EnglishEl reloj indica que faltan pocas horas para la medianoche. Es 24 de diciembre y los más pequeños están ansiosos. Como todos los años comienzan a gritar y a correr por todos los recovecos de la casa. Dan por descontado que cuando el reloj marque las 12 llegará Papá Noel, pero ¿podrá hacerlo?
La civilización ha dado grandes pasos. En gran parte del mundo hemos logrado abolir la esclavitud, las mujeres y los hombres tienen igualdad de derechos, los homosexuales no son perseguidos, las tres religiones mayoritarias conviven en una relativa paz y el mundo ya no es tan violento como lo era en el pasado, entre muchos otros avances. Aún queda mucho para avanzar, pero, indudablemente, grandes progresos se han hecho en los últimos 200 años.
Sin embargo, si Papá Noel no contara con Rodolfo y sus otros siete renos voladores, su trabajo sería imposible. Una persona viajando alrededor del mundo y dejando regalos en la casa de todos los niños que se portaron bien es una imagen absurda, desconectada de la realidad. Y no, amigos escépticos, por los argumentos que ustedes creen.
Imaginen: Papá Noel sube a su avión privado en el Polo Norte y emprende camino hacia el primer destino de la ardua y agotadora ruta que transitará por las próximas 24 horas. Está listo para comenzar a repartir los regalos, pero no consideró lo que se iba a encontrar al llegar. Dos funcionarios de Inmigración y Aduanas lo estaban esperando mientras se frotaban las manos por lo que venían venir.
“Pasaporte, visa y declaración aduanera, por favor”, le reclamaron los funcionarios a Santa Claus ni bien hizo pie en tierra. No comprendía nada. “¿Qué es esto?¿Por qué no puedo continuar mi viaje?”, les dijo. “Vengo a traer miles y miles de regalos a los niños”. A los funcionarios no pareció importarles demasiado.
Tras una serie de trámites engorrosos y el pago de una considerable suma de dinero, el encargado de migraciones lo dejó pasar. Pero el aduanero no fue tan benevolente: “Usted no puede pasar. Esta mercadería no cumple con lo requisitos legales del país”, dijo. Es que lo que para los niños es un regalo, para aduanas es competencia desleal. La mercadería que Papá Noel llevaban en su enorme bolsa no podía ingresar al país: era dumping.
“Para ingresar todos estos juguetes deberá pagar aranceles, permisos de importación y además una tasa antidumping“, continúo el funcionario. A esta altura Santa Claus no entendía nada de nada. “¿Cómo es que traer juguetes gratis puede afectar de manera negativa a la economía”, le preguntó al funcionario. El empleado aduanero lo miró con sorpresa y le explicó: “Usted, al traer juguetes y ofrecerlos a precios desleales, o en este caso gratuitamente, afecta la industria local. Las fábricas cerrarán y los trabajadores quedarán desempleados. Y eso no podemos permitirlo”.
Papá Noel lo miró con sorpresa. “Esto no es lógico”, pensó en silencio. Seguidamente, le contestó al funcionario. “¿Usted me está diciendo que si yo traigo productos para repartir gratuitamente a la gente es perjudicial para su país?”, interrogó Santa. “No puedo comprenderlo, si alguien llegara al Polo Norte y me trajera una bolsa llena de juguetes listos para regalar estaría más que feliz y no haría nada para impedírselo”, le retrucó.
[adrotate group=”7″]”Mire”, continuó Santa, “Yo con gusto aceptaría en mi Polo Norte natal me entregarán los juguetes que tengo que repartir. Y los elfos no se quedarían sin trabajo. En vez de destinar mis recursos a armar la línea de montaje para fabricar juguetes me ahorraría todo ese dinero y lo destinaría a otros sectores. Los elfos no se quedarían sin trabajo sino que simplemente cambiarían de sector, y al final del día el Polo Norte sería mas próspero”.
El funcionario quedó descolocado. “La ley dice que usted no puede entrar y no lo hará”, le dijo de manera terminante, con algo de desconcierto por nunca plantearse una cuestión tan simple. Detrás de él asomaba la silueta de otro hombre que esperaba hablar con Papá Noel, y su cara no manifestaba felicidad por la llegada del hombre de atuendo rojo y barba blanca. Vestía un elegante traje de una tela muy fina y lucía un reloj brillante. Era el representante del sindicato de transportistas…
La lista de dificultades que debería enfrentar Papá Noel sería interminable, pero afortunadamente estamos ante un escenario hipotético. Santa Claus cuenta con sus renos y podrá cumplir su misión mañana por la noche. Eso si, el Gobierno de Estados Unidos ya desplegó un operativo de vigilancia global para seguirle sus pasos.
Mientras tanto, para el resto de los mortales que no contamos con los renos mágicos y que debemos enfrentar todos los días la pesada burocracia estatal la situación es diferente.
Miles de refugiados que buscan un futuro mejor permanecen varados en el medio de la guerra, inmigrantes centroamericanos ponen en riesgo sus vidas en búsqueda de nuevos horizontes para mejorar su calidad de vida, los venezolanos no saben que harán para conseguir repuestos cuando se les averíe su auto o ni siquiera para comer al final del día. Y así la lista podría ser interminable.
Ya que estamos en una época de deseos, es mi deseo que el próximo año nos encuentre sin restricciones a los movimientos de capitales y personas, dos de las medidas más perjudiciales que nos impiden vivir en un mundo mejor.
Para todos aquellos que la festejan: ¡Feliz Navidad!