Apartado de las loables luchas que, tiempo atrás, dieron mujeres y hombres valientes, el feminismo de género que vemos en la actualidad se empeña en hacernos creer que hay un enfrentamiento natural entre los dos sexos; que el masculino, como grupo, oprime al femenino.
La batalla de estas feministas nada tiene que ver con buscar igualdad. ¿Qué son las leyes de cuotas sino un privilegio que se les da a las mujeres por el solo hecho de serlo? ¿A qué igualdad se refieren quienes exigen cupos estudiantiles o créditos especiales para mujeres?
Estos movimientos colectivistas, a través de una victimización de la mujer, buscan privilegios para el sexo femenino. Por ejemplo, continuamente utilizan los estudios sobre participación laboral femenina en las diferentes profesiones para exigir beneficios y culpar a los hombres de las elecciones que tomamos nosotras.
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Se estima que menos de un 5% de los cargos directivos de las principales empresas son ocupados por mujeres. Sin embargo, la pregunta que hago cada vez que me citan esta cifra es: ¿creen que la baja participación femenina se debe a que hay una conspiración de hombres que odian a las mujeres y no las dejan ocupar altos puestos? ¿Deberían los hombres ceder sus cargos a mujeres sólo por su género?
En alguna ocasión, una feminista me mostraba una investigación sobre el número de enfermeras, que supera en gran medida la cantidad de enfermeros. Mi pregunta es la siguiente: ¿qué hay de malo en ser enfermera? ¿Acaso creen que los hombres han obligado a las mujeres a elegir esta profesión? Históricamente las mujeres hemos tenido habilidades para cuidar, y en eso nada de malo hay.
La tiranía de estos movimientos feministas colectivistas no es sólo contra los hombres, a quienes les quitan oportunidades y derechos amparándose en que son mujeres y eliminando todo principio de igualdad ante la ley, es también una tiranía contra nosotras. Pretenden saber qué tipo de vida deberíamos llevar y cómo deberíamos comportarnos. Parece que creen que ser ama de casa, estudiar enfermería, o dedicarse a carreras típicamente femeninas, además de ser indigno, es culpa de lo que ellas llaman “patriarcado”. Tal pensamiento es tan ridículo como si a los hombres se les ocurriera culpar a las mujeres porque en oficios como la construcción ellos son una mayoría abrumadora.
En cuanto a capacidades físicas, hombres y mujeres somos diferentes. Esto, en parte, ha hecho que históricamente los hombres se dediquen a trabajos más peligrosos y duros que los que comúnmente realizan las mujeres. Pero tal situación nada tiene que ver con la supuesta opresión de la que hablan algunas feministas. Y en lo referente a elecciones educativas y profesionales, resulta que los estudios muestran que también tenemos diferentes preferencias. Sin embargo, parece que algunas líderes feministas creen que todas las mujeres que han estudiado secretariados, enfermería o pedagogía, lo han hecho presionadas por una cultura machista.
James Bennett en su libro “The Politics of American Feminism”, basado en observaciones estadísticas, expone más de 20 razones por las cuales los hombres tienen rentas diferentes a las de las mujeres. Entre otras, encuentra que las ciencias duras y la tecnología son preferidas por los hombres, mientras que las mujeres estudian, en mayor proporción, carreras sociales. También expone evidencia de que los hombres aceptan trabajos más estresantes, en horarios más largos y con turnos diferentes. Además afirma que las mujeres y los hombres suelen tener motivaciones e incentivos diferentes; para muchas mujeres un objetivo fundamental en sus vidas es tener familia, aún si esto implica hacer pausas en su vida laboral.
Hace poco un amigo me contaba, asombrado, que a su sobrina de cuatro años le encanta maquillarse y que no entendía la razón de tal gusto, pues a la niña nadie le había enseñado a hacerlo. ¿Tendríamos que culpar al “patriarcado” de que desde pequeñas nos guste tal actividad? Por supuesto que no. Y de la misma manera no se puede decir que las mujeres estudian carreras típicamente femeninas porque son oprimidas o porque la sociedad las condena a estos oficios.
Lo que no entienden las feministas de género es que la igualdad es sólo ante la ley. Hombres y mujeres tenemos diferencias tanto en nuestras habilidades físicas como en nuestras preferencias académicas y laborales. Las mujeres son cuidadoras y protectoras por naturaleza, y eso no está mal.
Al parecer, quienes les echan la culpa a los hombres de los pocos puestos directivos que ocupan las mujeres, nunca se han puesto a pensar que, en general, no somos tan arriesgadas como ellos, y que comúnmente tenemos otras preferencias académicas y familiares. Existen muchas mujeres para las que, en su función de felicidad, tener otro tipo de empleo y horarios más flexibles que les permitan compartir con sus hijos es más deseable que ser gerente de una empresa.
Ciertos empleos implican costos familiares y sociales que tal vez muchas mujeres no quieren asumir. Pero las feministas de género, por demás autoritarias y presumiendo superioridad moral, no sólo culpan a los hombres de las elecciones que tomamos las mujeres, sino que pretenden, socavando sus derechos, ganar beneficios para ellas. Y sumado a esta tiranía contra los hombres, quieren dirigir la vida de todo el género femenino.
Cada mujer es un individuo que debe decidir qué es lo mejor para su vida, que puede ser convertirse en una ama de casa abnegada o en una arriesgada empresaria. Las sociedades no tienen metas, los individuos sí. No tiene sentido que un lobby dictamine qué deben hacer las mujeres con sus cuerpos o con sus vidas, mucho menos si utilizan el dinero de todos para imponer sus ideas y lograr que las leyes distingan entre hombres y mujeres.
La lucha por la igualdad de género debería consistir en que cada mujer y cada hombre tengan la capacidad de controlar su cuerpo, propiedades y elecciones. No en imponer lo que se cree que es una vida digna, al tiempo que les quitan derechos a los hombres y ganan beneficios victimizándose.