EnglishDesde el siglo pasado, la desintegración latinoamericana es un proceso lento pero continuo motivado por diversas razones, entre las cuales, las diferencias políticas y económicas existentes entre los propios gobiernos de América Latina. Sin embargo, la irrupción del régimen militar populista de Hugo Chávez a principios de este siglo, tuvo mucho que ver con la aceleración del proceso.
Apenas llegó al poder, el comandante Chávez replanteó el viejo sueño de la izquierda castrista regional: una integración alternativa, bolivariana y revolucionaria, que con el pasar de los años fue calificada sin ninguna reserva como “socialista del siglo XXI”. Es decir, una integración exclusivamente latinoamericana, no americanista y, a la vez, fundamentalmente política, contrastante con el tipo de integración desarrollada en la región durante todo el siglo XX bajo una visión occidental, democrática y de libre mercado.
Esta idea integracionista, que según las palabras del propio Chávez “buscaba la conformación de un bloque de poder alternativo en América Latina para la contención del imperio estadounidense y la expansión e internacionalización del socialismo revolucionario”, fue promovida en todos los bloques de integración regional. Y bajo esta influencia, todos estos bloques se fueron paulatinamente polarizando. Desde los más antiguos y organizados, como la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), hasta los más nuevos y poco institucionalizados, como la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sufrieron divisiones y conflictos en su seno. La decisión que en el 2006 tomó el presidente Chávez de retirar a Venezuela de la CAN, se debió, en gran parte, a que el bloque no seguía su modelo de integración alternativa. También a ello se debieron sus innumerables amenazas de retirarse de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de todos los organismos del sistema interamericano, en particular la Corte y Comisión de Derechos Humanos, las cuales en parte se hicieron realidad el 6 de septiembre del 2012 cuando el Gobierno tomó la decisión de denunciar la Convención Interamericana de Derechos Humanos.
Hoy en día, los estados de inoperancia y estancamiento de los bloques mencionados evidencian cuánto avanzó el proceso de desintegración en los últimos 15 años. La situación de la CAN es la peor. El mes pasado, los miembros del organismo multilateral, otrora ejemplo regional por haber logrado el mayor grado de integración en virtud de constituir una unión aduanera, acordaron dar fin al Parlamento Andino debido a sus altos costos y al crecimiento (con numerosas diferencias en su seno) de UNASUR. Por otro lado, el MERCOSUR se encuentra estancado, la CELAC no termina de nacer, y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) –que nunca ha llegado a ser un organismo de integración alternativa, sino un grupo más de aliados políticos e ideológicos– vive el declive propio de un bloque dependiente financiera y políticamente de un solo miembro. En este caso, la dependencia es del financiamiento venezolano y del protagonismo del liderazgo internacional del fallecido Hugo Chávez.
En medio de estas precarias circunstancias, se distingue y tiene especial significación la consolidación de la Alianza para el Pacífico, el más joven de los organismos de integración regional creado en abril de 2011 y formado por Colombia, Chile, México y Perú, a los que pronto se sumará Costa Rica. Con el objetivo de constituirse como un mecanismo de integración profundo e incluyente con libre movilidad de bienes, servicios, personas y capitales para lograr un mejor desarrollo de sus pueblos, el ente acaba de concluir negociaciones para alcanzar el 100% de la desgravación arancelaria, de firmar un amplio acuerdo comercial que establece las bases institucionales y jurídicas necesarias para las inversiones y el libre comercio, y de crear un fondo significativo dedicado a financiar proyectos de cooperación social, educativa, turística, ecológica, científica, entre otros.
Este nuevo bloque de integración tiene con qué desarrollarse en pro de la modernización de esos países. Según sus promotores, la Alianza del Pacífico ya representa la 8ª economía y la 7ª potencia exportadora a nivel mundial; contribuyen con el 36% del PIB de América Latina, realizan el 50% del comercio de la región con el mundo y reciben en la actualidad más de US$70 mil millones en inversión extranjera directa, lo cual representa el 41% de la inversión total en la región.
Esta semana, los presidentes “revolucionarios” de Bolivia, Ecuador, Cuba, Nicaragua y Venezuela aseguraron que los miembros del grupo del Pacífico forman parte de una conspiración gestada “desde el norte” (es decir, por los Estados Unidos) para dividir a la UNASUR. No es casualidad que aquellos que propician la desintegración latinoamericana con sus propuestas de integración alternativa, hayan comenzado a cuestionar fuertemente al grupo con el fin de desprestigiarlo y desestabilizarlo. Era indudable que esto sucedería en la medida de que creciera y se fortaleciera esta alianza, pues así, se ha comenzado a revertir el proceso de desintegración que el hemisferio ha sufrido durante los últimos tres lustros.