Actualmente, en Chile se discute la promulgación de la ley de la despenalización del aborto bajo tres causales: inviabilidad del feto, riesgo de vida de la madre y violación sexual. Esta es una de las reformas “estrella” de la presidenta Michelle Bachelet, la cual ha generado encendidos debates, tanto en el Congreso desde que comenzó su discusión, como en la calle.
No solamente la oposición manifiesta opiniones encontradas, sino también personas del mismo sector oficialista que no están plenamente de acuerdo con la despenalización del aborto, tales como el sector demócrata cristiano. Parte de la Nueva Mayoría, que es la coalición gobernante, no está precisamente complacida por la promulgación de leyes que van contra su cuerpo doctrinario.
A pesar de lo anteriormente mencionado, la iniciativa fue igualmente aprobada en la comisión de constitución de la Cámara de Diputados el 10 de marzo del 2016, y ahora le corresponde ser votada en la comisión de Hacienda para finalizar su tramitación en sala.
Las encuestas realizadas en el país, tales como la Cadem Plaza Pública, ayudan a revelar el pensamiento generalizado sobre diversos asuntos y en la última versión del mencionado instrumento. 69% de los chilenos están de acuerdo con la despenalización del aborto por tres causales, seguido por un 26% que no está de acuerdo y un 5% restante que no sabe o no respondió.
En la población joven de Chile, el aborto terapéutico también tiene sus partidarios. Un estudio realizado por el Injuv (Instituto Nacional de la Juventud) y aplicado a jóvenes entre 15 y 29 años revela que 87% de la juventud chilena apoya la iniciativa, mientras que 60% lo aprueba bajo ciertas circunstancias; y 27% lo apoya en cualquier caso.
Sin embargo, en todas las encuestas realizadas, siempre se muestra un porcentaje que se opone al aborto en cualquiera de sus formas y eso nos lleva a preguntarnos por qué. ¿Cuáles serán las razones? Y desde el punto de vista de la libertad, ¿serán válidas dichas razones?
Los sondeos indican que la mayoría de los opositores a cualquier tipo de legislación referente al aborto tienen argumentos humanos y religiosos. Muchos de ellos defienden la idea de que la vida es intransable y no se debe interrumpir desde su concepción. Otros manejan debates científicos en los que intentan delimitar la existencia humana de manera temporal, al reunir el feto ciertas características que los convertirían en persona de derecho o no. Algunos sencillamente esgrimen argumentos religiosos y consideran el aborto como un asesinato ya que el feto no tiene culpa de las circunstancias que lo rodeen.
El tema es delicado, puesto que se debate la existencia de un tercero y desde el punto de la libertad, esta termina donde empieza la del “otro”, pero la vida en sociedad implica diálogos y debates que permitan la paz social y el bien común.
Lo mejor son leyes que depositen la confianza en el individuo y le permitan decidir libremente.
Imaginemos por un momento el siguiente caso hipotético: Si la ley, en cualquier país, permitiera la sustracción de bienes materiales, probablemente habría legiones de personas en contra de dicha ley; pero una vez promulgada, solo quedaría adaptarse. Aquellos que piensan que apropiarse de lo ajeno constituye una falta moral y un delito, aunque esté avalado por la ley, simple y decididamente, no lo harán.
Con este ejemplo, solo es posible concluir que hay estándares mucho más arraigados que las leyes; y si una persona tiene motivos para ver el aborto como una mala práctica, seguramente aún teniendo la oportunidad legal de hacerlo, no lo hará. Así como a pesar de que se permite fumar o beber alcohol, no todos lo hacen por sus distintas convicciones.
La ley que se discute tampoco invita a abortar libremente, pero sí despenaliza en tres causales, las cuales cada persona que las viva debe evaluar si hará o no uso de la libertad que se le da para decidir.
Cuando hay verdadera libertad, la sociedad civil, compuesta por individuos diferentes pero que pueden compartir ideales, puede organizarse; y si el aborto es una idea que les parece nefasta, entonces competirán por dominar las ideas con campañas educativas, apoyo y acompañamiento para quienes lo necesiten, de tal manera que aunque existan leyes que liberen de culpa a quienes se realicen abortos, muchos elegirán proseguir con el embarazo.
De hecho, así es como funcionan la mayoría de las religiones. El proselitismo y la conquista de ideas es el método, nunca la imposición y los feligreses de dicha denominación se comportará según las doctrinas que profesen con absoluta convicción.
¿Son entonces relevantes las razones para mantener la penalización del aborto en Chile? Desde un punto de vista liberal, en que las personas son autónomas y respetadas en su libertad, con la confianza de que pueden elegir por sí mismos, la respuesta sería que no, a pesar de que se discuta la vida de un tercero, puesto que este no es aun sujeto de derecho.
No hay nada más nocivo para una sociedad que la imposición de cursos de acción, porque estas imposiciones dependerán siempre de los ideales del Gobierno de turno. Lo mejor son leyes que depositen la confianza en el individuo y le permitan decidir libremente. Eso activa a la sociedad civil y la empodera, dándole el impulso necesario para coordinar esfuerzos en pro de la promoción de ideas que convenzan a la gente de no usar la ley como aval para lo que consideran moralmente incorrecto.
Eso es libertad y república en su más excelente expresión. Las leyes que despenalizan no son imposiciones a realizar acciones contrarias a las convicciones atesoradas en el fuero interno; ni siquiera son invitaciones abiertas a ir contra la moral propia, solo establecen la posibilidad de que las personas puedan decidir.
Izquierda o derecha no importan; solo importa que la república viva a través de la libertad de los individuos. Esto no significa la destrucción de la sociedad, sino la posibilidad de elegir y disfrutar de la autonomía propia de la condición humana.
Esa es la discusión de fondo, con fachada de ley de aborto terapéutico, matrimonio igualitario, etc. La discusión es siempre sobre si es correcto o no imponer cursos de acción a personas diversas. La libertad exige que la respuesta a esa pregunta siempre sea no.