English¿Cómo no escribir sobre fútbol estos días, cuando todo vibra con las emociones mundialeras? Estando en Europa, diría que he visto el Mundial, pero debo admitir que desde la perspectiva de América Latina —el continente de la Iglesia Maradoniana— hay que hablar más bien de haberlo vivido.
De la estrecha relación entre el espectáculo deportivo y la política ya nos ensañaban los antiguos. Panem et circenses era una receta de la República Romana para mantener a las masas mansas y satisfechas. Por otra parte, muchos de los pueblos de Mesoamérica prehispánica jugaban el juego de pelota, de significado político y ritual que finalizaba con sacrificios humanos; era literalmente un juego de vida o muerte.
Que el conflicto político y la derrota futbolera se retroalimentan de manera muy íntima, lo ha relatado magistralmente el periodista y reportero Ryszard Kapuscinski en “La Guerra del Fútbol” sobre el conflicto armado de cuatro días entre Honduras y el Salvador tras las eliminatorias para el Mundial de 1970.
Es que el fútbol no es, nunca ha sido, un mero juego. El fútbol, tal como lo explica el sociólogo Norbert Elias, reúne los elementos de conflicto, de lucha, de violencia, pero también de solidaridad, de equipo, de honorabilidad. En resumen, es una mezcla perfecta de guerra y cooperación —un juego que aparece ser una sublimación de impulsos atávicos y originarios al género humano.
Y la política entiende y explota esta poderosa fuerza detrás del fútbol. El Mundial en Brasil, sobre el trasfondo de una prolongada desaceleración económica, problemas inflacionarios y de cara a los comicios presidenciales, se convirtió en una apuesta rauda de marketing político del gobierno de la presidente Dilma Rousseff, quien buscará la reelección en octubre.
La apuesta consistió en el espectáculo, la emoción, el ocio, pero no en menor medida en el desfogue de las viscerales tensiones y presiones sociales que se han ido manifestado en Brasil con fuerza incontenible.
Como dijo Jean Paul Sartre en tono característicamente existencialista: “En el fútbol todo se complica por la presencia del otro equipo”. La presidente se preparaba a sacar dividendos políticos de la muy esperada victoria del equipo brasileño, con la esperanza de que ésta paliara las protestas y el descontento manifiesto de la población. Pero el pasado 8 de julio sucedió lo impensable: Los anfitriones en el partido contra el equipo alemán sufrieron una derrota jamás antes vista. Ahora también sabemos que ni ocuparán el tercer puesto.
El problema es que, según el lema romano, este Mundial no resultó ser un espectáculo glorioso para los brasileños —ni el pan resultó suficiente. La sociedad brasileña creció, es mucho más madura, mucho más empoderada y consciente del actuar de los políticos.
Y cuando miraba estas fantásticas instalaciones propias de un país líder y ganador, de un Brasil ambicioso, moderno, pujante, dispuesto a cumplir las altas expectativas de la FIFA, y que será sede de la reunión de los BRICs en unos días más, no podía evitar pensar en la otra cara del Mundial. La otra cara de la moneda es un Brasil paralelo: El cuarto país más desigual en América Latina, donde más de un cuarto de la población urbana vive en favelas (sometidas antes de los juegos al violento “proceso de pacificación”) y donde la tasa de homicidios este año ha alcanzado la mayor cifra desde 1980.
Hoy en día, los brasileños esperan de la política mucho más que un mero espectáculo. Mientras el gobierno asumía el astronómico y muy objetado costo de alrededor de US$14.000 millones, solventado en más del 80% por el Estado, la gente salía a las calles para protestar en contra del alza de precios, deficiencias en educación y viviendas, falta de políticas de movilidad social, y sobre todo en contra de la corrupción.
Los enormes gastos organizacionales, la falta de transparencia y los rumores acerca de los lazos político-empresariales contrastaron con los supuestos objetivos sociales de Rousseff: La reducción de la desigualdad y de la extrema pobreza.
¿Tendrá la derrota un impacto adverso sobre el rumbo político más inmediato, el liderazgo del Partido de los Trabajadores y finalmente los resultados de las elecciones presidenciales? Eso está por verse, pero ya ad portas del Mundial la desaprobación del evento iba a mano con el índice de desaprobación del gobierno, que ahora debe estar desplomándose.
Frente a este panorama incierto, sólo cabe declararme hincha de la gente, de los brasileños.