Chile vive meses tensos, en los que se siente en el aire una polarización política muy incómoda, pues es difícil expresarse sin ser malinterpretado y sacado de contexto. Se supone que así son los meses de campaña presidencial en los que todo lo que se dice puede ser usado en tu contra y hay un mínimo margen de error. Son estos meses en los que el gobierno evalúa las perspectivas de cierta continuidad o asume el rechazo popular y entiende que le queda poco tiempo para amarrar ideas propias y dejarlas con estatus de inamovibles para que el próximo gobierno no pueda renunciar a sus reformas.
La tensión es evidente en la gente. Las opiniones son diversas, pero frente al clima político que se está viviendo en Chile, donde se han resucitado personajes de la historia que tienden a la división, con el objetivo de generar dividendos políticos, solo se debe ser prudente y llamar a la unión de alguna manera para que se entienda que lo necesario es que el país alcance metas comunes como el desarrollo.
En todo este contexto en que los ánimos están crispados y todo comentario se presta para discusión, es que se realiza el típico Te Deum Evangélico, al cual suelen asistir las primeras autoridades del país, los candidatos a la presidencia y numerosos políticos que no quieren perder la oportunidad de estar, así sea por figurar.
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La idea original del Te Deum es que en un país laico como Chile, todas las religiones y denominaciones puedan expresarse libremente y ninguna de ellas tenga una preferencia de parte del estado, por lo cual la asistencia de las autoridades es una consideración más que una obligación. Es un acto de cortesía de parte de cualquier gobierno, ya que al no haber una religión de estado desde 1925, los gobiernos no tienen ningún compromiso de asistir a ninguna ceremonia de carácter religioso.
En un acto de este tipo se espera claramente que exista una opinión formada sobre los acontecimientos que van ocurriendo en el país, pero el énfasis siempre debió ser aquello en lo cual la comunidad, en este caso cristiana, puede ser un aporte. Se trata de agradecer por la libertad que el país ofrece para la libre expresión y ejercicio de la religión respetando las conciencias de los individuos. Se trata también de ser claros frente a la autoridad, pero corteses en la expresión. Que se note coherencia entre la doctrina y la práctica y que no exista la sensación de que a nivel de creencias y teoría, el papel aguanta mucho, pero los militantes religiosos no son capaces de vivir ni un mínimo porcentaje de lo que predican.
Es cierto que el gobierno actual es un verdadero desastre, que la economía se estancó, que las reformas han sido mal hechas, que sus políticas son un conjunto de ideas difusas que no representan a las personas y que no miden consecuencias por su apego a una trasnochada ideología, pero el Te Deum no es la ocasión para tratar el tema.
¿Por qué no? Pues porque el asunto es religioso, porque las propuestas que fueron reclamadas en la instancia se refieren a temas que no tienen un solo punto de vista y que no pueden ser evaluadas ni legisladas con un trasfondo religioso, menos en un país laico, como el aborto en sus tres causales o el matrimonio libre. Otra poderosa razón es por la fuerte incoherencia que esto significa para el mundo cristiano, ya que atrapados en sus miedos absolutistas en el que creen que la libertad de un tercero les ha de ser impuesta, prefieren eliminarla por completo, no dándose cuenta que es esa misma libertad la necesaria para vivir su religión como mejor les parezca.
No era el momento de politizar un encuentro de carácter religioso porque para la crítica dura hay otras instancias, como una cita a conferencia de prensa con comunicados oficiales, una visita al palacio presidencia expresando sus preocupaciones, una carta pública donde se manifiesten los intereses de la comunidad protestante, etc, pero un Te Deum es una ocasión que, si bien celebra un año más en que nos reconocemos como república independiente (pese a que la independencia es en realidad en febrero), es esencialmente un reconocimiento a una deidad que ha tenido a bien conceder ese año y se agradece a las autoridades presentes por preservar la libertad, por asistir y compartir la gratitud. La ocasión nunca debió politizarse como pasa hoy, pues cada año se vuelve una crítica más dura, y cada vez el sentido religioso se va perdiendo más y más, haciendo del Te Deum una catarsis y no un evento religioso como fue ideado.
¿Fue correcta la actitud de la Presidenta de salir antes de la interpretación del himno nacional? Quizás no, pero ya que su asistencia es voluntaria, tampoco se la podía retener donde era obvio que no era celebrada su presencia. Claro, no fue correcto manifestar su molestia a través de un desaire, pues eso predispone a la sociedad frente a ella misma y frente a la población protestante.
Cuando se mezcla lo religioso con lo político, los resultados nunca han sido demasiado buenos. NO se puede subordinar la política a la religión ni la religión a la política. Es bueno que para preservar la libertad, ambas funcionen en esferas separadas y el intento que se hace cada año en los Te Deum de predisponer a las autoridades frente a ciertas miradas y políticas, es un ejercicio mal sano que termina dividiendo más a la población, en vez de servir como un bálsamo social.
El desastre que el gobierno maneja es obvio para casi todos, pero como se dice “a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. No se utilice una celebración religiosa para muñequear las acciones de un gobierno…eso solo puede terminar mal para ambas partes.