EnglishPor: Esteban Pérez
El discurso presidencial en Ecuador es claro: somos una economía sin municiones, en el campo minado del comercio global. Nuestros enemigos acérrimos, Colombia y Perú, han preparado su arsenal y nos disparan con su más potente arma a quemarropa, que es la devaluación monetaria.
Con ella, cada dólar que sale a comprar productos más baratos al exterior, es un gol, o más bien, una bala que nuestros enemigos nos meten. Estamos asediados, la economía es una guerra y la vamos a perder si las altas cúpulas no organizan a nuestro ejército de empresarios para el contraataque.
El problema con este panorama es que realmente no hace ningún sentido. No estamos en guerra con Perú y Colombia; los productos que entran al Ecuador no son balas y la economía no es un juego de suma cero donde la ganancia de uno es la pérdida de otro. Pero nuestra economía se maneja como economía de guerra, herencia medieval que plaga la mente de los “tecnócratas” de turno y que nos pasa factura a todos.
Un Rey del Medioevo, que además era señor de las tierras y posesiones de sus súbditos, se encontraba en constante amenaza de guerra. Antes de que se implementara la división del trabajo, la producción y el comercio con la Revolución Industrial, la única forma en la que una corona se podía enriquecer era a través de la conquista. Pero las guerras son caras y sacrificadas, y para poder enfrentarlas, todo rey tenía que desarrollar un plan de gobierno alrededor de ella.
Dos políticas resaltan en la época: altos impuestos y restricción al comercio. Y tienen mucho sentido en esas circunstancias. Los impuestos enriquecían al fisco, que lo gastaba en armas y ejército para eventuales enfrentamientos.
Pero más reveladoras aún son las restricciones al comercio. El libre comercio y la división del trabajo hacían a cada nación co-dependiente de las demás, pues todas necesitaban lo que las otras producían, tal como pasa en las sociedades industrializadas de hoy. Pero un rey, en constante amenaza de guerra, no podía darse el lujo de depender del comercio extranjero, pues lo haría víctima fácil del asedio y bloqueo.
La autarquía nacional, es decir, la producción para el auto-consumo, debía imperar a la fuerza. Cada producto que entraba, bajo esa visión, era una bala, o más bien, un grillete que las economías de otros países le imponían. Por otro lado, las exportaciones hacían a las demás naciones sus rehenes.
Querer conducir nuestra economía bajo la premisa de una eterna guerra con nuestros vecinos solo puede traer consigo la consecuencia de atrasarnos cinco siglos
Era propio del monarca atacar a las primeras y favorecer a las últimas. La economía era la guerra antes de la guerra, y en la medida en que esa se gane, la corona se encontraba en mejor forma para enfrentar a las guerras reales.
Pero tal pensamiento es obviamente anacrónico para el Ecuador de hoy, como para el resto del mundo. En el siglo XIX, occidente entero se volcó al capitalismo y la libre empresa, dejando de lado el feudalismo y las monarquías absolutas, justamente porque la división del trabajo a gran escala permitía producir más y mejor, aliviando la pobreza de forma sin precedente. Así mismo, estimulaba la paz y no la guerra, que siempre es costosa tanto económicamente como en vidas.
Querer conducir nuestra economía bajo la premisa de una eterna guerra con nuestros vecinos solo puede traer consigo la consecuencia de atrasarnos cinco siglos, incluyendo todas las plagas y pobreza de la época. Las declaraciones económicas de Rafael Correa son, como demás declaraciones suyas, propias de Luis XIV y no de un estadista serio.
Esteban Pérez es abogado, candidato a Master en Economía Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos y LL.M. por la Universidad de Chicago. Síguelo en @estebanperezm.