EnglishBrutal. Esa es la única palabra que vino a mi mente cuando vi un video de policías torturando a un detenido en una estación en la pequeña provincia argentina de Tucumán, la de mayor densidad poblacional y la más pequeña de área terrestre.
“¿Cómo relincha el caballo? ¿Qué dice el gallo? ¿Qué dice el perro? ¡Ladra!”, dice el oficial al hombre detenido, mientras lo golpea. El torturado, que fue detenido después de presuntamente insultar a los agentes de policía, balbucea.
https://www.youtube.com/watch?v=ZaEmxKiuJRw
Los dos oficiales de policía fueron detenidos por este acto de crueldad, y ahora serán llevados ante un juez.
El material aparece justo cuando los políticos de Tucumán se centran en una crisis de su sistema penitenciario. Los reclusos están siendo mantenidos en las comisarías de policía, dado el hacinamiento de las cárceles. Roberto Guyot, director del sistema penitenciario provincial, dice que la prisión principal, Villa Urquiza, en la actualidad alberga a 900 reclusos, mientras que la capacidad prevista es menos de la mitad de ese número.
La tortura en las cárceles argentinas y estaciones de policía es un problema constante. En junio pasado, se filtraron imágenes tomadas en una prisión en la provincia de San Luis en de abril de ese año, que mostraban a reclusos completamente desnudos, de rodillas y con la cabeza en el suelo.
En 2011, otro impactante vídeo mostraba la tortura en una prisión en la oriental provincia de Mendoza y puso el tema en la primera plana de los periódicos nacionales.
El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una ONG de derechos humanos, ha criticado esta práctica y señaló que “son parte de la cultura en las cárceles, recintos y centros de detención de menores.” CELS “ha denunciado repetidamente las violaciones estructurales de los derechos humanos que sufren a diario las personas detenidas en Argentina”, pero poca o ninguna acción se ha llevado a cabo para hacer frente a este problema.
Si bien el abuso de la policía en las cárceles y centros de detención de Argentina era conocido, la proliferación de los teléfonos inteligentes ha hecho que sea más fácil documentarlo. Numerosos casos en el último año pueden confirmar esta práctica deleznable.
La falta de rendición de cuentas y la corrupción generalizada entre las fuerzas policiales de los países permiten este fenómeno continúe.