EnglishNadie podrá jamás dudar de que Edmundo Chirinos (Falcón, 1935-Caracas, 2013) planificó con cuidado su propio funeral. Figura pública desde sus tiempos de estudiante de bachillerato; candidato presidencial; rector de la principal universidad de Venezuela; psiquiatra (admitido) de dos presidentes; autor de numerosos artículos publicados en revistas científicas…
Por encima de todas las cosas, Chirinos fue un hombre con un ego desmedido, que cometió, al final de su vida, un homicidio, debido al cual murió en medio del repudio colectivo. Si se imaginaba un multitudinario entierro, no pudo estar más equivocado. No hubo velatorio de su cuerpo, apenas un acto de cremación al que no concurrió nadie.
Sobre el psiquiatra de los presidentes venezolanos Jaime Lusinchi (1983-88) y Hugo Chávez (1999-2013) pesó, en los años postreros de su vida, la ignominia de cómo sedujo y finalmente asesinó a una adolescente, Roxana Vargas, en 2008; sin conseguir clemencia del “chavismo” al que tan bien había servido, en el juicio en su contra se demostró que sedó y violó al menos a otras 14 mujeres.
En 2010, y a pesar de que en Venezuela las personas mayores de 70 años suelen ser beneficiadas con reclusión domiciliaria, Chirinos fue condenado a 20 años de prisión, y conducido a la cárcel de Yare III, una de las más peligrosas del país; allí sufrió un accidente cerebro-vascular, y en 2012, finalmente, fue enviado nuevamente a su casa, la misma donde según la policía, hallaron pruebas de que Roxana Vargas no había sido su única víctima. La misma casa donde fue hallado sin vida el 24 de agosto del año siguiente.
Aún en Venezuela, país muy acostumbrado a la violencia, el caso de Roxana (su cadáver fue hallado en un basurero a la salida de Caracas) causó conmoción. Estudiante de Comunicación Social con problemas de sobrepeso, y víctima de la anorexia, tenía un blog, denominado “Princesas Anas”: para la policía, había un solo paso entre leer la bitácora y descubrir sangre en el consultorio que Chirinos tenía en su clínica (era su médico tratante, muy a pesar de que Roxana venía de una familia de escasos recursos y Chirinos era uno de los psiquiatras más caros del país).
La saga de la vida de Chirinos, su vida y el juicio que lo convirtió en un paria fue meticulosamente registrada. Primero en un libro por la periodista Ibéyise Pacheco, cuyo nombre es Sangre en el Diván, en el que recoge, además de las evidencias y el juicio del crimen de Roxana Vargas, más de 40 horas de conversaciones con el psiquiatra.
El resumen de estos diálogos, a su vez, fue convertido en un monólogo teatral, de igual nombre que el libro (sin duda, el mayor éxito editorial de la última década en Venezuela), donde el reconocido actor y director Héctor Manrique encarna magistralmente al psiquiatra, sus filias y sus fobias: el alarde que hace de su talento, de sus conexiones políticas, de sus amores; el terror casi palpable que genera en la audiencia cuando le advierte: “Cuidado. Tú no sabes quién soy yo”; el desprecio que manifiesta hacia la muchacha a la que mató, hacia Chávez, hacia Lusinchi y hacia todo lo que le rodea; su obsesión con la muerte, su alegría ante el deceso de sus familiares… Y sobre todo, su profunda egolatría.
Un universo en el que solo Chirinos era importante, en el que su entorno, como dice Manrique, jamás le criticó nada y que terminó convirtiéndolo en un monstruo con más de 3 mil fotografías de sus pacientes, sedadas y desnudas, según el expediente del caso de Roxana Vargas.
Al final, en la aún pequeña Caracas, lo que se supo del psiquiatra al ocaso de su vida se rumoró durante años, pero jamás se hizo oficial ni nadie se atrevió a sacarlo a la luz pública, por el gran poder del personaje.
Sangre en el Diván, además, recorre 60 años de la vida política venezolana, desde los estertores de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en los 50, hasta el momento en que Chirinos señala que “Chávez es mentiroso, manipulador, pero no inteligente”: el mismo presidente al que poco antes de hablar con Pacheco, le había escrito solicitándole un indulto por el crimen de Roxana Vargas, carta que, por cierto, jamás fue respondida.
Manrique, director del Grupo Actoral 80, es uno de los más reconocidos personajes de las tablas venezolanas, además de ser uno de los discípulos más aventajados de José Ignacio Cabrujas, el más grande dramaturgo de la historia del país, del cual ha vuelto a representar varias obras en años recientes, como El Día Que Me Quieras.
Además, conoció a Chirinos: Sus padres y el psiquiatra fueron grandes amigos. Su madre, señala Manrique, jamás creyó lo que se dijo de Chirinos, hasta el final de su vida. Su interpretación toma ventaja de haber compartido con él: le copia los tics, el tono de su voz, la gesticulación, hasta que uno, que está sentado en la sala, siente miedo, porque le parece que Chirinos resucitó, que en cualquier momento puede tomar el cráneo que blande (y que le sirve de compañero en toda la obra) y descerrajárselo a cualquier espectador en la cabeza, tal como hizo con Roxana Vargas.
Sangre en el Diván (la obra) ha sido vista por miles de venezolanos, ha estado en gira nacional y probablemente termine en video. Por lo pronto, en el vivo mundo del teatro venezolano (vivo a pesar del chavismo, la crisis y la propia apatía del gran público hacia casi todo lo que no sea el gran cine de Hollywood) está marcando un nuevo hito.
Y le recuerda al país que a personajes que parecen muy pesados e invencibles, que abusan de su poder hasta el cansancio, también les puede tocar su cuarto de hora de pagarlas. Un velorio vacío, sin nadie que se acerque a dar un último adiós a quien en vida fue tan adulado y seguido.