En la guerra, determinación; en la derrota, desafio; en la victoria, magnanimidad: y en la paz, buena voluntad. Winston Churchill
Les confieso que anoche, mientras esperaba los resultados de las elecciones parlamentarias venezolanas (unos resultados que todo el país sabía, pero que terca y parcializadamente, el Consejo Nacional Electoral se negaba a divulgar) Winston Churchill, el autor de esta frase, el político más importante del siglo XX, me estuvo rondando como un fantasma.
Y pensaba en ella porque creo que hoy más que nunca, esa frase, que implica que hay que administrar las victorias, en la política, en la guerra y en la vida, cobra sentido.
Sería muy fácil, en este mismo momento, lanzar un discurso encendido, decir que ahora lo que viene es un referendo revocatorio, una constituyente y un cambio político acelerado. Los votos dan holgadamente para ello; se habla de que la oposición tuvo hasta 70% del favor popular. Pero además, mientras pensaba en estas cosas, hablaba Nicolás Maduro, el presidente venezolano, y decía que el “chavismo” había “recibido una bofetada”. Fue mucho mas que eso.
A esta hora, a medio día de cerrar las mesas, el Consejo Nacional Electoral, otro que tampoco, nuevamente —y quizás, ojalá, por ultima vez—, dio la talla ante el momento, no muestra los porcentajes de cada una de las tendencias; en su infinita parcialización, su infinita mediocridad, no pone a qué partido pertenece cada ganador y cada perdedor en los circuitos que ya están definidos, para dificultar la lectura de esos resultados. Hay que decir que en cada elección anterior, lo hacía, como para recalcar a qué nos enfrentamos los venezolanos. Se dice, sin embargo, que la oposición sacó 70 por ciento de los sufragios, y una diferencia de 40 puntos, probablemente sin precedentes en la Historia Universal. En la venezolana, claramente no tiene un antecedente. Y el único objetivo de retrasar los resultados era impedir la celebración en las calles y darle tiempo a Maduro para preparar una narrativa de la derrota.
Los ciudadanos, en tanto, hablaron muy fuerte y muy claro. Lo sucedido ayer fue un plebiscito contra Maduro y su régimen. Pero seria muy peligroso para la MUD asumir un triunfalismo vacío. Antes que a nadie, a la oposición le conviene que el Gobierno se sostenga, cuando puede caer en unas horas y dejar detrás de sí una espiral de ingobernabilidad.
Un derrumbe desordenado del Gobierno de Maduro —tras los resultados de ayer, no solo es posible, sino factible— sumiría al país en un caos. En el chavismo, los próximos días serán de confusión y pases de facturas. El “chavismo” se sostenía en base a tres creencias que tanto Hugo Chávez como su régimen, del cual Maduro es una continuación, se encargaron de grabar a fuego en la psique de todos los venezolanos y especialmente los de oposición:
- Que los pobres lo apoyan de forma irrestricta.
- Que, como consecuencia de lo anterior (los pobres son más) era siempre mayoría.
- Que el Ejercito era su pilar y lo apoyaría en cualquier aventura que emprendiera.
Los tres se cayeron ayer. Por esto, vienen días muy difíciles para el chavismo, pero también al resto de la sociedad a la que no debería poder arrastrar en su caída. Lo más peligroso es que el chavismo no es un movimiento político normal, y es tan poco normal que sus diferencias pueden dirimirse a balazos, como entre los malandros. A buen entendedor, pocas palabras.
Estaba claro que en un país con 300% de inflación, 70% de escasez y 76% de pobreza no iba a ganar el Gobierno. El único que no lo entendió, y sigue sin entenderlo, es Maduro; y los que están alrededor suyo. Quizás porque de tanto privilegio, ya se les olvidó como es estar en el pueblo llano.
El triunfo opositor se construyó contra el ventajismo más desbordado que se haya conocido en país alguno, y contra el ventajismo más grosero que haya conocido Venezuela en su historia; contra el muro de silencio que le impusieron los autocensurados o censurados medios de comunicación a la opción opositora; y contra toda la trampa que se hizo a lo largo de todo el día de los comicios.
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Eso se logró porque, a diferencia de otras oportunidades, la coalición opositora se preparó con conciencia y tapó todas las grietas por las que se colaba la trampa. Ayer intentaron repetir las mismas estratagemas, pero como los buenos ajedrecistas, la oposición le tenía cerrados todos los caminos al jaque mate.
Salen muy fortalecidos Leopoldo López (es probable que quede libre en los próximos días), su esposa Lilian Tintori (recorrió el mundo llevando el mensaje de su esposo, preso político), Jesús Torrealba (su energía y su compromiso fueron indispensables para la maquinaria y la organización), y los miles de miembros de mesa anónimos y militantes de todos los partidos de la Unidad que se dedicaron a convencer a las personas una por una.
Pero en todo caso, la MUD no puede decir que tiene 70 por ciento de los votos. Tiene muchos votos, pero otra parte vienen del descontento. Si este aluvión de votos, equiparable en pequeño a la caída del muro de Berlín, se va a sostener para permitir una transición ordenada, depende de la magnanimidad y del liderazgo de la Unidad.
Y al cierre se me vuelve a asomar Churchill, cuando decía a propósito de la Batalla de El Alamein: “No es el fin, ni siquiera es el comienzo del fin, pero indudablemente es el fin del comienzo”.
A eso se debe apuntar hoy en Venezuela.