Hace unos días, la presidenta Bachelet emitió uno de los pocos discursos que ha hecho este año en el contexto de la Enade, que es reconocido como el principal foro de la comunidad empresarial chilena. Su gran convocatoria reúne a empresarios, líderes de opinión y altos personeros del gobierno, y tradicionalmente el Presidente de la República de Chile participa como expositor principal en la sesión de clausura.
Ella expresó su optimismo con respecto al futuro económico de la nación ya que la relación entre el gobierno y los empresarios parece estar subsanada, generando más sintonía entre ambas partes.
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Uno de los empresarios que reaccionó a las palabras presidenciales fue Horst Paulmann, quien dijo que Chile le generaba confianza y le motivaba a invertir.
Si podemos hacer una observación a aquello es que Horst Paulmann no es representativo de todos esos empresarios que deben hacer funcionar sus empresas medianas y pequeñas día a día, dando empleo y oportunidades a miles, ya que su situación económica no se ve realmente afectada con el mal desempeño de un gobierno. Aunque pueda tener un año menos favorable, evidentemente no se va a empobrecer ni cesará el funcionamiento de sus negocios.
Dicho esto, es bueno señalar otros detalles de la cita empresarial. A la misma fueron convidados distintos candidatos y pre candidatos presidenciales tales como Sebastián Piñera y José Miguel Insulza, pero llamó la atención que se ausentaran los dos más fuertes candidatos del oficialismo de izquierda: tanto el expresidente Ricardo Lagos como el nuevo rostro de la política, el popular Alejandro Guillier, se abstuvieron de asistir.
El mensaje que se puede extraer de estas ausencias es bien claro. No quieren demostrar cercanía con el empresariado.
En el caso de Guillier es comprensible ya que su sensibilidad es natural de izquierda y su pensamiento político gira en torno a ese espejismo que es “la calle” y todos esos clamores de redistribución de la riqueza proveniente de aquellos sectores que no soportan las diferencias naturales entre los seres humanos y que atribuyen sus fracasos a cualquier tercero menos a sí mismos. Guillier representa lisa y llanamente al estatismo y al asistencialismo maximizado, pero en el caso de Ricardo Lagos, la ausencia extraña.
Ricardo Lagos gobernó Chile entre el 2000 y el 2006 y parte de las críticas que hoy se le hacen es que fue el “presidente socialista de los empresarios” el “concesionador”, el “sociocapitalista”, pues su gobierno fue todo menos estatista, propició cual estadista el crecimiento de Chile a través de los privados logrando generar apertura y libertad económica en mayor amplitud y atrayendo capital de inversión al país a modo de concesiones, tercerizando la modernización del país con excelentes resultados, pero lógicamente dentro de un esquema capitalista.
A Ricardo Lagos parece incomodarle esa descripción, le molesta ser relacionado con el mundo empresarial y si bien se reunió en privado con Hermann Von Mullenbrock (presidente de la Sociedad de Fomento Fabril “Sofofa”), evita hacer conexiones en público.
No es popular por estos días asociarse con los “empresarios” como si fuera un pecado social. Pareciera que los medios, que son bastante populistas en Chile, propician un ambiente contrario al empresariado, demostrando el grado de cretinismo al que se ha llegado en el país.
Los chilenos parecen creer el discurso y se ha llegado a satanizar a quienes se denominan como “empresarios” pues el gobierno de Michelle Bachelet se ha encargado de imponer una lucha de clases que ya parecía que pertenecía solo al oscuro pasado de la guerra fría.
Los empresarios, pequeños, medianos y grandes, son los que proveen lo que el Estado por sí solo no puede proveer, bienes y servicios que se traducen en actividad económica, en empleos, en bienestar, en progreso y desarrollo.
¿A qué se ha llegado, que se ha vuelto pecado reunirse con los empresarios? ¿Con quién se supone que debe reunirse el gobierno cuando quiere determinar las proyecciones económicas del país? ¿Será acaso con un indigente o quizás con el barrendero de una esquina o con un empleado de la fábrica de acero? ¿Quiénes son los que proveen empleos, determinan dónde situar sus inversiones y por lo tanto generan dinamismo económico en los países? Buenas o malas oportunidades, bien o mal pagadas, el candidato y el presidente deben reunirse con los empresarios, pues son ellos los que logran ese bienestar.
El hecho de que se convierta en pecado cualquier cercanía con el empresariado, que se vuelva políticamente incorrecto relacionarse con ese mundo y tener que fingir reuniones con “la calle” que puede bien vociferar pero poco sabe de gestionar y que se imponga ese criterio como un estándar de virtud política es lamentable y bastante irracional, y ese es un criterio que ha instalado la izquierda gobernante.
Chile sigue siendo un país capitalista, lo que le molesta mucho a la izquierda, que desea derribar el modelo económico que ha sacado a miles de la pobreza, pero aunque fuera un sistema socialista, que es lo que la izquierda desea, lo racional también sería reunirse con las personas correctas para generar desarrollo dentro de lo que ese sistema pudiera proveer. Incluso en la Unión Soviética el poder político se relacionaba con “la nomenclatura” o con las personas en el “Госпла́н” (Gosplán – Comité Estatal de Planificación), que se encargaban de darle forma a la economía. Era impensable que el gobierno se acercara para lograr desarrollo al limpiador de pernos de una fábrica de máquinas en Leningrado. Eso no tendría sentido porque no es la persona que tiene el poder de decisión económica que afecta a masas.
Lamentablemente ya se instaló la satanización de los empresarios, que son precisamente aquellos que generan empleo, bienestar, progreso y desarrollo. De eso no hay un retorno fácil. Se ha perdido un candidato más en las garras del populismo y Ricardo Lagos ya cayó en el juego de bailar al ritmo de “la calle” y no al ritmo de la libertad.