Los migrantes ilegales son las personas más valientes que he conocido en mi vida. Van al mismísimo infierno en pos de una vida mejor para ellos y sus familias. Si tienen suerte, llegan a los Estados Unidos, país con idioma y cultura con 180 grados de diferencia.
Que ese infierno sea conocido ha sido la labor de Óscar Martínez, periodista salvadoreño del medio digital El Faro. Me alegra de sobremanera que el periodismo internacional premie a Martinez con el Maria Moors Cabot del 2016 por la excelencia en el periodismo en las Américas.
“Martínez es un reportero intrépido que corre grandes riesgos para desvelar historias impactantes sin sacrificar el lenguaje con una narrativa irresistible. Su valiente reporteo y talento expresivo sirven para mejorar nuestra comprensión de Latinoamérica”, dice el comunicado de prensa de la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
“El premio es un impulso para seguir haciendo periodismo de largo aliento": @CronistaOscar, premio #Cabot2016 https://t.co/1lpnsEDFjo
— El Faro (@_elfaro_) July 24, 2016
Sobre Martínez, el jurado del Maria Moors Cabot detalló su “valor extraordinario y gran tenacidad” al reportar sobre migración, crimen organizado y violencia. El trabajo de Martínez incluye los proyectos “En el camino” y sucesivos reportes sobre cárteles y los libros “Los migrantes que no importan” y “A history of violence”.
Los migrantes que no importan y La Bestia
Para hacer sus reportajes, Óscar Martínez ha acompañado a los migrantes en sus recorridos con La Bestia:
En un viaje, Wilber, un veinteañero hondureño que guiaba a indocumentados por México, me dio un curso básico de cómo treparse al tren cuando ya está en marcha:
“Primero lo medís. Dejás que las manijas de los vagones te golpeen la mano, para ver qué tan rápido va, porque esto hay que sentirlo, no solo verlo. Engaña. Si te creés capaz, corrés unos 20 metros para tomarle el ritmo, agarrado de una manija. Cuando ya le tengás el pulso, te dejás ir con los brazos. Te levantás con los puros brazos, para alejar las piernas de las ruedas, y apoyás en las gradas la pierna que tengás del lado del tren, para que tu cuerpo se vaya contra el vagón y no te desbarajuste”.
Cuando lo intenté en aquella ocasión, cometí el error básico de los migrantes que han sido mutilados en este arranque: olvidé el detalle de la pierna, y metí a la escalera la contraria.
El tren me arrastró varios metros, porque el cuerpo pierde su punto de equilibrio. Estás sostenido del agarradero con el brazo izquierdo y, más abajo, tu pie derecho se apoya en la grada, mientras el resto de tu cuerpo queda maniatado por ese nudo de extremidades. Por suerte, algunos se bajaron a desentramparme.
Sin embargo, para Wilber, esos viajeros que quedan mutilados tan pronto en el viaje “tienen suerte”, porque el tren va lento, y pueden tomar una decisión:
-“Yo vi cómo a uno el tren le pasó encima de la pierna, porque no pudo agarrarlo cuando ya iba corriendo. Pero como no iba tan rápido, le dio tiempo de verse la pierna cortada y de meter la cabeza abajo de la siguiente rueda. Pues sí, si iba a buscar un trabajo allá arriba es porque no ganaba bien abajo, y ya sin una pierna, ¿qué iba a hacer?”.
Migración: hermana del instinto de supervivencia.
La migración es tan vieja como la humanidad misma. Querer detenerla es imposible. Ella es hermana del instinto de supervivencia. El humano camina hacia donde piense que estará mejor. El Salvador tendría menos migrantes si tuviese mejores instituciones que, entre otras cosas, reduzcan la violencia. El periodismo es clave para dar a conocer la necesidad de una mejor institucionalidad.
No conozco ni un 0.05% sobre la migración de lo que conoce Martínez, pero los siete meses que viví en Estados Unidos me hicieron concluir que los verdaderos súper héroes son los migrantes ilegales.
