EnglishEn marzo, internacionalmente, se celebra el Día de la Mujer. A mí nunca me ha gustado el 8 de marzo y sus celebraciones. Hace algunas décadas, en el bloque comunista se aplaudía y se entregaban, en este día, ramos de claveles rojos a las mujeres albañiles, ingenieras o metalurgistas. Lo observaba de pequeña y no me gustaban estos aplausos, y no porque veía algo malo en ser mujer minera, pero simplemente, porque, me preguntaba si era algo que realmente debería ser aplaudido.
Sentía de alguna manera que era el aplauso de los hombres a las mujeres que lograron y que tuvieron el valor de ser como ellos, de igualar su esfuerzo y su musculatura. Pues de allí devenía el reconocimiento que no dejaba de parecerme vergonzoso, porque yo simplemente me sientía una persona, considerando los demás atributos –sexo y género incluidos– como atributos de nuestra (¡bendita!) diversidad y heterogeneidad y no una limitación o algo que nos determina y constriñe.
Simbolícamente, el mismo día 8 de marzo pasado, en Chile, la Presidenta Michelle Bachelet promulgó la ley que crea el Ministerio de la Mujer y de la Igualdad de Género y sinceramente, ¡estaré entre las primeras y primeros que aplaudan sus logros!
Es verdad, que uno de los mayores e inmediatos desafíos en Chile es la baja empleabilidad de las mujeres, tal como la define Axel Kaiser. Pero muchas son las mujeres que realizan trabajos precarios e informales y así llevan sus familias adelante, por lo que no aparecen en los índices del empleo. Siendo a menudo las únicas sustentadoras de sus hijos, son invisibles a los ojos de las estadísticas.
En el falocentrismo, lo femenino es construido no como una identidad autónoma, sino como lo opuesto, similar o complementario a lo masculino
Por supuesto, no es solo un problema chileno, sino que se manifiesta a nivel local e internacional en general. No obstante, es tan sólo un síntoma de muchos problemas estructurales detrás de la sociedad, que llamaré “falocéntrica,” calificativo que pido prestado de Jacques Derrida, y que encuentro más enfático que el ampliamente usado “machismo”.
El falocentrismo habla de lo que tradicionalmente, si es que no ancestralmente, ha sido el eje de la construcción de las sociedades modernas, sus culturas y formas de organización política –es decir, lo “masculino”. Falocentrismo indica a un “patrón universal”, una norma de acuerdo a la cual las mujeres son vistas y evaluadas.
En otras palabras, en el falocentrismo, lo femenino es construido no como una identidad autónoma, sino como lo opuesto, similar o complementario a lo masculino, de lo cual deviene, en distintos grados, la exclusión, invisibilidad, subordinación de las mujeres y paternalismo de los hombres. Y este patrón está reproducido por la sociedad entera, también por las mujeres mismas.
Sí, es verdad que Chile está cambiando y mucho: hay una mujer Presidente y la idea del Ministerio y los debates en curso son una evidencia de ello. Por ahora, sin embargo, Chile conserva estas facetas múltiples de una sociedad que se abre y cuyas sombras salen a la luz, y que al mismo tiempo se ruboriza y resiste a enfrentarse con ciertos temas.
Basta con escuchar el tono del debate político sobre el aborto, los argumentos de los políticos y las políticas, y el lenguaje que usan (también los pertenecientes a la coalición gobernante), para reconocer el nivel notorio del paternalismo y falocentrismo. Basta con dar un paseo por el centro de Santiago, que está lleno de las llamadas “cafés con piernas,” donde las mujeres, que sirven los cafés en faldas extremadamente mini, son reducidas a eso –a las piernas mismas.
¡Mujeres, seamos nuestras propias hinchas! ¡No habrá sociedades machistas si también las mujeres dejan de serlo!
En cuanto a la nueva iniciativa del Ministerio de la Mujer y de la Igualdad del Género, espero que cumpla exitosamente con todo que se ha propuesto, porque los objetivos son indiscutiblemente urgentes, pero debo admitir que al mismo tiempo hay algo en esta iniciativa que desde su fundamento me incomoda.
El que exista el Ministerio de la Mujer por alguna razón me hace sentir especial, pero de manera bastante negativa, por lo mismo que me generaban las celebraciones y los claveles del 8 de marzo.
A veces en Chile se encuentra baños que por un lado son de hombres y por otro de mujeres, niños y personas discapacitadas –por un lado varones y por otro lado el resto del mundo. No será, por cierto, la asociación mejor lograda, pero la existencia del Ministerio de la Mujer y de la Igualdad de Género, me hace pensar que hay algo en este concepto que reproduce el patrón existente de la brecha y la desigual diferencia entre hombres y mujeres. Quizás sería mejor, que este ministerio en nombre de la igualdad (porque los hombres también experimentan la injusticia de género), se llamara más inclusivamente el Ministerio de la Igualdad de Género. Al margen de esto, ¿se habrán preguntado y definido los legisladores, qué entienden por género?
Soy una extranjera viviendo en Chile. Ha habido varias razones que fundamentaron mi decisión, como también varias razones del corazón que la razón a veces no comprendía. Chile y su gente me han acogido de manera excepcional, pero ser mujer acá a veces presenta las dificultades.
Para terminar, y al margen de los ministerios, instituciones, reglamentos e instancias que puedan trabajar a favor de la igualdad, quiero hacer un llamado: ¡Mujeres, seamos nuestras propias hinchas! Apoyémonos mutualmente, seamos amigas entre nosotras y de nuestra propia causa en todos los planos de la vida. ¡No habrá sociedades machistas si también las mujeres dejan de serlo!