EnglishCuando por primera vez publiqué aquí mi opinión sobre los muros, barreras fronterizas y las muertes de los inmigrantes, recibí algunos comentarios de lectores que argumentaban que los mismos inmigrantes eran responsables de sus desdichas, ya que decidían emprender las travesuras peligrosas a sabiendas de los riesgos, los muros, aguas y los vigilantes armados. Y estos lectores no dejan de tener razón; sí, los inmigrantes están tomando una decisión que podemos considerar, en última instancia, libre, aún cuando la toman afligidos por penurias, violencia y peligros vitales que los hacen abandonar sus hogares.
Estos mismos argumentos son frecuentes en algunos foros de opinión pública. Saskia Sassen observa que en la actualidad esa es la lógica predominante detrás de las políticas migratorias que atribuyen responsabilidad exclusiva de la inmigración a la acción individual de las personas, fuera de todo contexto, convirtiendo de esta manera a los inmigrantes en objetos del ejercicio directo de la autoridad y del poder del Estado.
Dentro de este marco podemos analizar también la decisión de Gran Bretaña de no formar parte de los equipos y grupos de búsqueda y rescate de inmigrantes náufragos en el Mediterráneo, especialmente en las costas italianas, donde 2.500 han muerto desde el comienzo del año. Según la opinión británica muy particular, saber que existe un rescate en las aguas de alta mar hace que los potenciales inmigrantes se vean incentivados a emprender el difícil viaje.
Esta, sin duda, cínica postura no considera que entre los inmigrantes se encuentran, por ejemplo, los libios, cuyo país fue sometido a los ataques de la OTAN y ahora se encuentra desgarrado por luchas internas; o los sirios, quienes viven una guerra civil y el fanatismo del Estado Islámico (EI).
¿No saltaré yo de la altura de un edificio en llamas, aunque pueda fracturarme o hasta morir?
¿No saltaré yo de la altura de un edificio en llamas, aunque pueda fracturarme o hasta morir? Pues sin duda tomaré el riesgo. No hay que desestimar la desesperación.
La situación es análoga en todas las fronteras que se han endurecido. En el caso del muro entre Estados Unidos y México la valla no constituye un instrumento disuasivo eficiente de la política migratoria. Y los que tienen alguna idea de lo que motiva a las personas a dejar Honduras y luego subirse al tren de la muerte, no deben extrañarse.
Estos mismos inmigrantes se ven forzados —o deciden “libremente”, dirán algunos– a solicitar los servicios de los coyotes, o cruzar la frontera por caminos más largos y más peligrosos. Antes de llegar al muro que físicamente marca la frontera, el desierto logra cobrar la vida de algunos por insolación, deshidratación, asesinato o ahogamiento.
Pero los que defienden el curso de una política migratoria cada vez más dura y abogan por la construcción de barreras aún más altas, están con sus conciencias tranquilas, porque desvinculan las muertes producidas en el desierto de la existencia del muro y de decisiones políticas concretas que impactan en la vida de los migrantes. Los inmigrantes que mueren ahogados en aguas mediterráneas, o insolados en las tierras áridas, simplemente sufren las consecuencias de sus decisiones. Deciden tomar el riesgo.
Los discursos migratorios y argumentos políticos que atribuyen la inmigración exclusivamente a las decisiones de los migrantes no dejan de parecerse a los intentos torpes por encontrar una especie de coartada moral: tranquilizar a la conciencia de que no tenemos nada que ver con estas muertes, y que tampoco el muro tiene algo que ver.