English“¡Qué coincidencia!”, pensé cuando leí la entrevista de la reportera del PanAm Post Belén Marty al filósofo canadiense Stephen Hicks. Es que mis propios pensamientos y reflexiones giraban hace rato en torno al tema de la educación, y en especial su relación a la libertad, la diversidad y —por muy cursi que suene— la felicidad humana.
Cuando Chile está por realizar simultáneamente varias reformas estructurales, de las cuales destaca por su profundidad y alcance la educacional, queda en notoria evidencia la ausencia de reflexión sobre el paradigma de la educación misma.
Antes de debatir las maneras de llevar a cabo una reforma de características tan profundas, antes de hablar apresuradamente del fin del copago, o destruir irreflexivamente la selectividad, sobre todo hay que saber el punto de llegada, la llamada meta de nuestros emprendimientos, para que esta nos sirva de inspiración y motive las estrategias.
Se debería tratar de precisar qué tipo de personas, en el sentido integral, queremos que la educación impulse. ¿Acaso no se trata de incentivar a las personas hacia una mayor autonomía y creatividad a través del reconocimiento de la pluralidad de talentos, diversidad de las capacidades, aptitudes y rasgos únicos que deben caracterizar a las sociedades libres?
El populismo es la consecuencias quizás más visible, pero la educación que uniforma y homogeneiza los individualismos, que aplana las mentes y adiestra los mecanismos intelectuales, es un fenómeno transversal
¿Acaso el proceso educativo no se trata de entregar una variedad de instrumentos, con el énfasis puesto en la palabra variedad, que sirvan a las personas muy diversas entre sí a llevar vidas conscientes, plenas, diversas y sobre todo libres?
Cuando algunas semanas atrás escuché en un programa televisivo de debate político esta pregunta sobre el objetivo ulterior de la reforma, dirigida al ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, me di cuenta que nadie en realidad ha pensado en lo fundamental —en el paradigma mismo. La pregunta quedó sin respuesta. Y la reforma sin paradigma está castrada.
Una materia tan sensible e importante como la reforma educacional, en un momento histórico que debería ser aprovechado como oportunidad única de debatir lo anterior e introducir los mecanismos necesarios para que el llamado “sistema de educación” favorezca y se oriente hacia los alumnos, vistos como personas únicas y talentosas todas.
El propio Stephen Hicks, en la misma entrevista, advierte del peligro de la educación desprovista del pensamiento independiente y autónomo —no lo nombra así, pero se refiere a la educación convertida en adiestramiento que, en clave kantiana, condena a la persona a la eterna minoría de edad.
Mientras Hicks se concentra en el vínculo entre la educación fallida y el populismo, el modelo educativo que suprime la libertad de pensamiento y la autoestima —elemento que además siempre destacó en la teoría de la justicia del filósofo John Rawls—, lleva no solo al populismo, tan solo uno de los peligros que nacen abonados por la ausencia de la autonomía intelectual y personal, sino a una variedad de sistemas políticos y soluciones sociales opresivos.
No por casualidad existe un nexo entre la rígida y disciplinaria educación prusiana en tierras germanas y el posterior desarrollo de nacionalsocialismo en el Tercer Reich.
El populismo es la consecuencia quizás más visible, pero la educación que uniforma y homogeneiza a los individuos, que aplana las mentes y adiestra los mecanismos intelectuales, es un fenómeno transversal. Este tipo de personas estandarizadas es la que más le conviene a los que procuran que sean las personas quienes vivan en función del sistema —sea este político, económico o social— y no el sistema en función de las personas. ¿Les conviene entonces a los reformadores cambiar el paradigma?
Dialoguemos e indaguemos sobre la educación para y por la libertad, sin olvidarnos, parafraseando a Bob Marley, Don’t let them fool ya, or even try to school ya!
No nos dejemos engañar, ni “educar”…
Editado por Elisa Vásquez