Durante ese tiempo, tuve muchas conversaciones con salvadoreños migrantes. Desde Benny (si mal no recuerdo, en D.C. desde 1978), el bartender de la 13th street, hasta las señoras de la limpieza que conocí en un hotel en Virginia durante una conferencia (16 años en Virginia). O José, el encargado de la cocina en mi trabajo, que en 1997, a los 17 años, emigró a los Estados Unidos después que su familia perdió todo por el huracán Mitch.
Los más veteranos me preguntaban si era cierta tanta maldad que se lee sobre El Salvador y comentaban aliviados haber sacado a sus familias de allí. Una señora (7 años como migrante, el esposo la pudo pedir) con la que coincidía en el bus me recomendó (niñera de latinos en Maryland), efusivamente, que hiciera lo que fuese para no regresar a El Salvador.
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Los más nuevos en los EE.UU. mostraban un alivio distinto al estar allí. Cuando tenía como un mes en D.C., escuche en el bus a un padre de familia explicarle a su esposa y tres aterrados hijos como sobrevivir en los Estados Unidos. En ese momento, la plática era en un bus. Les enseñaba cómo usar el bus, les aconsejaba no hablar en español frente a los blancos, no hacer nada fuera de lo extraordinario, detectar quién también es latino y solo a esa persona pedirle alguna dirección.
El salvadoreño (él tenía dos meses en D.C.) que más me partió el alma lo conocí en el metro. Platicaba por celular con mi mamá. Mencioné a mi país en un par de frases. Colgué. A la par mía un hombre como de 35 me abordó y me preguntó un par de direcciones.
Cuando se despidió me dijo “si no la escucho hablar nunca la hubiese tomado como salvadoreña”. Al preguntarle por qué me explicó que no conocía un salvadoreño en los Estados Unidos que no hubiese cruzado el desierto o montado en La Bestia, y que evidentemente yo no tenía cara de haber hecho ninguna de esas dos cosas. Sigo sin saber qué contestarle.
Las ejecuciones extrajudiciales en El Salvador
Oscar Martínez, junto a otros cuatro periodistas, ganó este 18 de julio el Premio Internacional a la Libertad de Prensa. “Estos cuatro valientes periodistas han puesto en riesgo su libertad, y sus vidas, para informar a sus pueblos y la comunidad global sobre cruciales eventos noticiosos”, dijo el director ejecutivo del CPJ, Joel Simon. Martínez ha recibido amenazas de muerte por sus reportajes sobre violencia de pandillas y asesinatos extrajudiciales a manos de policías en El Salvador.
Felicitaciones a @CronistaOscar, ganador del premio internacional de libertad de prensa del CPJ #IPFA https://t.co/35ypb4dPmk
— CPJ Américas (@CPJAmericas) July 18, 2016
El 22 de julio de 2015, Martínez, junto a su equipo de El Faro, publicó una noticia en la que informaba sobre una masacre extrajudicial en la Finca San Blas, en el departamento de La Libertad en El Salvador:
El pandillero de la Teclas Locos José Antonio Gómez, alias Güereja, de 27 años de edad, cayó a unos ocho o 10 metros de la letrina. Acribillado, su cuerpo quedó junto a un poste de concreto de un metro de altura, boca abajo, con la Valtro PM5 tirada encasquillada a la par, en paralelo, con la empuñadura más cerca de los pies que de las manos.
El cargador contenía cinco cartuchos y uno más en la recámara. Un médico forense que leerá la autopsia no le hallará explicación lógica a la secuencia de balazos: “Los orificios de la espalda y los de adelante sugieren que estaba acostado. ¿Entonces qué? ¿Le dieron vuelta después? Allá Investigaciones debe definir… nosotros no podemos dar más explicaciones”. Los de la funeraria aconsejaron a la familia que no abrieran el ataúd durante la vela.
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Aplaudo la labor de El Faro (medio que también acaban de ganar el premio a la excelencia periodística de la FNPI) al denunciar los abusos de poder. Esa es la misión del periodismo. En El Salvador nos urgen más dedos señalando los abusos de los gobernantes, vengan del lado que vengan.
Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo para que todos los muertos en la Guerra Civil no sean en vano, o por que más gente no tenga que pasar por el infierno para tener una vida mejor. Hay que desafiar el poder, debemos de construir una sociedad más libre y con más Estado de Derecho.