EnglishEl 3 de noviembre de 1903, en Panamá, un grupo de conspiradores se reunió en el Hotel Central de la Ciudad para planear una de las más sangrientas revoluciones en la historia. Apremiados por el tiempo, los conspiradores firmaron precipitadamente una Declaración de Independencia y desde el balcón ondearon una bandera de que habían fabricado ellos mismos.
Los infantes de la marina de Estados Unidos desembarcaron del portaaviones USS Nashville y en pocas horas ya estaban desplegadas por el istmo de Colón. Tras una tensa resistencia, las tropas colombianas se retiraron. La independencia, y con ella el futuro del Canal de Panamá había sido asegurado.
“Fue el momento en el que mi crucificado país (¿o quizás era el nuevo resucitado país?) me escogió como evangelista. “Tu ‘has de testificar’, me dijeron. Y eso es lo que estoy haciendo”, escribe el protagonista de la novela de Juan Gabriel Vásquez La historia secreta de Costaguana, un exiliado colombiano atraído a Panamá por la búsqueda de su padre.
José Altamirano, el protagonista, ofrece una prolija y ampulosa narración de 60 años de muertes, fatiga e intriga. Trabajadores extranjeros combaten desde la densa jungla, entre enfermedades y la corrupción de la administración francesa, en un esfuerzo para partir el continente de las mismas magnitudes que las de Sísifo.
A través de reflexiones en la contingencia de la historia, Vásquez narra la historia interna del nacimiento de Panamá y su Canal. Al hacerlo, explícitamente desafía una historia anterior, que creó la República de Costaguana —una versión de Colombia ligeramente disimulada.
Estruendos en la jungla
En Nostromo, la novela de Joseph Conrad de 1904, el escritor polaco-británico usa su país latinoamericano ficticio como telón de fondo para un pesimista drama psicológico. En cambio, el narrador de la novela de Vásquez se queja de los estereotipos a los que se recurren a la hora de representar su tierra natal.
En la versión de Altamirano, un acabado Conrad utiliza la historia de vida colombiana para su novela. En realidad, el trabajo está basado en poco más que “cortos, escasos y fugaces” comentarios que un exmarino le hizo hace 30 años en el Golfo de México, según la introducción escrita por Conrad en 1917.
Conrad ya no sabe lo que él vivió y lo que ha leído… ¿qué se siente, esta República cuya historia estoy tratando de contar? ¿Qué es Costaguana? ¿Qué diablos es Colombia?
Es en la reimaginación de los detalles de la visita de Conrad a Panamá entre 1875 y 1876 donde se destaca La historia secreta, y ofrece mayores detalles. Conrad encarna un contrabandista ilegal que envía armas europeas a rebeldes conservadores en Colombia.
Altamirano, en un monólogo de siete páginas, sigue el destino de un rifle de 1866 a través del Atlántico hasta llegar a las manos de reclutas en la sangrienta batalla de Los Chancos. Los costagüanenses de Conrad —reducidos a pasivos indígenas, caudillos o ineficientes aristócratas— sirven como testigos mudos de una historia dominada por europeos. Mientras, Vásquez imagina a cada una de las víctimas de las balas y bayonetas, otorgándoles pasados y futuros abortados.
Este episodio de tráfico de armas es muy probable que sea un mito, como lo ha argumentado el biógrafo de Conrad, Zdzislaw Najder. Pero lo más interesante de la historia es el rescate simbólico de Vásquez de la identidad de Panamá de la manipulación extranjera.
El sabor de locura y muerte
Conrad sin duda se apropió y estereotipó a la historia latinoamericana para salvarse de dificultades financieras, casi de la misma manera que su protagonista italiano se hizo rico robando un cargamento de plata.
“Quiero hablar con usted del trabajo en el que estoy involucrado en este momento”, escribió a Robert Cunninghame Graham en esa época. “Apenas me atrevo a confesar mi audacia —pero lo estoy haciendo sobre América del Sur, una República a la que llamo Costaguana”.
Como el narrador engañado de Vásquez lo prevé, “sus recuerdos y lecturas se entremezclan. Conrad ya no sabe lo que él vivió y lo que ha leído… ¿qué se siente, esta República cuya historia estoy tratando de contar? ¿Qué es Costaguana? ¿Qué diablos es Colombia? ”
Conrad tenía poca simpatía real para “las presas pasivas de una parodia democrática, las víctimas indefensas de sinvergüenzas y matones, las farsas de nuestras instituciones y leyes”, en palabras de un personaje de Nostromo. Algunos hoy, sin embargo, podrían reconocer su retrato del fracaso político, donde palabras como “libertad, democracia, patriotismo, Gobierno — todas ellas tienen un sabor de locura y asesinato”.
Su descripción de cómo las minas de plata de la “Provincia Occidental,” la única inversión capitalista extranjera del país, llevaron a la guerra civil a la región incluso podría ser descrito como una encarnación temprana de la teoría de la “maldición de los recursos“. Sus predicciones de dominación política y cultural de América del Norte del hemisferio son igualmente proféticas.
Pero Vásquez se defiende, colocando su personaje, su país, y sus luchas, aunque sombrías, en el centro de los acontecimientos que cambiaron el mundo.
“La república sí existe,” Altamirano le suplica a Conrad, en la escena culminante de la novela. “La provincia existe. Pero la mina de plata es realmente un canal, un canal entre dos océanos. Lo sé porque yo lo sé. Yo nací en esa república, viví en esa provincia. Soy culpable de sus desgracias”.
Modernos ecos en Panamá
Las desgracias son convincentes, aunque la caracterización minimalista de Vásquez disminuye el impacto del libro. Sus bucles cronológicos y uso intensivo del paréntesis —que recuerdan a Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero de Laurence Sterne— han frustrado a algunos lectores.
En el camino, Altamirano recuerda que Washington estaba cerca de respaldar un paso interoceánico a través de Nicaragua —”por puro despecho hacia Colombia”, según su padre— hasta que se hizo cargo del tambaleante proyecto francés. El cabildeo furioso de William Nelson Cromwell, quien publicó una historia falsa en el Sun de Nueva York sobre la actividad volcánica en el Momotombo, fue ayudado por una devastadora erupción en Martinica en 1902. En lugar del canal en Nicaragua, los senadores se decidieron en estampida por las obras francesas estancadas en Panamá.
El recordatorio es de nuevo relevante mientras el naciente proyecto del canal de $50 mil millones comienza a cambiar el suelo nicaragüense, que amenaza con competir con el conducto sobrecargado de Panamá y desplazar a muchos en el proceso. Pero en una ironía mórbida que Altamirano agradecería, mientras que los trabajadores chinos murieron por miles para establecer el primer ferrocarril a través de Panamá, el Canal de Nicaragua está respaldado por un conglomerado de propiedad china basado en Hong Kong.
A pesar de sus fallas, y dejando sus méritos literarios a un lado, los historiadores y los analistas de la política contemporánea por igual pueden obtener mucho de La historia secreta. Como dice la frase, la historia tiende a repetir tragedias como farsas.