
Hace poco fueron notorios los dichos de Alejandra Bravo, la vocera de la coalición de centro derecha, Chile Vamos. En sus palabras queda en evidencia la fuerte tradición que rige al sector.
Sobre el matrimonio homosexual por ejemplo sus palabras textuales, sacadas de una entrevista concedida al medio T13 son las siguientes: “Quizás esa unión que ellos esperan que se llame matrimonio puede tener otro nombre. Podrían llamarse “homomomios” o qué sé yo”.
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Sobre el tema agregó que “¿por qué nosotros tenemos que ceder en entregarles todo, por qué tendría que convertirse la sociedad en homosexual y dejar de ser heterosexual si nosotros ganamos el espacio?”.
Además señaló que “un homosexual es alguien que nace con un cuerpo de hombre pero que siente como mujer. O una mujer que nace con vagina pero que siente como hombre”.
Es obvio que en su ignorancia, la señora Bravo no ha entendido la diferencia entre orientación e identidad sexual, pero sigo insistiendo en que es libre de hacer gala de su ignorancia.
Si bien la vocera aclaró sus dichos más tarde diciendo que respeta a la comunidad homosexual y su lucha por adquirir derechos frente a un mundo hostil. Sus palabras generaron rechazo transversal y dolor.
No es malo que Alejandra Bravo pueda expresar exactamente lo que piensa, con las palabras y en el momento que lo piensa, claro está que hay que ser prudente cuando uno está ocupando una vocería, sobre todo por lo que causaron estos dichos y el desmarque de la mayoría de los partidos de la coalición “Chile Vamos” (de derecha y oposición a gobierno NM de Michelle Bachelet). Pero en un país libre, ella puede y tiene todo el derecho de hacer gala de su ignorancia si es necesario decirlo.
Sin embargo esto hace que nos preguntemos muchas cosas, entre otras, ¿por qué causaron tanta molestia los dichos de la vocera de Chile Vamos?, ¿Acaso pone en peligro algún derecho fundamental?, ¿estamos en un país libre? Más importante aún ¿Cómo se vería un Chile realmente libre?
En un Chile libre los dichos de Alejandra Bravo no serían más que anecdóticos pues todo mundo puede expresarse y alardear de su enorme o pobre conocimiento, pues las instituciones aseguran que sin importar los dichos expresados, los derechos fundamentales de los ciudadanos están asegurados frente al estado, otros individuos y otros grupos intermedios.
Esto en la práctica significaría que pese a la ignorancia expresada por la Señora Bravo, sus comentarios compartidos por su sector en lo profundo del alma, no implicarían que los derechos de las minorías podrían verse amenazados. Al contrario, estos estarían asegurados por la Constitución en la que se establece que no hay ciudadanos de segunda clase y que el matrimonio al ser un contrato civil entre dos personas que de mutuo acuerdo deciden unir sus vidas y al ser laico el estado, las concepciones religiosas no pueden impedir el libre ejercicio de ese derecho.
Lo expresado por Alejandra Bravo pone en entredicho la liberalidad de la que ostentan los representantes de la derecha en el país. Aquellos que proponen que la libertad es la guía de su filosofía, deben entender que esta no solo aplica a lo económico y que de hecho la libertad es una filosofía completa que implica que el ser humano es digno por sí mismo y por lo tanto responsable de sus actos y palabras.
Implica además que el individuo tiene no solo derecho a la vida y a la libre expresión sino que es dueño de su propiedad, la cual es el resultado de su experiencia de vida, en otras palabras, el fruto de su esfuerzo y puede disponer de ella como desee.
Cuando la libertad es respetada y defendida de verdad, no se cuestiona el vivir de un tercero mientras su comportamiento no dañe el plan vital propio. (Esto en términos físicos y tangibles) Esto implica que la felicidad de dos personas que deciden unir sus vidas en un vínculo permanente, no debe ser motivo de cuestionamiento popular, pues hablamos de un derecho inherente al ser humano que es decidir qué hacer con su primer objeto de propiedad: su persona.
La derecha debe defender esa libertad que promueve la coexistencia de distintos proyectos de vida que en su diversidad, aportan a la sociedad. Es el rechazo a estas libertades inherentes las que distancian a las personas de sus filas, pues la verdadera libertad da cabida a las distintas opciones vitales, mientras que el dogma y la ideología extrema de cualquier sector, desea imponer un tipo de sociedad, un tipo de “hombre nuevo” en completo desmedro de otro.
El asunto es tan sencillo como entender que si ser homosexual no es algo que apruebes, entonces no lo seas.
La libertad implica tener la apertura para educar hijos con los valores que cada familia desee sin que otro interfiera y si es importante el matrimonio y que esta institución sea tomada en serio, entonces existe la libertad para enseñar compromiso, fidelidad y perseverancia para que el vínculo sea tan sagrado como se lo haya concebido en el seno familiar. Sea este de carácter homosexual o heterosexual.
En un país libre se incluye libertad para elegir dónde y con qué proyecto educativo guío a mis hijos sin que un adoctrinamiento estatal me sea impuesto.
En un país libre, ni derecha ni izquierda pasan retroexcavadoras, sino que llegan a consensos por el buen vivir y el sostenimiento de la armonía social.
En un país libre, el usuario premia el buen servicio y eso estimula la competencia por brindar calidad dando espacio suficiente para taxis, Uber, Cabify, etc.
En un país libre, se puede caminar sin terror de ser asaltado porque la ley provee libertad a quien elige el buen vivir a través de la sanción al quebrantamiento de la misma.
En un país libre se puede elegir cadenas propias y amar dichas cadenas porque son resultado de una elección personal. Llámense religión o negación, o la pertenencia a cualquier estructura en que se restrinja la libertad de acción. Si esto es una elección voluntaria, también es resultado de la libertad. Y es que la libertad da espacios para que aún aquellos que la desprecian, se beneficien de ella.
Esa libertad solo se logra con más y mejor fiscalización ciudadana, menos estado y más sociedad civil, porque finalmente, el dolor de los quebrantos sociales los pagan los ciudadanos y no los políticos y aún falta aprender a vivir en libertad, responsabilizándonos de los actos, palabras y resultados de las elecciones tomadas, sin esperar que papá Estado apriete las cadenas porque no sabemos, no queremos y nos aterra elegir.