EnglishDespués de la victoria de Mauricio Macri en Argentina, comenzó a tomar fuerza la idea según la cual América Latina está dejando atrás del populismo de izquierda.
Puede ser. Al fin y al cabo, además de la de Macri, ha habido otras derrotas representativas para ese populismo en la región. Al fin y al cabo, en el bastión de la oleada más reciente de socialismo en América Latina, Venezuela, todo parece indicar que el régimen dictatorial solo podrá sostener el poder el próximo 6 de diciembre haciendo fraude.
Después de más de una década de Gobiernos de todo tipo de izquierdas en la región: desde las más radicales, como la venezolana, la boliviana, la ecuatoriana y la argentina, hasta las más suaves, como la chilena del primer Gobierno de Bachelet; y pasando por las más retóricas como fue la del ya molesto Pepe Mujica. Todas han fracasado en sus promesas.
No obstante, pocas son las perspectivas de cambio en sociedades como la boliviana, la ecuatoriana o la nicaragüense. De igual manera, a pesar de los pésimos guarismos en las encuestas de Dilma Rousseff, no podemos anticipar si la izquierda está, por fin, de salida en Brasil. Es más: todo apunta a que el régimen en Venezuela no pueda sostenerse sino haciendo fraude, pero por más que eso se sepa, no es seguro que en caso de ocurrir, el régimen caiga, como se ha anticipado.
Ojalá sí se presente el cambio. Ojalá los Gobiernos de izquierda paguen por sus fracasos, por sus excesos y por su arrogancia. Pero el que caigan no quiere decir que todo vaya a mejorar en la región.
No se puede pecar de optimismo. Menos los liberales. Aquéllos que están llegando al poder pueden estar en contra de los Gobiernos populistas de izquierda, pero eso no quiere decir que sean liberales.
En Colombia sí que sabemos de eso: afuera del país algunos consideran al expresidente Álvaro Uribe Vélez como un defensor de la libertad porque estaba en favor de los tratados de libre comercio y fortaleció la estrategia de seguridad interna. No obstante, dejan de lado el estatismo en las ideas del expresidente, su aproximación paternalista a los ciudadanos, su respaldo a la profundización del capitalismo de amigotes (crony capitalism).
Ya lo escribió Lord Acton cuando, en su Historia de la Libertad, lamentó que los liberales, al ser tan minoritarios, las más de las veces tenemos que aliarnos políticamente con nuestros contrarios para conseguir algunas ganancias marginales en términos de libertad. Pero el que las ganemos de esa manera, no puede confundirse con que nuestros aliados sean liberales.
Es posible que lo sean, pero no podemos celebrar antes de tiempo ni bajar la guardia en la puntualización de los errores que los nuevos Gobiernos, por excesos o por lo que sea, cometan.
Asumamos, incluso, que quiénes están llegando al poder sean realmente liberales y no aliados ad hoc. Aún así, para poner en marcha sus propuestas, tienen dos problemas que, en América Latina, no se pueden desdeñar.
Ya es hora que comience a cambiar la retórica que culpa de de nuestra incapacidad a Estados Unidos, al pasado colonial o al “capitalismo”
Por un lado están lo que podríamos denominar las prácticas políticas. No porque cambie la denominación política de quién gobierne —o su ideología— dejarán de existir el clientelismo, la corrupción, los burócratas acostumbrados a adquirir más y más poder; los congresistas y su afán por manejar recursos y regular toda acción humana; los grupos o personas con poder económico que, en algunos casos, lo han alcanzado por medio de sus relaciones políticas y cuyo único objetivo es la captura de rentas o la obtención de privilegios.
Por otro lado se encuentran las expectativas e ideas de los individuos frente al Estado. Podrán los ciudadanos haberse cansado de la ineptitud, engaños y corrupción de los populismos de izquierda, pero eso no quiere decir que hayan comprendido al fin que el Estado no existe para enseñarlos a comportarse, o para regular todas sus decisiones.
Tampoco es automático que hayan comprendido, al fin, que el Estado no puede hacerlo todo. De hecho, que casi no puede hacer nada. Mucho menos si lo que se espera es que cree riqueza, que elimine la pobreza, o que mejore la calidad de vida de los individuos.
[adrotate group=”7″]Ya era hora que comenzara a resquebrajarse el modelo asistencialista, paternalista, intervencionista, proteccionista y enemigo de cualquier libertad de los Gobiernos populistas en América Latina. Ya es hora que comience a cambiar la retórica que culpa de nuestros fracasos, de nuestra incapacidad por superar los problemas de pobreza a Estados Unidos, al pasado colonial o al “capitalismo”.
No podemos seguir, por siempre, convirtiendo al Estado en un “Gran Hermano”, superior al individuo y sin ninguna restricción.
Es posible que los actuales cambios en los Gobiernos estén encaminados a superar estas taras que solo han generado conflicto y pobreza. Pero solo es posible. No es automático. Hay que esperar.
El optimismo desmedido puede generar complacencia, descuido y, en el mediano plazo, frustración. Ojalá que no sea así.