
EnglishEl desembarco de Uber en Buenos Aires es inminente. La compañía detrás de la aplicación que une pasajeros con conductores ha iniciado la búsqueda de cubrir varios puestos gerenciales en Argentina. Finalmente los habitantes de Buenos Aires podrán unirse a los de Bogotá, Rio de Janeiro, Santiago, y otras 15 ciudades en América Latina y más de 300 en todo el mundo.
Pero no será fácil. En todo el mundo Uber ha sido resistido por Gobiernos, sindicatos y taxistas al poner en riesgo el modelo monopólico del que han usufructuado durante décadas. Un servicio con mejores autos, tarifas más bajas, mayor seguridad y una atención personalizada es percibido como una amenaza por todos los privilegiados que se han beneficiado.
La llegada de Uber a Argentina presenta problemas adicionales. El modelo de negocios de la compañía con sede en San Francisco es una ataque directo al corazón de un sector que ha sido gobernado por el modelo fascista. Y en Argentina, donde el fascismo fue adoptado en 1946 y es aún celebrado, es mucho decir.
Los taxis son el mejor ejemplo de ese modelo fascista. Los dueños de los vehículos lo son en los papeles, pero no tienen ningún poder de decisión sobre ellos. El color del que están pintados, el horario de trabajo, las tarifas y el equipamiento son, todas, decisiones que toma el Gobierno. Y es el Gobierno el que decide quien puede trabajar otorgando licencias por las que cobra jugosas cantidades de dinero (una licencia de taxi puede costar US$25.000, más que el vehículo).
Los taxistas y el Gobierno odian la competencia y son especialistas en reprimir la posibilidad de elegir. Ya ocurrió en agosto del año pasado cuando una persona dedicada a revolver la basura y reciclar cartones para sobrevivir decidió comprarse una bicicleta y ofrecer el servicio de bicitaxi, por el cual cobraba una tarifa fija por 10 cuadras y luego un adicional por cuadra. Pese a que el público se benefició del servicio, las autoridades sacaron de circulación el bicitaxi por ser “ilegal”. Finalmente le permitieron continuar ofreciendo el servicio, pero sin poder cobrar una tarifa fija sino “a voluntad”.
EasyTaxi y SaferTaxi, dos compañías que permiten pedir taxis a través de una aplicación, también sintieron el rigor del Gobierno en carne propia. Esos servicios fueron prohibidos la semana pasada en Buenos Aires porque la ley solo contempla solicitar taxis por teléfono o pararlos en la vía pública. Una petición en Change.org para que no lo prohíban ya tiene más de 7.000 firmantes, y sigue creciendo.
El temor de los taxistas es comprensible. La irrupción de Uber a los taxis es lo mismo que fue la irrupción de los autos a las carretas, o de la electricidad y la lámpara eléctrica a los vendedores de velas. Los sindicatos que ven sus privilegios amenazados ya están en acción. Según un usuario de un foro en internet que reúne taxistas, la empresa que verifica y regula el funcionamiento de los taxis en Buenos Aires, Sacta, utilizaba EasyTaxi para solicitar viajes y multar a los choferes con 15 días de suspensión y 4.000 fichas, unos US$500.
Beneficios para todos, privilegios para pocos
Uber llega para romper un modelo que se asemeja más al de los gremios del medioevo que al de una economía de mercado. Las ventajas no solo se limitan a viajes más cómodos y baratos, sino que además permiten tomar taxis en zonas donde habitualmente no pasan, o los tiempos de espera para que llegue uno son interminables. Además, el pago con tarjeta de crédito reduce los riesgos que implica manejar efectivo, tanto para el conductor como el pasajero.
La revolución de Uber es tecnológica, pero también económica. Permite a los usuarios que se inscriben como conductores convertir sus bienes de consumo en bienes de capital. Los empodera, para utilizar una palabra que está bastante de moda. Uber, y servicios similares como Airbnb, permiten la creación de más capital productivo, y de más capitalistas, como señala el economista Don Boudreaux.
“Las intervenciones del Gobierno contra Uber”, continúa Boudreaux, “son, entonces, intervenciones que no solo apuntan a proteger el capital existente (y a los capitalistas establecidos), también son obstáculos a las fuerzas de mercado que mejoran el acceso de los consumidores a bienes y servicios”.
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Así como el Gobierno anuló las posibilidades de un cartonero de convertirse en capitalista con su bicicleta, el Gobierno y los sindicatos eliminan las oportunidades de poder convertirse en sus propios jefes a miles de personas. La batalla no es por la seguridad, ni por los “puestos de trabajo”, como suelen decir los taxistas, sino por los privilegios que se derivan de un sistema enfrentado con la modernidad. Tampoco es contra Uber, sino contra los millones de consumidores que se beneficiarán de un servicio como este.
A Buenos Aires le esperan meses de enfrentamiento. Al igual que en otras ciudades, probablemente se registren hechos de violencia entre taxistas que amedrentan a conductores de Uber. Por un lado estarán aquellos que se empeñarán en defender un modelo fascista, por el otro aquellos a favor de la libertad de elegir. No será un camino fácil de transitar, pero Uber en todas las ciudades que opera contó con una ventaja adicional: los consumidores están de su lado y son los primeros en defender la libertad de elegir.