“Que gobiernen las putas, ya que sus hijos nos han fallado”. Quizás sabiendo que esta irreverencia (tan de moda desde los 60) está en la psique de muchos de sus compatriotas, Ángela Villón Bustamante quiere obtener un escaño en el Congreso unicameral del Perú. Es la candidata número 19 por el Frente Amplio para los comicios de este 10 de abril. Respalda a la aspirante presidencial Verónika Mendoza, y su eslogan de campaña es: “Ángela Villón, una puta decente que hará del Congreso un burdel respetable”.
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La democracia es un concepto tan amplio e inclusivo (de inicio, nada es más revolucionario que hacer que, al menos por un día, el pensamiento de cada ciudadano tenga un valor único e igualitario) que permite que una prostituta pueda apostar a ser parlamentaria.
Ángela se ha construido una imagen de “bomba sexual” en su país, pero además, de luchadora por los derechos laborales de las trabajadoras sexuales, oficio que ejerce desde que tenía 16 años, que abandonó por otros 16 y que acaba de retomar a sus bien llevados 50; “no estoy cansada (de ejercer la prostitución), lo que sucede es que necesitamos estar dentro del Congreso para hacer una lucha sincera y fuerte porque las autoridades nos han discriminado, excluído”, señaló, en declaraciones recientes, recogidas por RPP.
Ángela tiene página en Facebook, sabe manejar bien las demás redes sociales, y es posible que en un país contagiado por el virus de la antipolítica, hasta logre ser congresista; Mendoza, mientras tanto, ha sido acusada de ser la candidata del “chavismo” en Perú, y está empatada en el tercer lugar de las encuestas con otros dos candidatos. A hoy, la aspirante con más posibilidades de ganar la primera vuelta electoral es Keiko Fujimori, otra representante de la antipolítica.
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Enlazando a Mendoza (quien, por cierto, no ha desmentido ser chavista y ha acusado a la oposición venezolana de ser “golpista” y a Maduro lo ha ensalzado tildándolo de “demócrata“) y a Villón, más que por su oficio por su filiación política, habría que recordar a las miles de venezolanas que en manifestaciones públicas contra la interminable y ruinosa revolución bolivariana han exhibido pancartas que dicen “prefiero ser puta que chavista”, frase que popularizó la muy conocida actriz Roxana Díaz, quien participó en un video erótico casero tan popular en Venezuela como el de Kim Kardashian lo es en el mundo.
Pero dejemos el chistecito sobre la profesión de Ángela y vayamos al fondo del asunto. Perú, un “país discontinuo”, como lo apodaba el recordado dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas en los 90, es hoy, sin duda, el gran milagro económico y político del continente. Estable financiera y socialmente, con crecimiento sostenido, con sus guerrillas maoístas en el pasado.
¿Por qué, entonces, Keiko Fujimori y Ángela Villón, de entornos socioculturales y profesionales tan diferentes, pueden pacer juntas en las pasturas comunes de la antipolítica? ¿Por qué la antipolítica sigue siendo popular en un país que en muchos sentidos es la envidia de, por ejemplo, nosotros los venezolanos, que recibimos miles, quizás cientos de miles de peruanos hasta la década de los 80, que hoy se han integrado a nuestro país y nos han dado a sus hijos y sus nietos?
El padre de la antipolítica en Perú es también el padre de Keiko, ese anciano de origen nikkei que hoy causa un poco de compasión, pero que sin contemplaciones y valiéndose de métodos non sanctos creó el Perú de hoy. Un programa económico tan compacto que han mantenido todos los que vinieron después, porque produce excelentes resultados, incluyendo a Ollanta Humala, el actual mandatario, que ya en su momento representó un triunfo de los antisistema.
Pero ¿por qué los peruanos quieren más, quieren terminar con los partidos políticos? Perú es un país con una prensa vibrante, con un debate público permanente, y quizás eso contribuya. Cómo decía Hana Fischer en una excelente serie de artículos publicados en este portal, llamada La Democracia bajo presión, solo en los países democráticos hay una perenne diatriba sobre lo malas que están las cosas; en los autocráticos, los Gobiernos hacen (e imponen) el silencio sobre los problemas de la sociedad. Solo en democracia, Ángela puede calificar al Congreso de “burdel”. Hacerlo en una dictadura (también en las dictaduras hay congresos, aunque son caricaturas) la llevaría al calabozo o a las listas de los desaparecidos.
Quizás Keiko gane la presidencia. Quizás Verónika logre que los peruanos le crean, aún siendo chavista. Quizás hasta Ángela Villón llegue a ser una gran parlamentaria.
[adrotate group=”7″]Quizás tanta libertad, tanta diatriba, como señala Hana, haga que los menos preparados o hábiles de la sociedad añoren al “hombre fuerte”, al que nos va a poner en nuestro sitio o nos dará lo que creemos merecernos: pero uno, desde afuera, y admirando lo que esa nación ha logrado en los últimos 25 años, no puede dejar de recordar a Cabrujas, y a aquella señora peruana que me decía, en tono de chiste, cuando volvió a ganar Alan García, que la chicha morada dañaba la memoria, y por eso el país estaba condenado a (re)elegir siempre a personajes nefastos y a preferir a Alberto Fujimori que a Vargas Llosa, y a Ollanta Humala por encima, entre otros, de Alejandro Toledo, el hombre que se la jugó durante un año denunciando un fraude electoral.
En este momento del Perú, recuerdo a Carlos Andrés Pérez, el expresidente venezolano, acérrimo enemigo de Fujimori, hablando de la posibilidad de que los venezolanos cometiéramos un “autosuicidio” tirándonos en brazos de un demagogo militar y populista, y cómo lo hicimos y llegamos a esta piltrafa que somos hoy; y se me viene a la memoria (otro) de los peruanos más universales, César Vallejo, cuando en plena guerra civil española advertía: Cuídate, España, de tu propia España.
Lo mismo aplica para Perú hoy: Ten cuidado, Perú, de tu propio Perú, porque es muy fácil arruinar algo bueno lanzándote en los cantos de sirena de la antipolítica. El domingo veremos.