EnglishHasta este mes, el Obamacare ha sido objeto de al menos 50 cambios sustanciales desde que fue promulgado, en marzo de 2010. Uno se pregunta qué es peor: si la ley y sus mandatos económicamente destructivos, o que el presidente estadounidense Barack Obama haya iniciado 31 de estos cambios sin aprobación legislativa.
Tales cambios, hechos sobre la marcha por los mismos arquitectos del proyecto, muestran el rotundo fracaso de la Ley de Cuidado de Salud Asequible mejor de lo que jamás podría hacerlo cualquier crítico. Muchos de los responsables ya han admitido el error de sus posturas, han renunciado, o han revelado inadvertidamente la forma deshonesta en la que fue aprobada la ley. Defensores políticos como la exsenadora Mary Landrieu, de Louisiana, también han sufrido despidos rápidos por parte de sus electores.
Los ciudadanos estadounidenses ya lo han comprobado y se oponen firmemente a su aplicación, mientras las inscripciones en el Obamacare disminuyen cada vez más. Ven que la complicada mezcla de obligaciones, subsidios, impuestos e “intercambios” ya han reducido las opciones, elevado los costos, violado la privacidad, socavado el Gobierno constitucional, y perjudicado las perspectivas de empleo para las personas más vulnerables.
Lejos de servir a las necesidades de los ciudadanos, y de promover la competencia, “los grandes planes de seguro médico … están colaborando efectivamente con los funcionarios del Gobierno en el cumplimiento de la política Federal de salud”, según se explica en un documento de trabajo (PDF) del Centro Mercatus.
Sin embargo, legisladores intransigentes e intereses especiales siguen obstaculizando la derogación del Obamacare, y repiten engañosos números de registro, pues no descuentan a aquellos que dejaron de pagar las primas o que se dieron de baja. Cambios ad hoc y tácticas dilatorias han mitigado algunas de las consecuencias políticas, y la reforma médica ahora ha alcanzado un grado considerable de inercia.
Si los defensores de la desregulación pretenden lograr un cambio significativo en este desastre, deben: 1) oponerse firmemente a cualquier demanda progresista de carácter moral; y 2) concentrarse y desentrañar la última muestra de resistencia de los adherentes del Obamacare: la utópica marcha hacia una medicina socializada.
Richard Epstein aborda el primer punto en un penetrante ensayo, ¿La muerte lenta de Obamacare?. Había, como él señala, un problema: “inferior atención en salud a precios altos para grandes segmentos de la población”. Desafortunadamente, los progresistas que hicieron la reforma optaron por reforzarla aún más, con subsidios y regulaciones más estrictas.
Si a los reformistas le hubieran importado las necesidades de los votantes —en lugar de las de los grupos de interés bien relacionados—, podrían haber elegido un camino alternativo. De hecho, hay muchas reformas que costarían muy poco para ser promulgadas y permitirían lograr un mejor acceso a la atención médica de inmediato. Considere, por ejemplo, que las leyes de certificados de necesidad, restricciones a los medicamentos importados, onerosas aprobaciones de la FDA, y los requisitos de concesión de licencias, bloquean el lado de la oferta de esta ecuación.
Aunque estuvieren dispuestos a reconocer los fracasos del Obamacare en su forma actual, muchos defensores pueden responder queriendo redoblar esfuerzos nuevamente en la ruta intervencionista. Siguen enamorados del mito de la cobertura universal en la medicina socializada.
Al parecer, una política como esta no es suficiente para evitar que los cubanos huyan en barcos improvisados hacia la costa de Florida, sino que también se puede mirar el caso de Canadá para aprender al respecto. Aunque este desarrollo ha permanecido bajo el radar en el discurso de Estados Unidos, el turismo médico de los canadienses está en auge, con más de 52.000 viajes al extranjero en 2014, un incremento del 26% desde 2013.
Estos individuos, supuestamente con cobertura universal, han renunciado al racionamiento, pues no están dispuestos a asumir el riesgo de las listas de espera. Considere que “en 2014, el paciente promedio en Canadá podía tener que esperar casi 10 semanas para el tratamiento médico necesario después de ver a un especialista”, según informó Bacchus Barua, del Instituto Fraser, en Columbia Británica.
Actualmente puede haber menos de ese ímpetu arrollador entre los políticos tradicionales para derogar el Obamacare, pero para quienes están dispuestos a asumir el reto y adoptar la desregulación, la evidencia continúa acumulándose en su favor. Además, estos políticos tienen un electorado que le apoya, por lo que es una plataforma ganadora.