Es un año decisivo para Chile este 2017; se acerca la elección presidencial acompañada de una parlamentaria que podría cambiar todo el esquema político del país.
En el escenario presente, los partidos políticos concentran sus esfuerzos en reunir la mayor cantidad posible de militantes, pues hay un mínimo de 18.000 firmas para poder existir como partidos en términos electorales. Bajo esa cifra, no podrán presentar candidatos a la presidencia ni al congreso, sin mencionar que los actuales legisladores no podrán postular a la reelección si el partido en el cual militan no ha reunido las firmas necesarias.
El plazo es el 14 de abril y muchos de los partidos tradicionales aún tienen mucho camino por recorrer, sin embargo hay dos excepciones que bien hablan del presente polarizado de Chile.
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Hay dos partidos excepcionales que no han sufrido la escasez de militancia, todo lo contrario, destacan muy por sobre el resto de los partidos. Estos son el partido socialista, que representa las ideas de izquierda y Evópoli (Evolución Política) que representa ideas liberales (algunas bastante libertarias). Este último es parte de la coalición de centro derecha “Chile Vamos” en cuyas encuestas, el líder indiscutido es el ex presidente Sebastián Piñera.
Chile parece estar viviendo una repetición a menor escala de lo que se vivió hace más de 40 años, que es una polarización política. Si bien la gente hoy está asqueada de la toxicidad del mundo político, aún tiene opinión de cómo quieren que se dirija la nación y parece haber dos ideas preponderantes.
Una es la idea de que el Estado es un padre del cual deben emanar la igualdad material y todas las oportunidades que pudieran presentarse en el curso de la vida humana, como si todas las vidas tuvieran cursos similares. En esta idea, el socialismo busca un candidato que los represente, que le dé más poder al Estado por sobre los individuos y que se encargue de los servicios, de los bienes si es posible y de la cultura por su puesto. En esta idea, parecen querer monopolizar la lucha por los DD.HH y se escandalizan cuando alguien fuera de su sector alza la voz para defender dichos derechos, como si la historia no probara que el socialismo es quizá el más grande violador de DD.HH que haya dominado en la época moderna.
También propone el socialismo, esta eterna lucha de Clases, solamente preocupada de la redistribución en búsqueda de una igualdad utópica en que las diferencias materiales son intolerables y sacrílegas. No es posible aceptar que una persona tenga más de lo que necesita y otra tenga apenas lo básico, así que si es necesario despojar a aquellos productores de prosperidad de sus recursos para redistribuirlos en aquellos que tienen menos, así como una gran campaña solidaria orquestada por el gobierno, bien se hará y se forzará las voluntades poco cooperadoras de aquellos que han amasado fortunas de distintas dimensiones y cuyas mentes obviamente han sido permeadas por el nefasto capitalismo y el imperio.
Es interesante que muchas personas aún hoy, en tiempos de supuestas luces de la modernidad, cuando la tecnología permite acceder al conocimiento de manera tan amplia y comprensiva, que haya gente que sigue creyendo que la riqueza es inmoral y que los fracasados paradigmas redistributivos han de resultar en un nuevo intento de imposición, como si la historia no probara con creces que es imposible.
No solo es extraño contemplar este panorama ideológico chileno, sino que es abrumador presenciar en todo orden de cosas la violencia que este grupo en particular, está dispuesto a utilizar tanto en el vocabulario como en acciones, con tal de imponer su visión. Es esa religiosidad irreflexiva que no permite el diálogo y el consenso que se da en sociedades modernas y desarrolladas, pues el dialogo significa para ellos rendición, herejía y su visión sectaria no permite compromisos. La devoción al dios Estado es demasiado poderosa como para permitir dichas licencias tales como los acuerdos.
A simple vista, el panorama parece desalentador, los partidos de izquierda tienen gran sintonía con el mundo universitario, la juventud muchas veces irreflexiva e idealista, está siempre presta a rendir honores a las utopías, pues es la edad en que se desea trascender, hacer historia, cambiar el mundo y convertirlo en el edén perdido. La izquierda tiene buen discurso y suena atractiva a aquellos a quienes la realidad les es demasiado dolorosa como para enfrentarla y se aferran a sueños sociales imposibles.
Por fortuna, Evópoli es una muestra de que la juventud no está absolutamente entregada a las consignas sectarias de los combatientes pro Estado. Siendo un partido nuevo, sus ideas rescatan bastante del mundo liberal. Entendiendo los tiempos actuales, saben que los acuerdos y la gradualidad es aquella prudencia necesaria para salir del estancamiento manteniendo la armonía social, por eso es que si bien, conservan ciertos proyectos que parecen de corte social, la forma de lograr las metas propuestas es diametralmente opuesta al método izquierdista.
Ese otro Chile que no descansa en consignas ideológicas tipo zombi, sin matices, es un Chile que busca acuerdos, consenso social, el regreso del individuo al centro de la conversación.
El proyecto Evópoli ha encantado a muchísimos jóvenes porque ha rescatado la libertad como un principio fundamental y completo, que no se limita al crecimiento económico sino que abarca todo el proyecto de vida de las diferentes personas. No se trata de manejar a modo de ingeniería social los destinos de masas, sino de crear condiciones para que los individuos creen su propio sendero, con las consecuencias buenas o malas que dichas decisiones puedan acarrear. Se trata de ir madurando como sociedad compuesta por seres imperfectos pero progresando en el entendimiento mutuo, en el rescate de ideas en la diferencia, pero preservando los más altos estándares republicanos como son El respeto por la vida, La libertad y la propiedad privada.
He aquí la dualidad política de Chile. ¿Será que repetimos la historia?