Una importante discusión ha merecido recientemente la caída de las reservas internacionales de Venezuela, especialmente por el continuo descenso que han experimentado en los últimos siete años. En lo particular, me he encargado desde hace tiempo de seguir la pista a este indicador, al igual que la emisión monetaria, considerando que el análisis conjunto de estas variables permite entender mejor los hechos económicos en el país.
Con frecuencia, las crisis originadas por emisión monetaria, generan una posterior pérdida en el poder adquisitivo del dinero, que se manifiesta en forma de inflación; la inflación también corroe la fortaleza externa de la moneda. Al expandir la cantidad de pasivos monetarios (billetes, monedas, bonos, títulos) y mantenerse igual, o disminuir la cantidad de activos (reservas, oro, divisas, otros) que soportan dicha emisión, se rompe la relación de cambio, ocasionando una pérdida en el poder de compra externo de la moneda.
La base de estos problemas está en la indisciplina fiscal y el excesivo gasto del Estado, que encuentra en la emisión monetaria una vía excepcional de financiamiento, con menores costos políticos que el incremento de impuestos o la reducción de gasto. Un Estado que se financie emitiendo dinero de la nada, crea inflación que afecta la fortaleza interna y externa de la moneda, y si esto sucede en combinación a una reducción de los activos de reserva, o la caída del Producto Interno Bruto (PIB), encontraremos que no sólo se están generando más pasivos contra igual o menor número de activos de reservas, sino que los activos de reserva no se ven incrementados por un flujo positivo de ingresos, y lo que sucede es todo lo contrario, actúan como mecanismo de financiación para el mantenimiento de una política insostenible y altamente perjudicial.
Las crisis económicas en Venezuela han estado con alta frecuencia acompañadas de crisis en los sistemas cambiarios, colapso en las reservas internacionales, pérdidas aceleradas del poder adquisitivo del dinero y desajustes en las relaciones de cambio entre el bolívar y las demás divisas —no exactamente en el mismo orden descrito.
En el 2015 no hay detalle específico del manejo de las reservas internacionales
Un Estado altamente sobredimensionado en funciones y competencias, o muy interesado en serlo, es quizás una de las raíces del problema. Podemos sumar a ello la creciente voluntad de gastar mucho más para crecer más —error altamente repetido en los diferentes países y en las diferentes épocas—, políticas económicas encaminadas a la administración centralizada, impedimento del libre desempeño de la acción humana, de insuperables e inigualables características.
Aquel Estado que se ocupa de funciones ajenas a las competencias esenciales tendrá mayores cargos de gastos, con alta posibilidad de convertirse en rigideces políticas, es decir, aquello que de abandonarlo conllevaría a pérdida de popularidad; popularidad que es preferible, en todo caso, a sanidad económica. Un Estado que gasta más no crece, no sólo porque las políticas excesivas de gasto comprometen las decisiones de los demás agentes en la economía, además tiene muy pocas posibilidades de mejorar los niveles de empleo y afectar positivamente el desempeño del PIB, teniendo consecuencias finales en aceleración de los niveles de precios.
A mayor control en la economía, mayor descontrol en su funcionamiento; las crisis en el sistema cambiario han estado precedidas por altos controles o notables rigideces que comprometen el sostenimiento del modelo político y económico.
Los precios del petróleo han tenido mayor peso político que el voto en Venezuela, han podido sostener a presidentes en el poder, otorgándoles cualidades extraordinarias de milagrosos gobernantes y también han sacado del poder a quienes no pueden mantenerse a flote en los momentos de caída.
El secreto no son los precios, sino la administración prudente y disciplinada de la economía, a pesar de los altos o bajos precios del petróleo. Así pues, precios altos han impulsado gigantes políticas de gastos e ilusiones económicas insostenibles. Ante la caída en los ingresos, los Gobiernos procuran mantener el ritmo de gasto con emisión monetaria, endeudamiento, controles, complicando aún más el escenario.
Cuando la crisis comienza a ponerse en evidencia, los agentes corren a desprenderse de una moneda que está a punto de estallar, huyen alentados también por las distorsiones de los mismos controles y aparecen las fugas de capitales, que en primera instancia suceden por incertidumbre política y económica, también porque se utiliza a las reservas internacionales como combustible para el sostenimiento del esquema cambiario, lo que con alta frecuencia termina comprometiendo su estabilidad y al resto de la economía.
Mermada la fuente de ingresos, se procura mantener el ritmo de gasto con inyección monetaria y se incrementan las rigideces en los controles, procurando mantenerlos al máximo a costa de las reservas y limitando la cantidad de agentes que puedan acceder a divisas. Este comportamiento trae consigo alta inflación y un deterioro acelerado de la fortaleza externa de la moneda.
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El colapso económico llega una vez que el insostenible modelo cambiario compromete al máximo las reservas y la fuente de recursos se ve agotada. En cualquier situación anterior y con responsabilidad absoluta, los gobernantes y autoridades del Banco Central de Venezuela (BCV) acudían a realizar correcciones que permitieran romper con el proceso de deterioro en la economía, aunque el escenario se volviera a repetir años más tardes.
En la actualidad, tal decencia es difícil de esperar, luego que el comportamiento del BCV sea altamente cuestionable y la preocupación del Gobierno por la economía deje mucho que decir.
Venezuela ya ha pasado por episodios como los actuales, sólo que con menor prolongación, ya ha vivido controles de cambios y de precios, así como colapso en las reservas, la única diferencia es que quizás aquellos personajes conservaban al menos un pequeño respeto y preocupación por la economía.
El control de cambio y de precios, que tiene 12 años en vigencia, pudo ser sostenible cuando el flujo de ingresos era altamente positivo, y se podía tapar la indisciplina fiscal. El control de cambio es absolutamente un control político, con un país rumbo al tercer año en recesión, una economía sumergida en la hiperinflación, sólo puede mantenerse en pie para beneficio del Gobierno, y a costa de las reservas internacionales.
En la gráfica detallada a continuación se puede observar el desempeño de las reservas desde 1940 —creación del BCV— hasta la actualidad, se observa una caída casi libre desde su nivel histórico más alto (2008) $43.127 millones hasta $14.484 Millones, dato más actual de 2015. Cifra que es similar a los niveles de 2002 y 1998.
Al tercer trimestre de 2014, el último informe de la posición de activos y pasivos del BCV detallaba un total de US$21.478 Millones en reservas, de los cuales $14.940 Millones eran oro monetario, $2.078 millones en divisas, $3.349 millones en derechos especiales de giro, $502 millones en otros activos, y $496 millones en reservas del Fondo Monetario Internacional.
En 2015 no hay detalle específico del manejo de las reservas. Lo único que se sabe es que a noviembre de 2015 las reservas son $14.484, cifra apenas cercana a la posición completa en oro monetario del tercer trimestre de 2014. Tal como ya ha sucedido antes, la crisis en las reservas alerta de un colapso en el modelo económico imperante, ¿hasta qué punto podrán estas actuar como combustible para mantener a flote este barco? Quizá estemos pronto a saberlo.