English Comienza un nuevo año con grupos de izquierda – moderada o radical – gobernando en la mayoría de los países del sur del continente americano. Es el caso de diez de los trece países del continente: Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Guyana y Surinam.
Solo los gobiernos de Colombia – que elegirá nuevo presidente en mayo – y Paraguay se mantienen en la órbita de la centro derecha, pero ambos poseen posiciones privilegiadas en las relaciones con sus pares y en los bloques multilaterales dominados por el grupo de izquierda: Unasur, Mercosur y Alba.
En general, la izquierda sudamericana está abierta económicamente y tiene propensión a los diálogos políticos internos y externos. No tiene otra opción: los problemas internos acechan y la realidad internacional se impone. El narcotráfico, la criminalidad, la pobreza, el desempleo, la inflación y la desaceleración económica siguen presente. La región latinoamericana creció menos de lo esperado en 2013, un 2.6% de acuerdo a la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Latinoamérica y el Caribe (CEPAL).
El gobierno peruano de Ollanta Humala, que de izquierda tiene poco, es el más abierto de la región. En materia política, ha mantenido diálogos y alianzas con todos los partidos nacionales y con todos los gobiernos extranjeros, en especial con los más conservadores del hemisferio americano. Además, como bien dice el analista Luis Esteban Manrique, “con un crecimiento medio del 6% desde 2000 y un 2,5% de inflación, el país andino se ha convertido en una de las economías más abiertas de la región, con acuerdos comerciales con la Unión Europea, Estados Unidos, China, Japón y Corea del Sur, entre otros”.
Es también probable que el gobierno de Dilma Rousseff se abra más. En un contexto donde se prevé la continuidad de las manifestaciones populares y la lentitud económica, y un evento a cuestas que pone en juego el prestigio brasileño – la Copa Mundial de la FIFA – Rousseff necesita buenos resultados para que su gobierno resulte relegido en las elecciones presidenciales de octubre.
Gobiernos más cercanos al centro del proyecto bolivariano – Venezuela – como Ecuador y Bolivia, también han tomado medidas tendientes a la apertura, aunque sea solo en términos más económicos que políticos. En el caso de Ecuador, el Presidente Rafael Correa mantuvo su economía y comercio abiertos hacia el exterior, incluyendo Estados Unidos y la Unión Europea, logrando así cerrar el año con índice moderadamente bueno de crecimiento que, según la Cepal, fue del 3,8 %, uno de los seis más altos de la región. Eso no le impidió, en paralelo, consolidar durante el 2013 su poder autoritario, asegurarse el control de todas las funciones del Estado y no abrir el diálogo político con la oposición dentro de su país.
Por supuesto, encontramos excepciones a esta tendencia a la apertura en los gobiernos autoritarios de la izquierda más radical. Es el caso de Venezuela, en donde se observan retrocesos al empeñarse en seguir el camino de la dictadura comunista cubana. En menor grado, también está el caso del gobierno argentino de Cristina Fernández de Kirchner, que ha decidido continuar por la senda del populismo y el estatismo.
El gobierno venezolano de Nicolás Maduro se niega al dialogo pluralista y democrático, aplica políticas económicas de corte estatista cada vez más erradas y mantiene un antiimperialismo hipócrita, pues cada día depende más de Estados Unidos en el plano económico y de Cuba en el plano político.
Sus índices de crecimiento económico son los más bajos de la región sudamericana, y no se prevé que esta situación cambie durante 2014. Inflación, desempleo, criminalidad, inseguridad, y desigualdad social, son cifras pavorosas considerando los recursos del país petrolero.
Las actitudes de apertura demuestran que, no obstante esta hegemonía de los grupos de izquierda en América del Sur, sus dirigentes son conscientes de que ya pasó la época dorada, cuando los liderazgos de Lula Da Silva y Hugo Chávez guiaban la política sudamericana. Los gobiernos que se autodenominan socialistas no tienen ya la misma fuerza e influencia que en el pasado y, muy probablemente como resultado de sus propias políticas intervencionistas, les ha llegado el momento de la apertura política y económica.