo.
Aquellos que salieron a las calles a gritar en contra de un fenómeno sin cuerpo, tal vez por estar sesgados por su forma de ver el mundo, consideran que la única solución está en la coerción. No obstante, han decidido ignorar que, en lugar de salir a la calle a gritar consignas, lo que genera otro tipo de contaminación (por ej., uso de papel, contaminación visual y auditiva), ellos mismos, cada uno, podrían contribuir con sus acciones individuales en la disminución del fenómeno.
Pero, claro está, para ellos, eso no sería suficiente. Por eso consideran que es el Estado el único capaz de solucionarlo. Poco les importa que les exijan a los mismos Estados que han generado las reiteradas crisis económicas. A esos mismos Estados, representados por seres humanos comunes y corrientes, a los que no les importan los ciudadanos comunes, sino beneficiar a intereses particulares.
A esos mismos Estados que, años tras año, se reúnen de manera estéril en un sinnúmero de cumbres internacionales inanes para tratar un sinnúmero de tópicos, auspiciadas por organizaciones internacionales que, como la de Naciones Unidas, han demostrado su poca utilidad para resolver casi cualquier asunto que les encomiendan.
[…] a través de manifestaciones en las que se sienten acompañados, utilizan los espacios que sólo sociedades liberales otorgan, para tratar de eliminarlas.
En consecuencia, en el fondo, además de demostrar la más autoritaria tendencia hacia los discursos políticamente correctos, estas manifestaciones no son sino la muestra del desinterés que esos ambientalistas de momento tienen por el fenómeno que supuestamente tanto los trastorna.
Aquéllos que hacen algo tan inútil como salir a la calle para gritar en contra de un problema ambiental no les interesa que ese problema se solucione. Lo único que quieren es limpiar su conciencia frente a los demás y frente a sí mismos. Lo que quieren es parecer seres humanos magnánimos.
Pero en el fondo lo que esconden es sus tendencias autoritarias. Su creencia en que la intervención del Estado, expresada en regulaciones y prohibiciones, es la única forma de solucionar cualquier problema existente. En el fondo, lo que esconden es su rechazo a la naturaleza limitada pero diversa del ser humano, a su capacidad de acción y de decisión, a su deseo por sobrevivir.
En el fondo, lo que esconden es su menosprecio por los demás, pero también por sí mismos y por lo que son. En el fondo, a través de manifestaciones en las que se sienten acompañados, utilizan los espacios que sólo sociedades liberales otorgan, para tratar de eliminarlas.