EnglishUn mensaje anónimo firmado por un tal “Cincinnatus”; una reunión en un hotel en Hong Kong; un especialista informático que recorre el mundo creando soluciones para interceptar las comunicaciones globales. Podrían ser los componentes de un thriller de Hollywood y, sin embargo, estos elementos son parte de una historia real. Son parte de la trama detrás de las revelaciones que sacó a la luz el sistema de recolección masiva de datos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE.UU.
El 5 de junio de 2013 el mundo se enteró por primera vez lo que era un secreto a voces: El gobierno de Estados Unidos interceptaba telecomunicaciones sin orden judicial. De hecho, esto ya había sido develado en el año 2005 por James Risen, quien lo había publicado en el New York Times.
Pero esta vez era distinto, la fuente era un integrante de la agencia misma que estaba filtrando documentos secretos, y “cuando se filtran documentos secretos, los medios prestan atención. Y el hecho de que el aviso lo diera alguien dentro del aparato de seguridad nacional… seguramente significaba algo más”, escribe Glenn Greenwald, el abogado devenido en periodista que reveló las actividades de vigilancia global de la NSA, incluyendo las que ocurrían dentro de territorio estadounidense.
“Snowden: Sin un lugar donde esconderse”, de Greenwald, es un recorrido por la aventura que significó la confirmación de que el gobierno de EE.UU. espiaba a sus propios ciudadanos. La magnitud de los alcances de las escuchas de la NSA remite a las autocracias más corruptas del mundo.
“Una presentación secreta en la reunión anual de 2011 de la alianza de los Cinco Ojos [una alianza de las agencias de inteligencia de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos] evidencia que la NSA adoptó de forma explícita el lema omnisciente de [Keith B.] Alexander”, el entonces director de la agencia: “saberlo todo, recogerlo todo, procesarlo todo, explotarlo todo, localizarlo todo”. Greenwald presenta una serie de documentos que demuestran el apetito de la NSA por recolectar toda la información posible.
Pero sin Snowden, no hay Greenwald. La primera parte del libro está dedicada a narrar la trama detrás del encuentro que el periodista entabló con Edward Snowden, el exfuncionario de la NSA que “a mediados de mayo de 2013 (…) solicitó un par de semanas libres para recibir tratamiento contra la epilepsia”. Fue allí cuando comenzó su etapa final para difundir los miles de documentos que venía recopilando meticulosamente desde hace un año y medio.
Pero para hacerlo debía contactar a un periodista. Greenwald relata su primer contacto con Cincinnatus, un usuario anónimo que lo contactó solicitándole que aprendiera a utilizar las claves PGP para encriptar su correo electrónico y así poder comunicarse seguramente con él. Pero para Greenwald, Cincinanatus era solo un ítem más de una “lista siempre demasiado larga de cosas que hacer”.
Fue entonces cuando Cincinnatus contactó a la realizadora de documentales Laura Poitras, quien a su vez se puso en contacto con Greennwald para que lo tomara en serio. En el correo electrónico que le envía a Poitras, Snowden da un primer indició de sus motivaciones: “Al final, debemos hacer respetar un principio en virtud del cual los poderosos disfrutarán de una privacidad exactamente igual que las personas normales”, escribe. Snowden analiza la privacidad en términos de poder. Es un tema recurrente a lo largo de sus declaraciones recogidas por Greenwald en el libro.
“(…) la ciudadanía lleva consigo la obligación de primero supervisar al propio gobierno antes de intentar corregir otros”, escribe Snowden en un archivo que estaba marcado para ser leído antes de examinar los miles documentos filtrados. En efecto, Snowden decidió recopilar la información confidencial cuando comenzó “a ver realmente lo fácil que es mantener al poder alejado de la rendición de cuentas, y que cuanto más altos son los niveles de poder, menor es la supervisión y la obligación de asumir responsabilidades”.
El interrogatorio de Greenwald a Snowden acerca de sus motivaciones para ser responsable de la filtración más grande de la historia de Estados Unidos deja entrever la desconfianza del hacker de 29 años hacia las figuras de poder. No sorprende que Snowden haya donado US$250 en dos oportunidades para la campaña del exrepresentante de Texas Ron Paul, en la últimas elecciones primarias del Partido Republicano.
Greenwald relata las idas y venidas con los abogados y editores de The Guardian, el periódico británico para el cual trabajaba, al mismo tiempo que debía ceder ante las exigencias del diario. La actitud del periodismo frente a las revelaciones es un aspecto transversal del libro. Greenwald apunta un dedo acusador a los “medios del establishment”, que evitan “afirmaciones claras o enunciativas” y citan en su cobertura las declaraciones de funcionarios gubernamentales “por más intrascendentes que sean”.
Gran parte de la publicación está dedicada a repasar los distintos programas de espionaje de la NSA, las intenciones de la agencia, sus objetivos, sus ambiciones, sus alianzas y programas en cooperación con otras agencias, y la arrogancia y el orgullo que prevalecían entre sus agentes, tal como lo exponen varios de los documentos.
Si se le puede reconocer algo al libro es que está bien documentado; la evidencia es lo que separa a la realidad de las teorías conspirativas. En este sentido no decepciona. Una importante porción de las 313 páginas son diapositivas de presentaciones, memorandos y gráficos que no estaban pensados ser divulgados al público, pero que a pesar de eso permiten comprender a fondo el funcionamiento de la agencia.
Entre los documentos, Brasil se destaca como uno de los objetivos favoritos de la NSA. La agencia interceptó el teléfono de la presidenta de ese país, Dilma Rousseff, además de comunicaciones de las embajada brasileñas en distintas ciudades. Las escuchas alcanzaron también a Petrobras, la petrolera estatal brasileña, así como también a empresas eléctricas de México y Venezuela.
Finalmente, Greenwald presenta su propio caso a favor de la privacidad, alegando que “el miedo a ser vigilado empuja a la persona a obedecer”. Los efectos de la vigilancia constante eliminan “toda las características visibles de la coacción, lo que posibilita el control de personas que equivocadamente se creen libres”.
Su argumento incluye un análisis de cómo el apoyo a un estado policial oscila de acuerdo al color político del presidente, una comparación de la realidad estadounidense con el panóptico de Jeremy Bentham, y una elaborada refutación a los defensores oficiales de la vigilancia masiva, tanto desde el gobierno como desde los medios.
A Snowden le aterraba que la población reaccionara con indiferencia ante sus filtraciones. “Quiero provocar un debate mundial sobre la privacidad, la libertad en Internet y los peligros de la vigilancia estatal”, le dijo a Greenwald en Hong Kong. Por eso, le otorgó al periodista un papel fundamental en la difusión de los secretos de Estado de vigilancia global. Greenwald debía seleccionar y determinar qué sería publicado y cómo.
Greenwald era el hombre escogido para convertir una montaña de datos en información, y sin dudas tuvo éxito en esta delicada tarea.