EnglishDesde el 2003, cuando Luiz Inácio Lula da Silva llega a la presidencia de la República Federativa del Brasil, hasta el momento con la presidencia de su sucesora Dilma Rousseff, las relaciones comerciales y diplomáticas entre ese país y la Venezuela chavista-madurista, han sido buenas y estrechas, propias de socios estratégicos preferenciales, pese a las innegables diferencias políticas de cada gobierno.
Esas diferencias se observan claramente en las políticas exteriores de ambos países. En contraste con las de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, signadas por la ideologización, las de Lula y Rousseff se han orientado más al pragmatismo; se sustentan antes que nada por sus intereses económicos y por su tradicional objetivo geoestratégico de consolidarse como potencia regional y mundial.
Esto explica que la posición y conducta de Brasil hacia Venezuela haya sido de amistad con el régimen bolivariano, pero no de apoyo automático ni incondicional. De hecho, los brasileños siempre se han negado a entrar en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). También explica que las relaciones bilaterales, que llegaron a su mayor esplendor durante los ocho años de la presidencia de Lula da Silva, ahora bajo la presidencia de Dilma Rousseff estén sufriendo un sutil declive, el cual puede agudizarse en el futuro debido a la crisis económica y la inestabilidad política del gobierno de Nicolás Maduro.
Cabe recordar que fue en el año 2005, con Lula, cuando verdaderamente se selló la “alianza estratégica” entre Brasilia y Caracas con la suscripción de acuerdos en una amplia variedad de materias y el establecimiento de un activo mecanismo de consultas, encuentros trimestrales y cooperación. La profundización de éstos vínculos generó una muy privilegiada sociedad, que se tradujo en un incremento del 858% de las exportaciones brasileñas a Venezuela. Según la cancillería de ese país, el comercio brasileño-venezolano se multiplicó por siete desde 2003 hasta 2012.
En materia político-diplomática, el presidente Lula se distanció de la postura de Chávez en asuntos comprometedores para los intereses brasileños. Por ejemplo, los enfrentamientos mantenidos por el Comandante con el gobierno de George W. Bush en Estados Unidos y con el del colombiano Álvaro Uribe, ocasiones en las que Lula se mostró como mediador o apaciguador de Chávez. Sin embargo, a nivel general Lula apoyó a Chávez en diversas formas y asuntos, otorgándole así legitimidad internacional. Y lo hizo por acción u omisión, algunas veces con silencio cómplice, en forma directa o a través de su canciller, Celso Amorin, y de su asesor Marco Aurelio García, principales encargados de su política exterior.
Con la sucesora de Lula en la Presidencia, Dilma Rousseff, se mantuvieron las fructíferas relaciones comerciale; Venezuela sigue siendo la responsable del 15% del superávit global brasileño. En el 2012, el intercambio comercial alcanzó la cifra récord de US$ 6.050 millones, aun cuando se trata de un intercambio absolutamente desigual a favor de Brasil, de donde proviene el 80% de los bienes y servicios intercambiados. El 20% de la parte venezolana es conformada por el sector energético (participación estatal).
Asimismo, Russeff y Maduro mantienen una relación cordial. Una de las primeras visitas del Presidente venezolano este año, tras su dudosa elección presidencial, fue a Brasil, que a su vez fue uno de los primeros países en darle el reconocimiento diplomático. En dicho encuentro, ambos mandatarios se comprometieron a mantener su alianza y firmaron nuevos acuerdos. Luego, las autoridades brasileñas han asegurado que ayudarán a Venezuela a superar el grave problema de desabastecimiento que sufre actualmente.
No obstante, ni las relaciones comerciales ni diplomáticas han sido tan estrechas como las logradas por Lula y Chávez. Se observa, más bien, un distanciamiento político y un mayor pragmatismo comercial. Dilma ─más que Lula─ responde a sus intereses propios y de potencia emergente, y por tanto su actitud cambia según las circunstancias que debe enfrentar. Y ella está enfrentando problemas internos críticos (manifestaciones públicas, descontento popular, divisiones partidistas, recesión económica, etc), aunque no tan graves como los de su socio venezolano.
Esta desastrosa situación económica venezolana también influye en el discreto alejamiento de Russeff hacia Venezuela. Por eso, el pasado 28 de octubre envió una misión a Caracas liderada por el ministro de Comercio e Industria, Fernando Pimentel, con el objetivo de reclamarle al gobierno de Maduro el pago de las deudas contraídas por sus empresas con compañías brasileñas dedicadas a la exportación de productos, sobre todo de alimentos. Según el diario “Folha de Sao Paulo”, el atraso en los pagos de las exportaciones realizadas este año por empresas brasileñas llega en muchos casos a los cuatro meses.
También el sutil distanciamiento de Brasil es producto de la militarización y radicalización del gobierno madurista. Rousseff y su Partido de los Trabajadores se encuentran en el período de pre-campaña electoral para las elecciones presidenciales de 2014, en las cuales se juega la reelección. Por lo tanto, no tiene interés en ser vinculada con un gobierno poco democrático, que atenta sin escrúpulos en contra de la Constitución, de la oposición democrática y las libertades y derechos de los ciudadanos, entre ellos la libertad de expresión e información. Rousseff ha dicho en varias oportunidades que prefiere “el ruido de los periódicos al silencio de las dictaduras”.
Después de todo, Brasil es consciente de que goza de una democracia en la que los medios ejercen un papel de vigilancia y en general se respetan los principios e instituciones democráticas, el pluralismo y los derechos humanos. También es consciente de su papel fundamental en América del Sur. De ahí sus cautelas con el chavismo madurista que, además, está devaluado no sólo económica sino políticamente en el hemisferio. Pues hace ya tiempo que dejó de ser el epicentro de la izquierda latinoamericana.