La última entrega de los Oscar generó el primer premio para Chile, llenando de orgullo a los chilenos en general de manera transversal y sin importar el color político.
Historia de un Oso, un cortometraje animado, ganó el premio en su categoría con su relato de la historia de un oso que pierde su libertad y ve pisoteados sus derechos tras ser capturado por un circo. Cuando es liberado al final, el oso revela lo que se ha perdido durante el tiempo en que estuvo privado de autonomía.
Es una historia de exilio y resiliencia en que se usa la experiencia de Chile para retratar — a través de un oso de animación digital — el sufrimiento asociado a cualquier tipo de dictadura.
El oso comparte su historia a través de un diorama mecánico en el que su vida de penurias es expuesta a quienes decidan pagar una moneda por verla. Como escribe BBC Mundo,
“es un un intento de recordar la vida feliz de antaño, con su esposa y su hijo, antes de que un circo lo arrancara de su hogar y lo hiciera trabajar por la fuerza y pasar una vida miserable”.
En Chile, la alegría por este premio otorgado a la obra del animador Gabriel Osorio fue generalizada. En teoría, no ha debido quedar nadie fuera de esta celebración en la que el nombre del país fue reconocido por millones en el mundo gracias a esta historia.
Sin embargo, la izquierda ideológica conservadora — es decir, casi la totalidad de los partidos chilenos que se denominan de izquierda — le atribuyó a su propio sector el triunfo del cortometraje. Para ellos, la izquierda tiene el monopolio sobre la justicia y la libertad. En sus propios ojos, ellos son los dueños del patrimonio de los derechos humanos, como si estos pertenecieran solo a un sector político, excluyendo a todos quienes no pertenezcan a su esfera de ideas.
Cuando un sector ideológico secuestra a la cultura e historia de un país, se reduce la libertad y se socavan los valores y principios asociados a ella. Cuando un cuerpo doctrinario intenta monopolizar la moral, se dificulta la convivencia y coexistencia pacífica entre todos los seres humanos.
En su mayoría, las personas medianamente informadas saben que miles de personas se han exiliado recientemente de Venezuela, Cuba y Corea del norte. El exilio, de hecho, es el mejor de los casos, ya que las torturas, la violencia y los malos tratos en general no son novedad en dichos regímenes.
En Chile, sin embargo, parece ignorarse la violación a los derechos humanos de parte de dictaduras que no sean de derecha. No se reconoce el pisoteo a la dignidad humana cuando proviene desde la izquierda.
Sin quererlo, los productores del cortometraje Historia de un oso llevaron a la pantalla dos fenómenos que han tenido que sufrir, por ejemplo, los cubanos bajo la dictadura de Fidel y Raúl Castro. Por un lado están las humillantes y dolorosas escenas que hacen recordar la violencia y abusos físicos permanentes a los que han sido sometidos todos los cubanos que se han atrevido a decir que están descontentos.
Es necesario recordar que, cuando ya no cabía más gente en las cárceles, Fidel Castro optó por agredir físicamente a las personas, porque eso producía un efecto sicológico demoledor en la autoestima de los individuos.
Por otro lado está la escena donde se ve al oso siendo forzado a hacer cosas contra su voluntad, la cual refleja fielmente lo que pasa a diario en el mundo laboral cubano. Bajo el régimen de los Castro, muchísimos médicos, ingenieros, abogados, profesores y todo tipo de profesionales se ven obligados a trabajar contra su voluntad como taxistas, garzones, lustrabotas y otros oficios no afines a su vocación. Estas personas tienen que ver con impotencia cómo su trabajo solo sirve para engordar las finanzas del dueño del circo.
No resultaría extraño predecir la total prohibición de este cortometraje en Cuba. Al régimen no le agradará mucho la escena donde el oso se libera, porque podría abrir los ojos de muchos isleños que desean con desesperación su propia libertad.
Historia de un oso es un relato que inspira a rebelarse contra la opresión. Algo que no puede dejar de rescatarse es que quienes se dicen amantes de la libertad deben serlo en todo momento y de manera transversal. Por lo tanto, deben condenar cualquier dictadura y cualquier violación a los derechos humanos, tanto ocurridos en Chile en el pasado como las contemporáneas y vigentes y hacia futuro.
El compromiso con la libertad no tiene límite de tiempo ni debiera estar capturado por un sector ideológico. Es un estándar que es mucho más alto que las ideas políticas, y funciona para valorar y respetar la vida de cualquier ser humano de izquierda, centro o derecha. Cualquier persona que respete la libertad entenderá que ser persona es el único requisito para ser digno de vivir y pensar por si mismo.
La celebración que Chile hace al obtener un premio Oscar por este cortometraje es un orgullo de la cultura, y es para todos los chilenos. Ojalá los chilenos logren comprender como sociedad esa simple premisa para que se trasparenten los discursos y se entienda que estos valores no son patrimonio exclusivo de un sector político.
La libertad no es un comodín que la izquierda puede usar para sumar votos de quienes no profundizan en los asuntos humanos. La libertad es patrimonio de la humanidad, no de la política.